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« Previous Page Table of Contents Next Page »separación entre aquellos que prefieren una retribu– ción modesta -pero segura- es decir, la mera sub– sistencia y aquellos que aventuran grandes apuestas y están dispuestos a asumir gustosos un riesgo pro– porcional. Los primeros componen la gran masa de los trabajadores manuales de todas clases, mientras que los úlfimos son los contrafistas y 10$ grandes hom– bres de negocios. El trabajador manual está conven– cido por la experiencia, de que vive en un mundo de oportunidades limitada. El hombre de neg",cios por el contrario, es el eterno optimista: en su modo de ver las cosas el mundo está repleto de oporlunidades en espera de que él las aproveche.
Relacionar los tiempos económicos con la idea de abundancia o escasez corno aquí hacernos, nos permite tender un puente entre nuestra época y las anteriores. Los artesanos y los maestros de los gre– mios tnedievales a pesar de su independencia eco– nómica, fueron del mismo tipo de los asalariados de nuestros días. En cambio el hombre de negocios mo– derno ha inspirado desde el primer momento un de– seo insaciable de amontonar riquezas.
. El pesimismo económico de los trabajadores ma–
~uales se basa en su forma característica de ajustar las relaciones del individuo y el grupo. El hombre de .negocios es fundamentalmente un individualista eco– nómico, un competidor por excelencia. No· se somete– rá este individuo al control de un grupo, puesto que confía en su propia habilidad para sacar buen partido de cualquiera situación. Por la misma razón, nunca encontramos al hombre de negocios deseoso de limi– tar la buena voluntad del trabajador manual y menos aún ese entusiasmo ardiente que se pone de mani– fiesto durante las huelgas y que lleva al verdadero sacrificio de los propios intereses en beneficio del grupo corno unidad.
~Qué relación guarda esta teoría de las oporfu– nidades del grupo obrero con los planes de los socia– listas? El socialismo en sus muchas variedades, en tanto ha acerfado en interpretar correctamente una parfe de la verdadera psicología del trabajador -su espíritu de solidal'idad- subestima su aversión a ser fundido por completo en su propia clase. Norteamé– rica es un ejemplo de cómo la psicología de grupos económicos está modelado por op0rlunidades econó· micas. La infinidad de oporlunidades que ofrecía un continente rico desarrolló una psicología de compe– tencia. Rodeado de oporlunidades por todas partes, a nadie se le podría ocurrir que las oporlunidades de– bían ser limitadas o racionadas. Dejar que cada uno buscara sus propias oporfunidades según le viniera en gana, era la máxima generalmente aceptada. El inconveniente de América estaba en que el acceso a esas oporlunidades no era realmente libre ya que con ayuda de algunos legisladores malintencionados, un pequeño grupo de monopolizadores habían consegui– do cerrar bajo llave las legítimas oporlunidades del pueblo norleatnericano. Este fue el origen de la polí– tica antimonopolista. Tan poderosa fue esta influen– za en el movimiento obrero, que hubieron de trans– currir casi tres cuarfos de siglos antes que pudiera desligarse de ella. El sindicalismo y especialmente el de la Federación Norleamericana del Trabajo, marcó un cambio radical en la psicogía del obrero america– no. Fue el cambio de una psicología optimista, a la
psicología más pesimista del sindicato, construída so– bre la premisa de que el asalariado, en una completa organización industrial, se encuentra con la escasez de oportunidades. La nueva actitud no recla.maba ya la
rest~uración de la libre competencia, sino la adrninis– tracióny control por el sindicato, de todas las oporfu– nidades de empleos susceptibles de ser utilizadas por el grupo.
A este respecto el sindicalismo se asemeja al pa– triotismo, que puede e:Kigir y exige a los ciudadanos el supremo sacrificio, cuando está en juego la integri– dad del territorio nacional. Para fener un sindicalis–
=0 y un movimiento verdaderamente estables, sus componentes deben de estar dispuestos a sacrificarse en aras del control del sindicato de sus territorios co– leclivos, sin pararse a p",nsar 10 qUe ello pueda cos– tarle. Igual que el nacionalismo, ei sindicato fiene conciencia de que existe una patria irredenta en el sector no sindicado dE! su gremio e industria.
Es injusto llamar a este tipo "sindicalismo lucra– tivo". En primer lugar, el sindicalismo lucrativo Inuestra su idealismo, tanto en sus propósitos corno en sus métodos. Tarde o temprano todos los sindica– fos planean determinados derechos adquiridos que son idénficc;ls a la liberlad en sí. En segundo lugar, un sindicato que supone a sus afiliados capaces de sacrificarse por su grupo en una escala comparable casi a la que despierla el patriotismo, no puede por menos que tener una ideología respetable. Sabemos por la historia que los cuerpos con más espíritu de clase que nunca han existido, los gremios medioeva– les, no dejaban nada que desear en cuanto a su acti c tud de solidaridad contra lo!! señores cuando ésta era requerida: Sin embargo, existe prácficamente una li·
mitación obrera a la solidaridad obrera, limitación de vital importancia, o sea, que en un Movimiento Obre– ro que ya ha superado la etapa emofiva y encontrado la razón de su existencia, un llamamiento a la acción conjunta de clases, ya sea por una huelga de solidari– dad o una acción política común, no producirá la reacción que se pretende sino cuando el motivo co– mún aducido esté estrechamente vinculado a las aspi– raciones del sindicato y que Zutano y Mengano no puedan menos que sentirse identificado con él. En marcado contraste con la conducta realista de los grupos obreros "orgánicos", comunidades campe– sinas, gremios y sindicatos, están los diversos progra– mas de acción obrera proyectados por los intelectua– les. Siempre ha sido la principal característica de los intelectuales, considerar el trabajo corno una masa "abs:l:raC±a", dirigidos por una fuerza igualmente abs– tracfa. Se entiende por intelecfuales naturalmente, al individuo instruido no dedicado a actividades manua– les que ha éstablecido contacto con el movimiento obrero, mediante la influencia decidida sobre organi– zaciones sindicales, e incluso corno dirigentes obreros por derecho propio.
Los intelectuales pueden dividirse en tres grupos: el' marxista que es determinista-revolucionaría que pinta al movimiento obrero como una fuerza cada vez más potente de producción Inaterial, incorporado a los medios de producción y a los métodos tecnoló– gicos. Esta fuerza, al tratar de librarse del "corse:!:" capüalisfa, que estorba e impide sus movimientos, es– tá azuzando inevitablemente a la masa obrera contra
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