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gunas de sus poesías mós recientes, y vi que lo hizo, debo reconocer, sin ninfluna alegría, y

seguramente sin confianza, tan sólo para responder cortésmente al pedida que le' fuera hecho por el viejo profesor extranjero, cuya fama de reaccionario, por encima de toda, seguramente había llegado a sus oídos

Mas lo principal era que, al salir de su casa, llevaba bajo el brazo un maza de papeles, correctamente mecanografiados, algunos de ellos corregidos rápidamente a mano, antes de que la autora hubiese hecho entrega de ellos

y ahora, aquíi estaba de vuelta, en esta mañana caliente de domingo, los papeles bajo el brazo, después de haberlos examinado y leído cuidadosamente, y después de haber meditado

sobre las razones que hicieron que esta moza inteligente¡ sano¡ bonita, educada, escribiese una

poesía en la cual¡ de repente¡ sin cualquier justificación poético¡ estética o siquiera lógica, apa–

reciesen, como por encanto, palabras como compañero, o ecos de fábricas¡ con masas sin pan y

sin futuro.

Naturalmente, todo esto era presentado en las poesías bastante cuidadosamente, y has–

ta de tal manera, que superficialmente, visto a grande distancia, fuese oculta por un sentimen– tq/ismo color de rosa, que, como tantas veces acontece en esta categoría de poesía falsamente

revolucionaria, tiene un aire positivamente cursi

Con los papeles frente a mí, sentado al lado de la mesa de hierro, en una parte del patio donde nos habíamos instalado, examinaba el ambiente en el cual vivía Michele

En la hierba, un jardinero, tijeras en mano, cuidaba el tamaño de la hierba, mientras

unos pasos detrás, la madre de la poetisa contraloba meticulosamente los pasos del joven, tirando aquí o allí una hoja de hierba mola

Frente a nosotros, en el lado opuesto del patio, una mesa de trabajo, repleta de libros de gran tamaño, evidentemente registros de una firma comercial, ficheros" carpetas -todo un

mundo de cosas concretas, la mesa en la cual, según me dijo la poetisa, su padre acostumbraba

a trabajar en casa, después de regresar de su firma comercial

El padre, después de habernos examinado discreta pero cuidadosamente, después de unas pocas palabras en francés, con las cuales expresó su contenida satisfacción de vernos de vuelta, estaba ahora sentado de espaldas a nosotros, jugando dominó o ajedrez, con otro señor,

y tomaba, de vez en cuando, de un gran vaso lleno de un liquido que parecía limonada Una hi– potética limonada que nadie nos ofreció, a pesar del fuerte calor que hacía sobre el patio casi cerrado

En aquel ambiente de paz y calma, no me fue dificil hacer esta pregunta' "¿Por qué estas

poesías son tan diferentes, tan por debajo del nivel de estos?" dije directamente, apuntando, al subrayar la última palabra, para la poesía simple, bonita, fresca, que había separado yo del grupo, donde siempre soplaba un tono forzado, como eco de una cadena invisible.

La respuesta, por increíble que pueda parecer, vino espontánea, y, tal vez por esto, des– concertante "Esto acontece a causa del realismo-socialista! Yo sé que el realismo-socialista

se refleja de otra manera en la poesia!"

Quedé atónito, como si un boxeador me hubiese dado un golpe en la cabeza, y no como

si la musa de Managua me hubiese dirigido la palabra

Sin embargo, no pude contenerme, y pregunté. ¿Realismo-socialista? ¿Entonces usted acepta caminar para atrás, mientras los otros, los poetas del mundo comunista, todo hacen pa–

ra sacudir los últimos vestigios de esta herencia del' estalinismo? "Entonces"¡ continué, "¿po~

seró que existe el esfuerzo rebelde de Yevtuchenko, de Bella Akhmadulina, de Okudhzava y de tantos otros, que, aprovechando un relativo deshielo tratan de liberar su poesia, su arte de los restos del mundo estalinista?"

Con sus ojos de musa, en el domingo ensolareado, mientras yo sudaba de calor y de emo–

ción, la moza Michele miró para mi, y cóndidamente replicó "Yo sé Pero es que nosotros es– tamos en otra fase Y yo sé también que mis poesías sin realismo-socialista Son mejores Ud tiene razón. Yo sé todo esto."

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