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-.-.Yo soy lib~ral, me decía, pero no zelayista. Zelaya no es liberal, no 10 fué nunca.

Mayorga es un hombre de trabajo, alto, delgado y de valor. Per– tenece a la clase obrera, que lee.

. Me lo dió a conocer otro hijo del trabajo y después de pedirle datos, contesló:

El plan del general Juan J. Estrada no lo conocí hasta las 5 de la farde del 8, en que me llamó al Campo de Marle.

An±es de esa hora había yo conferenciado dos veces con el Minisiro Mancada, en su propia casa. En la pri..-nera, y después de algunas palabras me par¡;l conocer el estado de ánimo.

~Qué necesila U en el cuerpo de Policía'? Capotes, General.

y nada más'? Nada más.

Moneada se quedó observándome y al rato me dijo que podía reti– rarme Después de iodo lo que ha sucedido, creo que procuraba sondear– me para conocer el estado de mi ánimo.

La segunda vez me llamó corno a las 11 de la mañana En±onces fué más ab"ierlo

~Puede U. alistar un poco de gente'? ---Sí, señor.

Pues espere órdenes, que vamos a tener necesidad de ella.

y me dió a enfender que algo grave iba a ocurrir en el país. A las 5 de la tarde me habló por ±eléfono del propio Campo de Mar– te diciéhdome que el Presidente Estrada quería entrevistarse conmigo. Lle– gué allá en rnom.entos que aquel daba audiencia al Subsecretario de Fo– mento señor Uriecho¡ viendo esio la esposa del Presidenle, doña Salvado– ra, dijo: Vaya sacar con astucia al señor Urlecho para que hablen usledes con liberlad. Efectivamenle, pocos rnomen!os después salió el señor Urle– cho y era yo introducido. El Minislro Mancada estuvo presenle en esta en– irevis±a. El Presidente me dijo de lleno su pensamiento. Quería Inandar con los liberales y deponer al Ministro de la Guerra General Mena. Des– pués de hablar largamente acerca de esto, preguntóme.

~Puede U. reclutar dos mil hOInbres'? Claro, General, le contesté: no digo dos Inil¡ cuatro mil.

-Bueno, me dijo al fin, retírese U. a su puesto y esté listo esperan– do órdenes.

Tan pronto llegué al cuarlel, ordené la captura de un conocido li–

beral: el Coronel Tomás Bravo. Lo hice para despistar, para dar a en– tender al público que la autoridad nada tenía de común con los liberales; y que al contrario, los perseguía. Después llamé por teléfono a los Co– mandanles de Sección y les ordené que se reconcenlraran con toda la fuer– za que iuvieran. Así lo hicieron.

- Corno a las once de la noche llegó el Minisiro Moncada a toda prisa a mi oficina y sacando una pliego de la bolsa de pecho:

-Aquí está el acuerdo destituyendo al actual Director de Policía Pe– dro P. Muñoz y nombrándolo a U. en propiedad. Torne U. sus precaucio– nes porque va a arrestar al General Mena que llega esta noche de Corinto.

y ITle dió a reconocer ante la guardia en mi nuevo en1.pleo.

Tarrtbién arrestará U. al Subsecretario de la Guerra don Hildebrando Rocha.

Donde debo arrestar al señor Mena'?

En la Esiación Central, contestó. Y a Rocha donde lo encuentre. Aunque la orden me pareció fuerle y exfraña, no tenía más que curnplirla. No podía hacer ofra cosa el subal±erno no discute.

Reiiróse el señor Mancada y a las 12 de la noche me llamaba nue– vamenie por leléfono. Con quién hablo'? dijo.

Con el DireC±or de Policía, Mayorga.

-Oiga, señor Mayorga. Acaba de salir de Nagaro±e el tren en que viene el General Mena. De U. sus órdenes para la captura, guardándole las debidas consideraciones.

Los oficiales que hicieron esta eran tres: Eduardo Mayorga, Alfonso Barre±o y Abraham Mayorga, este úlllino hennano mío.

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