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« Previous Page Table of Contents Next Page »Es indiscutible que la intervención, ya se ejerza mediante una operación militar, ya con instrumentos de opresión, o se produzca al oído por los canales de la diplomacia, es siem–
pr~ odiosa. Troppau y Laibach en Europa fueron los campos en donde se dilucidaron, con aciores de priIl'l.er plano corno Meiternich, los opuestos principios de intervención y no intervención, a raíz,de la caída de Napoleón y después del Tratado de Viena; pero la lucha más elevada por derogar la intromisión de un Estado en los asuntos internos y externos de otro, se inició para América en el seno de la Conferencia de La Habana en 1928 hasta que subsecuentemente llegó a proclamar la norma de la no intervención el 26 de Diciembre de 1933 en Montevideo (Convención sobre Debe– res y Derechos de los Estados) , corno un valla– dar de respeto entre grandes y pequeños, en busca de armonizarla con la solidaridad In– ter-Americana. Prueban los debates de teo– rías y principios que los países no eran ajenos al flujo y reflujo de los mismos.
Para muchos nicaragüenses el Tratado del Canal es un producio de la intervención de los Estados Unidos y en el exterior figura corno un acio de fuerza ejercida por una gran potencia. Esto no pasa de ser una mera afir– mación que con precaria originalidad se ex– portó de Nicaragua teniendo en miras intere– ses políticos que en el correr del tiempo han tenido corno remate la más sonora abdicación. Me propongo exponer hechos concretos fijando circunstancias que contribuirán a esclarecer que no ha sido un acierto del liberalismo ni– caragüense señalar cornO "vende pa±ria" a los conservadores por haber celebrado, cuando rigieron el Gobierno, el Tratado Chamorro– Bryan con los Estados Unidos. Conviene hacer presente, y aun recordar al conociIl'l.iento pú– blico cuestiones incontrovertibles para que la historia se inspire en la verdad, depurada del encono de propagandas insinceras. En las di– versas etapas del acontecer político nicara– güense no debió, ni debe culparse a un parti– do, valioso secior del país. que no hizo más que anticiparse a lo realizado por otros que, tardíamente, vinieron a reconocer con aciitu– des libres de sospechas, constitutivas de prue– bas inconclusas, que la defensa del Hemisferio requiere compn,msión para fortalecer el prin– cipio de la solidaridad continental.
No es noble que lo calificado como infa–
mi~ fuera capitalizado por el liberalismo ni– caragüense, autor del agravio intervencionista, esgrimiendo el descrédito para luego abjurar de esa postura y mostrarse en forma· extrava– gante consigo mismo, con todo y lo que la supuesta mancilla significaba.
A todas luces la "cuestión canal" es frufo de la geografía de Nicaragua y de la necesidad militar y comercial de América. Debemos ser justos con nosotros mismos para evitarnos un ilógico desvío de las rutas que "el patriofismo latinoamericano" indica como perentoria obli-
gación a las naciones del Continente. Dentro de nuestra pequeñez material, en franco ais– lacionism.o nada significamos; y si hurtamos la indispensable y prudente colaboración a quienes aSumen la obligación de preservarnos en nuestra seguridad, poco o nada nos faltará para desaparecer como nación en el concierío de las que figuran aún, desdichadam.ente, dentro de la típica clasificación de sub-desa– rrolladas.
Bien. El Tratado Chamorro-Bryan cele– brado el 5 de Agosto de 1914 con fines de defensa, era -sin duda simuladamente-,
tabú para el Partido Liberal por lo menos has– ta ellO de Septiembre de 1931 que se originó el primer afisbo mediante un Memorándum enviado al Secretario de Estado Henry L. Stim– son con el Ministro Hanna por el Presidente General José María Moneada en el que habló así: "Para bien y progreso del Continente de Colón el ref~rido Presidente cree que el Canal! por Nicaragua será el mejor lazo de unión en– tre ambos países y también entre la América del Norte, la Central y la del Sur, y desea ex– presar al Departamento de Estado .su buena
voluntad pal'a lograr estos alias destiRos de la humanidad". .
Tal pensamiento estaba unido a la con– vicción que sustentó el General Moneada de que era necesaria la reforma para legalizar el Tratado, pues estaba poseído de la necesi– dad de salvar el dogm.a político del principio de soberanía que por disposición expresa de la Constitución de 1911, bajo cuyo régimen se celebró, podría considerarse por los suspicaces, como violado. Desde entonces el liberalismo. contra toda técnica de derecho público se mostró obsedido por consfitucionalizar el Tra– tado Chamorro-Bryan, lo que vino posterior– mente a realizarse en cada una de las fres Consiituciones emitidas desde el año 1939.
La tenacidad, nunca désmenfida, del Pre– sidente General Moneada unió nuev-ameníe la acciÓn al pensam.iento y dirigió a S.tírnson una carta fechada el 14 de Octubre de 1931 que mereció respuesta el 9 de Diciembre del znis– mo año, y al abordar el últiIl'l.o los diversos tópicos puestos a discusión, en lo referente al tratado se expresó de esta m.anera: "Discufir en la actualidad el punto de consfitucionali– dad del Tratado de Canal de 5 de Agosto de 1914 me parece de dudosa utilidad. Es de evi– dencia propia que de las provisiones de este Tratado no corresponde al Gobierno de Nicara– gua, que lo ha negociado, decir que están en conflicto con la Constitución. Sin embargo es– te punto de la constitucionalidad del tratado en lo que toca a Nicaragua queda a discusión a las auíoridades apropiadas de su país. Cozno U. sabe el esfudio de la ruta del Canal ha sido completada por Ingenieros del Deparfa– mento de Guerra de los Estados Unidos, y será sometido dentro de poco al Congreso. Yo no sé que acción tornará el Congreso, pero tengo confianza de que cuando el Gobierno de los
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