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« Previous Page Table of Contents Next Page »EL INSITIT'UT'O HISTORIC,O
E'NT'Ri lA ERJCANO
Con la aprobación de la Compe,ñ~a de Jesús en 1540, nacía en la Iglesia una Ordf.l__ .:;~1inentemenfe
universifaria, pues aunqUe su Instituio ampliaba el campo de sus actividades a cualquier lugar u obra que le señalase la Sede Apostólica, en aquellos años
de la Reforma -época de transición como la actual en que vivimos-, cuando iodo era confusión y mie11– tras los más op!:imisias creían ver en el mejor de los casos un serio quebranto del Catolicismo, Ignacio de Loyola divinamente inspirado vió en aquel caos 1'0–
líiico-re1!.gioso la oportunidad de hacer algo grande por la causa de Dios. La Iglesia no sólo no debería sufrir menoscabo alguno sino que por el contrario se levanlaría airosa y triunfante de aquel conflicto. Para los primeros jesui:l:as el campo de su activi· dad, en gran parte, sería la Universidad, pues que el centro de gravedad de la vida intelectual de la época se había desplazado hacia la Universidad. La
verdad debería expresarse no sólo en el púlpito pues habíélJ que reconocer que el hombre, al que la !gle– sia interesaba llegar, había que buscarlo en las aulas universitarias y no en los templos que ya no frecuen– taba.
San Ignacio y sus compañeros fundadol'es, uni.– versifa,rios todos ellos, sabían de sobra que el adver' sario no siempre estaba de mala fe en el bando opueslo a las ensefianz,as de la Iglesi.a; que muchos buscaban la verdad con el mismo fervor que ellos. Era me· nester, por 10 fanto, fl'aiar al ullivel'sHario estudiando 'igual que ellos, investigando como ellos, intercambian– do conocimientos para aceptar la verdad libremenie, en un ambi.el1fe de auténtica libextad c'risiiana.
Por eso la primera labOl; de la Compañía fue notablemente universitaria. Forjadora de mentalida .. des fuerl:es, pero no en el yunque de la imposición, sino en la tarea de la investigación. Sólo más tarde cuando la Compañía vio la necesidad de preparar me– jor académicamente a los aspiranies a sus aulas uni– versitarias se vio preci.sada a admi.ih: escuelas infe– dores y aún elementales. Pero enire tanto ningún adelanto científico, ninguna especialización, ningún campo del conocimiento humano lo consideró ajeno a su vocación, pues si su misión principal era lleva~
al hombre a Dios, bien sabía que el cristiano St~p0l1e
al hombre y al hombre 10 forja la verdad. Sabía que aún sus alumnos no católicos, si buscaban la verdad con sinceridad l.miversifaria, más tarde o más tem– prano descubrirían que la verdad buscada en la ciencia, no era un ser abstracto, sino una persona real que había dicho de sí mismo: "Yo soy el camino, la VERDAD y la vida". Aquí radica la filosofía de la pedagogía jesuítica: la formaci.ón humana -y, per-
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MANUEL IGNACIO PEREZ ALONSO
Doctor en Historia. Nicaraguense
dÓlleseme la redundancia-, la formación humana del hombre, a través del desarrollo de su personalidad.
En ires ocasiones ha llegado la Compañía de Jesús a Nicaragua. Curiosamente las tres veces podríamos de–
cir que de paso, y aún "por casualidad"; en 1616 a dB.r unas misiones invitados por el Obispo de Nicaragua Don Fray Benito de BaUodano; en lBn en calidad de asilados por la expulsión de Guatemala y en 1915
invitados a predicar a la Ciudad de Granada. Las
h'0S veces aquellas JIegadas transitorias se convirtie–
ron en pel'manencias más o menos estables. Y todas :tres veces, aunque il'ansiforiamente y empleados en airas ministerios, fieles a su teoría de no poder se– parar la formación del cristiano de la formación del hOl:ubre como tal aceptaron de buen grado, aunque siempre implicó dificultades, la invitación de los ni– caragüenses para consagral'Se a su enseñanza. Ya en lG16 funcionaba en Granada un pequeño colegio y poco después también en El Realejo. Con moHvo de la fundación del colegio de El Realejo los vecinos de este puerto en un escrito a Su Majestad refiriéndose a la labor' de los jesuitas en Granada le decían; " ... y los hijos de los españoles que en ella nacen (en Granada) que su ejercicio era, en sabiendo andar, ser vaqueros, y hombres de campo, sin ninguna doctrina, ni policía; después que vinieron dichos Pa– dres, se ha visto tan grande enmienda, que unos eran ya muy buenos gramáticos y latinos; y los pequeños, fodos, a una, políticos, bien criados, y doctrinados en el calhecisrno: de manera que ya se podía esperar de ellos grandes letras y viriud".
Mienfras en Granada, además de las primeras le– rras preparaban los jesuitas a los aspirantes al sa– cerdocio en lo que podría considerarse como el pri– mer colegi.o de estudios mayores de filosofía y teo· logía en Nicaragua, en el incipiente colegio de El Realejo se enseñaba a los niños a leer, escribir, el ca· :l:ecismo y los primeros rudimentos del latín. ¿Cómo no recordar aquí al que fue el principal maestro de aquellos ni.ños porfeños de 1621, al Hermano Juan de AIdana, no sólo por su labor docente sino por su gran bondad para con los enfermos que nos relatan los hisioriadores de la época, y a cuya caritativa preo' cupación no le era tampoco ajena la aflicción de los agricultores en tiempo de sequía? Nos habla uno de sus biógrafos de la sencillez con que pretendía do– blegar a la bondad divina solicitando enviara la llu–
via sobre aquellas tierras agotadas. Se iba a los sembradíos y, para usar las palabras del historíador Francisco de Florencia, "desembarazando una disci– plina, empezaba a herir cruelmente su cuerpo", y de– da: SEÑOR, O HA DE LLOVER, O AOUI HA DE QUEDAR ALDANA. ¡Oh bella, simplicidad de aque·· llas crónicas coloniales!
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