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nente de lo divino, son años con que Dios obsequio a

sus escogidos, para que se eleven sobre las miserias humanos, y se espiritualicen, alzándose sobre lo tran– sitorio y caduco, para buscar el contacto con lo Abso– luto Hermosa figura la suya en ese tiempo Noble anciano, sufre can dignidad y en silencio adversidades y miserias, y los aprovecha para esa elaboración del

propio espíritu, que no termino sino con lo muerte

No se crea que su vida es la de un anacoreta Vive rodeado de las hijos de las dos esposas que vio

morir Es maestro. Enseña literatura y francés en

el Instituto y en el Colegio de Señoritas que dirige su hija Francisca Cuando no está perseguido, frecuen– ta las tertulias y asiste a las reuniones de la buena so– ciedad El pazo de fe viva que guardara en el fondo de su alma, lo hizo retornar a la plenitud de las creen– cias y prácticas religiosas Ilustrado, expansivo y

omenísimo conversador, se forman corros o su alrede–

dor pOI o escucharle La pobreza le oprime, pero no le deprime Goza de una prestigiosa posición social En el penúltimo año de su vida, cuando cumplió los setenticinco de edad, o como decía él, cuando cayeron sobre sus hombras tres arrobas de años, estando caído,

casi proscrito en su propia patria, tuvo la satisfacción,

quizás concedida sólo a él en Nicaragua, de recibir el homenaje c1amoraso de toda la sociedad nicara– güense Lo iniciaran los elementos sociales de Gra– nada, y correspondió el país entera, sin distinción de colores polfticos, cosa de milagro en aquella época en que dividía a nuestra sociedad el rencor; implacable y pOltidista Por su casa Jjlasaron el día de festejo conservadores y liberales eminentes, damas distingui– dísimas, bellas señoritas, obreros, estudiantes, para unirse en el obsequio y en el aplauso. El viejo roble, que había_sido sacudido tantas veces por los vientos inclementes, lloraba mecido al soplo de la brisa del afecto y de la admiracián

Muchos veces pedimos sus amigos jávenes a dan Anselmo que escribiera sus memorias No se negá de manera rotunda, pero siempre lo dejá para más tarde, eludiendo trabajar para la posteridad ¿Cuál sería la

causa de su renuncia? ¿Le sería muy doloroso inves–

tigar la verdad removiendo su prapia vida? ¿Se sen– tiría demasiado desilusionado de la comprensión del público y del valor del esfuerzo literario? No la sé; pero es una lástima, porque indudablemente su auto– h;ografía hubiera sido una pravechosa enseñanza pa–

ra las generaciones venideros.

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Cuando estaba ya postrado en el lecho con su última enfermedad, le visitábamos con frecuencia va– rios, jóvenes que le éramos muy adictos Nos relataba pasajes de su vida y sucesos que habia presenciado, y sobre los cuales no había escrito Nos mostraba los caminos de sus triunfos y los veredas de sus fracasos Qué poderasa mentalidad la suya! Recuerdo que una tarde le hallamos leyendo en inglés a su hijo Anselmo el Ham/et de Shakespeare. Para recibirnos interrum– pió la lectura La conversaci6n recayó sobre un pa– saje del drama y para complacernos nos tradujo la

escena del cementerio. Nos impresionaba ver y oír

aquel anciano rendido al padecimiento, traduciendo y

leyendo con elegancia, cual si estuvieron eSGritas en

buen español, las desconsoladoras frases del drama– turgo inglés sobre el misterio pavoraso de la tumba Le escuchábamos llenos de recogimiento y tristeza, cuando con voz lenta y cansada, pera clara, leía las amargas reflexiones de Homlet, que a nuestros oídos

sonaban, como si el Príncipe las pronunciara frente o

un sepulcro abierto en el cementerio de Granada "Alejandro el Grande muri6, Alejandro Magno fue se– pultado, Alejandro poderoso se redujo a polvo, el pol–

vo es tierra, de lo tierro hacemos barro

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Cerró el libro el anciano, caló nuestra melancolfa con su mirada lánguida de moribundo, sonri6 plácida–

mente/ se tocó el pecho con mano tembloroso, y nos

dijo

~Pero hay algo aquí que no se hace tierra

Pocos días después, el 7 de mayo de 1904, la Re– pública se conmovi6 con la noticia de su muerte Dios le había concedido tiempo para prepararse, y recibió con humildad y con fe los auxilios de la religión El de su entierro fue un día memorable para la ciudad de Granada Volviéronse a reunir todas las clases sociqles en torno de su persona, pero estaba fría y su– mergida en el eterno silencia Le vi muerto, su figu– ra era siempre de prócer Frente a su cadávr recordé la escena de Hamlet en el cementerio En su fisono– mía, sobre la cual la muerte había impreso su auste– ridad, no tenían cabida las interrogaciones de la duda y del pesimismo del Príncipe dinamarqués, sino que se leían en ella dos afirmaciones la del destina cumplido y la de la Verdad Absoluta, que vislumbrara su alma en las horas buenos de meditación y oración.

CARLOS CVllDJm PASOS

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