Page 113 - RC_1969_01_N100

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mas atta vez en el agua Nuestro baño fué aún mejoL' que el de la nOf'"he anteriot., y cuando monté me sen– tía capaz de caminal a través de México y de Tejas basta la propia puerta de mi hogar Ya de vuelta una vez más a los vapores y ferrocarriles, qué aburridas, pálidas e insípidas me parecerían todas sus comodida– des.

Nos pusimos en marcha a las siete y media A muy corta dishmcia tres jabaHes cruzaron nuestul senda,

todos a tno de escopeta~ pelo nuestros cüados lleva–

ban las armas, Y al momento ya era demasiado tal de

Muy pronto c::aUmos del bosque que bOL deaba el rlo, y

l1e~.Jmos a un llano abierto. A las ocho y media el u– zamos una pequeña colina pedl egosa y Jlegamos al se–

co lecho ue un lo El fondo era plano y calcinado, y

los lados lisos y simétricos, como los de un canal A

media legua tle nistancia apaleció el agua, y a las nue–

V"e y media de la mañana se convirtió en una couiente considerable De nuevo penetramos a una selva, y ca– minando por una angosta senda, vimos directamente

al frente ~e nosotros, cerrando el paso, el costado de una gt3n igl(>si~ Salimos, y miu~,mos todo el gigan– tesco edUido sin una sola habitación, ni vestigios de ninouna a la vista. El paso nos condujo a través del

1 atoO muro de un patio Nos apeamos en la obscura sombra d<::1 frente La fachada era suntuosa y perfec–

ta Tenia sesenta píes de frente y doscientos cincuen–

ta de fontIo, pero estDba sin techo, con árboles crecien–

do en su area hasta nrriba de los muros Nada pow.ía exceder a la quietud y desolación de la escena; pero habla algu singularmente interesante en estas deste– chadas iglesi."'s. E"xistent1is en lugares enteramente des–

conocidos Santiago nos contó que esta se llamaba Cohatá, Y. según la tradición, fué en un tiempo tan li– ca que los habitantes llevaban sus cántaros con cuer– das de secla Dándole nuestras mulas ti Santiago, en– tramos por la 3biertá puerta de la iglesia El altar estaba derribado, el techo yacía en rotas masas sobre el suelo, y toda el área era.' una: selv~ de árboles Al

pie de la iglesia, y en comunicación con ella, habia un convento No tenia techo, pero las dependencias se hallaban coJrlpletas como cuando el buen padre estaba

para dar hi bieilvenida al caminante. Enfrente de la iglesia, a cada lado, había una escalera que conducla a

un camp~nario en el centro de. la fachada Nosotxos subimos hasta la punta. Las campanas que habían llamado a los rezos matutinos y vespertinos ya no es~

taban; los br3zo~ de la cruz estaban quebrados. Las piedras del campanario eran sólidas" masas de conchas,

gusanos. "bajas E" ;ns.ectos petrificados. : Hacia un la–

do miramos nara abajo dentro del área destechada, Y

hacia el otrá sobre una desolada legión Un homble había escrito alll su 1j.ombre:

JOAQUIN RUl)ERIGOS,

Conatá, Mayo 1 Q, 1836

Nosotros esmbimos nuesu'os nombres abajo del suYO Y descendimos, motitamos, caminamos sobre un tel'reno pedregoso y desoládó, cruzamos Un río, y vimos a nuestro frente una l'inglera de colinas, y más allá tina cadena de montañas. En seguida salimos encima de \Uta ab~erta y pedl egosa meseta. y después de cua– tro horas y merUa de cabalgar, vimos el camino sel..:. penteado a t~avés de una estéril montaña hacia nues_

tra delecl)a, y, temelOsos de haber perdido nuestra

ruta, nas paramos debajo de un pequeño árbol fl on~

doso a eSllerar a nuestros hombres. Dejamos libles a

las mulas, y después de aguardar por algún tiempo, mandamos a Santiago a busca1'las El viento azotaba sobl e el Uano, y mientras que Mr Cathel'woo<l corta_ ba ieños, Pawling y yo bajamos a un barranco a bus~

cal' agua. El lecho estaba enteramente seco, y uno de

nosotros tomó rumbo hacia all'iba y el otro hacia aba_ jo Pawling halló un hoyo de agua lodosa en una roca,

Ja que, aun ,ara hombres sedientos, no era tentadOla.

RegleSamGS j' encontlam,os a MI' Cathel wood calen– tándose a la llama de tres o cuatro tielnos árboles, que habia apilado liI.o sable otro El viento ~hOla barria furiosamente sobre el llano La noche se aploxima–

bu; no hah.famm: comido nada desde por la mañana; nuestro pe-qucño depósito de provisiones se hallaba en manos inseguras y comenzamos a temer que ninguna

de ellas nos llegara. Nueshas mulas estaban en ta-n malas conifi<'ior.es como nosotros El pasto ela tan escaso que requE-rían una amplia extensión, y las deja– mos ir libres excepto a mi pobre macho, al que, POI ciertas pIopensiones a andm'rear adquiridas antes de

lleg&r a mi poder, nos vimos obligados a amarrar a

un árbol. Ya hacía un rato' que había anochecido cuando se asomó Santiago con las alforjas de provisio~

nes en la espalda E~ habia regresado seis millas cuan~

do encontró la huella de los pies de Juan, una de las más anchas que jamás se hab"ián plantado, y la siguió hasta una infeliz choza en el bosque, en la que esperá~

bamos detenerncs Nada bablamos perdido con no pa~

1 al' alll¡ todo lo que.. eUos pudieron conseguir para lle– varse fueron ruatro huevos. Cenamos, apilamos nues– tros baúles a barlovento, extendimos nuestros petates, nos acostamos, contemplanlos por breves instantes las eshelIas y nos dormimos. Durante la noche cambió el viento y por poco no~ arrastra.

La mañana siguiente, previa a la entrada una veZ más a regiones habitadas, hicimos nuestra toilet; eS decir, colgamos lID espejo de la rama de un árbol, y nos afeitamm! el labio dé arriba y una pequeña pai.·te

de la barba A las siete y c"lUlrto nos pusimos en mar;.; cha, después de comemos" xiuestros últimos fLagmentos Desde que salimos Güista no

habíamos visto un Sel'

humano; el uaís estaba todavía desolado y tliste; no habla ni un soplo ¡]~ aire; las colinas, las montañas y

los llanoser~n todos ,estélile~ y pe;dregosos; pela, a

medida" que el s¿.l apuntaba sobte el "hOlizonte,'sus ra_

yos alegl,aban erta ~scena qc infecundidad; Durante dos horas ascendimos por una estéril y pedregosa mon~

taña. "Aun B:t1tes de es"to la desolada flonfera parecía casi una' harrera inexpugnable; pero AlvaL'ado la ~a"

bía atravesado para penetrar a Un país desconOCIdo lleno de enemigos, y poi- dQs'veces un ej~rcito mexica~

no había invadlpo a eerttro An':1ériea. .

A las diez ) niedía llegaMoS a ia eun,?r", de la montaña, y PD. JífIea debajo d~ nosotros ml~amos. la igle,ia de Zapa)utá', el ,primer pueblo de MéXIeo Aqul ;reviviel'on nuestros temores por"la falta de pasaporte: Nuestro gi ail objeto era. Ilegal' a Comitán; y alll eSpe. rar el- golpe, AprOXImándonos al pueblo, evitamos el carnmil ."qt.le pas;.¡ba. P9r .la pJaza, y deja~do el ~quipa­

je que .pasara ~omo p"udie;1'3¡ caM!na~?S de Pll!i...a por

los subut bios asustando a a gunas mUJeres y nmos, y

antes que nupsta entrad"a se sup.le":ta en el cabildo no:– sotros ya estábamos mlis 'allá del pueblo. Caminamos a buen paso como tina milla, y en seguida nos para_ mos a re5pirar. Un inmenso peso se quitó de nuestra mente, y uno~ a otros nos dimos la bienvenida a Mé–

xico Lleg¡'nrlo de .la desolada frontera, se abrió para nosotros como un antiguo pafs bien constituido, civili-

zado, pacifico y bie~ gobernado "

Cuatro boras de cabalgar soble una planicie ári–

da Y atenosa noc;;. llevaron a Comitán. Santiago> que era un desertor del ejércitO Í'néxIcano

l

temiendo Ser captilrado. llOS abandonó ~n los suburbiOS para legle– sal' solo a través del desierto que babiamos pasado, y nosotros nos dirigimos a la plaza Fl ente a ella, en una de las casas más grandes, vivía un americano. Par_

te del frerte esteba ocupada como tienda; y detrás del mostradOl estaba un homble cuyo lastro evocaba el recuerdo del hogar; Yo le pregúnté en inglés su pom– bre eIa M'Kinney, y él me contestó: lISí, sei'ior" Le hice otras valia& prepuntas en inglés, a las cuales res_ ponuió en e~pañol Los sonidos le eran familiales, sin embargo tl'at'scurri6 algún tiempo antes que él pudie~

ra comprender T.Jlenamente que estaba oyendo su na~

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