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llamarse si únicamente los apedrean o insultan, pues lo más probable es que les quemen residencia y ofici– nas después de lincharlos <l todos.

Pero pensemos en que se trata de diplomáticos neutrales, que en nada han contribuido a propiciar el caos ¿Desearía alguien en estos momentos estar acreditado en la República Dominicana (') o en algu– nos paises de Africa o del lejano Oriente donde la tea del odio barre todo vestigio de respeto al pt ivilegio de inmunidad?

Esto me trae a la memoria los dramáticos días que cuatro hondureños, -Ramán E Cruz, Marco A Datres, Virgilio R Gálvez y el autor de estos renglo–

nes-, vivimos en Bogotá con ocasión de la Novena

Conferencia Panamericana, en abril de 1948 Al ser asesinado el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, las masas enfurecidas se desbordaron en avalancha de venganza y en su arrebato no hacían distingo olguno era el ciclón de la muerte Más de tres mil personas sucumbieron porque el Ejército no fue capaz de mano tener el orden, y la policía -partidaria de Gaitán-, se hctbia acuartelado respaldando a las hordas insu– n eetas Como única protección, la Delegación hon– durena recibió cuatro rifles equipadas que nos envió el Ministro de Defensa Y de este modo, con Dios en el pensamiento y el fusil entre las manos, le hici– mos frente al peligro para poder contar el cuento ¿Y quién no recuerda el caso Haya de la Torre? En 1949, el dirigente aprista Se refugió en la Embaja– da de Colombia en Lima, y, lo que al principio se pensó no paSOt ía de ser un episodio de ordinm 1ó acae~

cimiento y rápida solución, se volvió el caso más sen· ,acional en la historia del asilo político Cinco largos años estuvo el famoso líder como huésped de la misión colombiana, y tan tensas se pusieron las cosas que fue menestel IIevOl' el asunto d la Corte Intelndcional dé Justiciu

Ahora pensemos en las amarguras y contl arie–

clades sufridas por los asila,;tes con la hostilidad y la rabia de las autoridades odriístas, que, corno primera medida, hicieron cavar un foso enOrme alrededor del edificio, rodeándolo con alambre de púas, alrededot' del cual estaba la soldadesca bien armada, registran– do al aersanal y aLIn a la servidumbre en cada enlt oda y salida ' Regresando nosotros de Río de Janeiro en 1952, pi esenciamos -desde lejos, por supuesto- este es– pectáculo que, para quienes creemos en el imperio del Derecho, no podía ser más humillante.

Amén de todo lo anterior, son ya muchos los di· plomáticos que han ofrendado la vida en cumplimien– to de su ministerio Hace olqunos años conmovió al Orb.-= la noticia de que una misión internacional fue asesinada en masa pOi una legión de gue, rilleros en los pai,es balcánicos

También fue muy lamentada en 1945 la muerte de Constantino Oumanski, periodista y diplomático ruso, quien pereció di incendiarse el avión en que via– jaba de México a Costa Rica

y como si eso no fuera suficiente, frescas están

(~) Este país acaha de retornar flo la. 1\órtnalidlld dé3pu~s de u.n ca63 san.

griento que duró ¡JOCO mas de un ano

las lágrimas del mundo democrático por la tragedia que segara la vida de Dag Hammarskjold al estallar su ovión cuando andaba arreglando el problema de Katongo en 1961 Menos mal que a este apóstol siglo veinte le fue otOlgado el Premio Nobel de la Paz en póstumo homenaje de justicia i Menos mal! Y luego dicen que el oficio es fácil ¿Qué tal?

El Servicio Consulal'. Funcionarios lie Carrera y

Cónsules Honorarios

Decíomos que nuestro Reglamento Consular os– tenta la vetustez de ciertos árboles que, para conser– vO/los en su ser histórico, les hac;en curaciones y re– miendos hasta más no poder, con el resultado de que un día se desmoronan por la ley misma de la grave– dad

Siendo como es una reliquia de museo, el Regla– mento de mérito, debiera estar descansando a la sombra de una gloriosa jubilación, en vez del trabajo a que todavía se le obliga pOi los porches y costurones que se le han pegado en un afán de hacerle sobre– vivir

Lo propio, lo justo, lo imperativo es emitir cuan– to antes una Ley Reglamentaria del Servicio Consular,

D, lo que sería mejor, fundir ambas carreras en un todo armónico y funcional bajo el nombre genérico de Servicio Exterior, regulado por una nueva legisla– ción que debería entrar en vigencia dentro del menor término posible.

La verdad es que ante tonta reforma sufrido por el Reglamento Consular actual, los funcionarios sue– len toparse con dificultades a la hora de aplicarlo, pues su contexto no siempre aparece claro y abundan las contradicciones, las oscuridades y los silencios, si– tuaciones éstas que si son capaces de confundir a los abogados, con mayor razón ponen de vuelta y media a los legos, que son casi sie,,!ipre quienes desempeñan estos ca,gos,

En cuanto a remuneración, también los Cónsules llevan a cuestas la cruz de las limitaciones En loca– lidades donde actúa el Jefe de Misión, vale decir en las capitales, es sobre éste que gravitan mayormente las cargas, quedando aquéllos un poco al margen de la actividad social, y, por consiguiente; de las respon– sabilidad económicas Pero en ciudades de enorme movimiento como New York, Hamburgo, Liverpool, New Orleans, Miami, San Francisco y ohas, si bien los Cónsules gozan de especial tratamiento y en mucho se les asimila o los representantes diplomáticos, tam– bién sus obligaciones suben de nivel, a modo que siempre se ven perseguidos por el fantasma del aba– timiento económico

Pero lo que más les pone la carne de gallina es la visita de los compatriotas pidiendo medicinas, qas– tos de entierro, repatriaciones y ayudas por el estilo Aunque el funcionario les explique del mejor modo la imposibilidad de brindarles tal cooperación, ellos no dan crédito a sus disculpas porque creen a pie junti· lIas que el Estado suministra cantidades suficientes al efecto y que si tio se les da lo que piden es por falta

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