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Animados de- tales propósitos, no se declararon en OpOS1ClOn al nuevo régimen, sino que más bien se mostraron conciliado– res. Así, cuando el Presidente electo llegó a Granada, don Anselmo H. Rivas personalmente le dijo al saludarlo: -Pudimos inclinar la balanza electoral en contra suya, pero no lo hicimos. Ud. sube al poder como si nosotros le hubiéramos dado nuestros votos, y vemos su triunfo con be– neplácito.

ULTlMOS AÑOS. ENFERMEDAD Y MUERTE

Antes de cerrar el capítulo de la vida pública de don Pedro Joaquín Chamorro, cúmplenos dar cuenta de un hecho que revela su gran corazón y las elevadas y sanas ideas que profesaba sobre la conducta que debe seguir un gobernante con sus enemigos vencidos, la cual él había practicado en las tres ocasiones en que fue Presidente de Nicaragua. En Honduras había sido capturado el Gral. Emilio Del– gado que desde el año anterior intentaba revolucionar aque– lla República por cuenta del ex-Presidente Ledo. Marco Aure– lío Soto. Cuando el Sr. Chamorro supo que el Gral. Delgado y sus compañeros habían sido condenados a muerte, dirigió al Presidente de Honduras el siguiente telegrama:

"Granada 17 de octubre de 1886. Depositado a las 9 p.m.- Sr. Don Ponciano Leiva.-Tegucigalpa.

"Sábese por telegrama de Camayagua que mañana a las 7 a.m. serán ejecutados el Gral. Delgado y sus compañeros. Dudo de la certeza de esta noticia, después de las esperanzas que se han concebido en Centro América de que ese Gobier· no daría un alto ejemplo de magnanimidad; pero si desgra. ciadamente fuere cierto, ruego a Ud., en nombre de la hu· manidad y por el honor de estos países, agote sus esfuerzos para que se evite que Honduras dé el horrible espectáculo del cadalso político, que la sana filosofía y la civilización tienden a proscribir.

(f.) P. JOAQUIN CHAMORRO." (231)

A pesar de esta generosa gestión, el Gral. Delgado y compañeros fueron pasados por las armas.

Aunque don Pedro Joaquín 'Chamorro se retiró a la vida privada, seguía siendo el jefe activo de su partido. En un principio este permaneció a la espectativa ante el gobierno del Sr. Carazo y hasta le ofreció su apoyo; pero en el curso de los acontecimientos, y viendo que el nuevo Presidente se apartaba de la política tradicional del conservatismo y hasta trataba con cierta agresividad a los miembros más distingui– dos de éste el Partido Conservador comenzó a denunciar los desaciertos de la administración y hacer ruda oposición al Presidente Carazo.

Pero esta oposición no salió jamás de los límites que la ley permite, pues el señor Chamorro sólo se había lanzado a la revolución cuando 10 estimó justificable y no quedaba otro medio de reinvindicar las libertades.

El Presidente Carazo murió casi repentinamente ello. de Agosto de 1889. El sucesor doctor Roberto Sacasa fue recibido con aplauso por todo el país. Don Pedro Joaquín Chamorro estuvo en el desembarcadero de Managua a darle la bienvenida y a ofrecerle el apoyo de su partido. Pero aquel gobernante no quiso mandar con el conservatismo. Sin embargo, don Pedro Joaquín Chamorro no opinó que se le hiciera ruda oposición al nuevo mandatario. En las elecciones que tuvieron efecto durante el primer año de la administración del doctor Sacasa, don Fernando Guzmán se lanzó abiertamente a la oposición. El Sr. Chamorro, que aun permanecía en Managua, aconsejó a sus amigos de: Gra– nada que se mantuvieran al margen de los comicios. Des– graciadamente no fue escuchado y su partido entró de lleno en una lucha que, debía culminar con la guerra civil y la caída final del conservatismo.

Don Pedro Joaquín Chamorro tuvo la fortuna de no asis– tir al eclipse del Partido Conservador, que él había llevado al pináculo de la gloria y había convertido en instrumento efi– ciente del progreso material y político de su patria. Su salud se iba resistiendo cada vez más ante el sufri– miento moral de ver su obra política de tantos años de sa– crificio a punto de derrumbarse. A su quebrantamiento con– tribuyó también un rudo golpe de familia. El año anterior a su muerte, en 1889, falleció su hermano don Dionisio con quien desde años juveniles había compartido los trabajos y

--~- (231) Copia auténtica, en el archivo del Dr. Pedro Joaquín Chamorro.

los frutos de la vida privada, y las luchas y los triunfos de la vida pública.

A mediados del año que siguió a la pérdida de su herma– no, por el mes de mayo de 1890, la salud de D. Pedro Joa– quín Chamorro se agravó de modo muy serio, y dispuso hacer testamento.

Cuando don Manuel Urbina supo que su antiguo amigo y correligionario se hallaba al borde de la tumba, acudió a él en busca de reconciliación. Don Pedro Joaquín 10 recibió co– mo si nada hubiese pasado entre ambos, le rogó, como una muestra de reconciliación, que fuera uno de los testigos de su última voluntad.

El testamento de don Pedro Joaquín Chamorro, escrito cinco días antes de su muerte, contiene declaraciones que se refieren a su larga vida pública. La circustancia de haber sido redactado ese documento en las postrimerías de su vida, y cuando, como él mismo lo declara, sólo pensaba en el ne– gocio de su salvación eterna, hacen indudable su sinceridad, y por eso estimamos oportuno transcribir los párrafos con– ducentes.

Comienza declarando: "Soy católico, apostólico y romano, y como tal creo y confieso en todos y cada uno de los miste– rios de nuestra santa y augusta religión, bajo cuya creencia ha tenido la dicha de vivir y protesto morir."

Luego dispone que su entierro se haga sin solemnidad y manda que se le digan misas en sufragio de su alma, y des– pués de ordenar su última voluntad respecto de sus bienes, concluye:

"Declaro: que al hacerme cargo de la Presidencia de la República, y temeroso por el modo de ser incierto del país en aquella época, que sobreviniesen conflictos que pusiesen en peligro la paz pública, comprometiendo la seguridad y los intereses de mi familia, y convencido, por otra parte, de que los sueldos de que iba a gozar no bastarían para los gastos que reclamaban la posición a que era llamado, propuse a to– dos mis hermanos la división de nuestros intereses, para evi· tarles los mayores gastos a que me vería obligado y envol– verlos en la ruina a que mi posición oficial me exponía. Mas ellos, con la generosidad que siempre les ha caracterizado, se negaron, manifestándome que estaban dispuestos a correr la misma suerte mía, y que me dejaban en libertad de gastar todo cuanto fuera necesario para mantener bien sentado mi nombre en el puesto que iba a ocupar. Así es que, aunque gasté más de lo que la Nación me pagaba, no creo que debo adjudicarme la cantidad que haya tomado con ese objeto, y que no puedo fijar. Este rasgo de mis hermanos me ha obligado a ser más deferente con ellos en la partición que se efectuó, y me hace recomendar a mis hijos que observen la misma conducta entre sí y sean serviciales a sus primos y demás parientes. En los momentos solemnes en que pon– go arreglo a mis negocios para ocuparme únicamente en lo que concierne a la salvación de mi alma, creo oportuno ha– cer a mis familiares y amigos uila declaración respecto de los móviles que determinaron mi larga intervención en la cosa pública. Desde muy joven me afilié como soldado a la causa que viene sosteniendo el Partido Conservador de la República, sirviéndola en la medida de mis facultades y en el lugar que se me designaba. En los puestos públicos que ocupé, traté siempre de cumplir con mi deber, satisfaciendo ante todo mi conciencia, y creo que tuve bastante serenidad para no de– jarme llevar ni del espíritu de partidarismo ni de ninguna otra pasión innoble. Los errores que haya podido cometer no fueron intencionales. Como no sólo mis propios actos han sido juzgados y comentados, sino que tal vez, por exal– tación del momento, se ha llegado hasta atribuirme partici. pación en medidas trascendentales de algunos de nuestros go– bernantes, que produjeron excitación pública y resentimientos personales, debo declarar: que fuí enteramente extraño a ta– les medidas, y que, por el contrario, hice los mayores esfuer– zos por evitarlos. Jamás experimenté remordimiento por mi conducta pública, y bajo a la tumba con mi conciencia tran– quila. Perdono de todo corazón a los que me hayan ofendido, y encargo a mis hijos que hagan otro tanto, y que, cuales~

quiera que sean las amarguras que hayan de sufrir, nunca– excusen sus servicios a la Patria y coadyuven con los amigos del orden a impulsarla por la senda de la paz y de la pros– peridad."

Don Pedro Joaquín Chamorro falleció en Granada el siete de junio de 1890, a las nueve de la mañana. Tenía setenta y dos años de edad.

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