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EL ESPIRITU PATRIOTICO DE LA EPOCA

Deberíamos congratularnos recíprocamente por– que hemos merecido la confian:z:a del pueblo para formar su C(¡digo fundamental. Deberíamos vana– gloriarnos de ser escogidos como sus intérpretes pa– ra consignar en aquel Codigo santo su voluntad es– presada por nuestros labios. Pero, no sentís como yo, una sensacion profunda de temor que hace olvi– dar aquellas impresiones dulces, al recordar que somos también 105 árbitros de sus destinos, y que la obra que nos ha confiado y esta ya coronada de– be ser necesariamente el símbolo de su dicha o el manantial de sus desgracias?

Nosotros, Señores, no podemos ser ni sus sen– sores ni sus apologistas, porque debiendo ser el

resultado de una inteligencia pura y sublime no podemos dar garantías seguras de acierto contra nuestras pasiones ni contra nuestros errores

El hombre es constantemente juguete de las pa– siones, y son sus compañeras hasta la muerte: ni lo educacion, ni la experiencia, ni el tiempo, le pue– den sustraer de su dominio, porque ellas como las olas del mar no hacen más que sucederse de unas a otras sin faltar jom6s en su superficie. Son o

veces las pasiones tumultuarias y violentos, otros plácidos y suaves, más no por eso menos peligrosas; aquellas pueden ser combatidas de frente y con fre– cuencia derrotadas, pero es dificil vencerlas en sus diversas transformaciones lelgando a veces a cu– brirse hasta con el velo de la piedad, ellas son el verdadero Proteo de la fábula que se escapa de nuestras manos cuando creemos tenerlo asido; una mujer célebre ha dicho: qiJe son corno los tiranos que no pueden vivir sino en el trono o en las mas– morras. Nosotros pensamos tenerlas apresadas en una c6rcel infranjible, porque está osegurada con un sello divino; hemos ofrecido obrar con una con– ciencia puro, hemos puesto o Dios por tl1stigo y juez de nuestra promesa y delante de la im6gen del Redentor del mundo garanti%C1ndo tdmbién nuestra promesa con un juramento sagrado Podremos que– brantcule impunemente? Podrá ser, si nos osocia– mas a lo que piensa y dice Jaci'bi, sí

i mentiré como

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OesdémonCl moribunda, engañaré como Orestes cuando queriCl morir en lugar de Pilades, asesinaré éomo Timoleon, seré perjuro como Espaminondas, me suicidaré como :Caton, seré sacrílego como 00–

vid pues cierto estoy interiormente de que perdo– nando estos crímenes según la letrCl, ejerce el hom– bre el derecho soberano que le confiere la majes– tad de su ser, e imprime el sello de su dignidad, el sello de su naturale:z:a divina en la gracia que con– cede Esto puede decir el hombre que siente la eternidad en su conciencia.

Ha sido pora nosotros lo obra de la Constitu– cion un verdadero c:onflicto, Debíamos acaso re– trogradar?, pero entre el presente y el posado hay un abismo inmenso que nos separa. Debíamos ir o buscar los elementos de nuestra Constitucion a ICI

Metropoli a donde pertenecimos como colonos? Pe– ro fuero de que aquellas instituciones no tienen ana– logía alguna ,con ICls de un régimen republicano, no podemos valernos de las lecciones de la experien– cia, porque al ser dominados nuestros países por la España, fuimos privados hasta el tiempo de la independencia aun de la tiraníCl doméstica. Oíd como esplica el libertador de Venezuela esta clase de paradoja. "La voluntad del déspota es la ley

suprema ejecutada arbitroriamente por los subalter· nos que participan de la opresion argonizada en razon de la autoridad que 90:z:an. Ellos est6n en– corgCldos de las funciones civiles, políticas, milita– res y religiosas; pero al fin son persas los s6trapas de Persia, son turcos los Bajáes del Gran Señor, son tártaros los Sultanes de la Tartoria La China no envío C1 buscar mandarines a la cuna de Gengiskan que la conquisto. Por el contrario la Américo todo lo recibía de España que realmente la había pri– vado del goce y ejercicio de la tiranía C1ctiva, no permitiéndonos sus funciones en nuestros asuntos domésticos y administracion interior Esta obnega–

cion nos, había puesto en el imposibilidad de co– nocer el curso de los negocios políticos: tampoco gozábomos de la consideracUm personal que inspi– ra el brillo del poder a los ojos de la multitud, y

que es de tanta importancia en las grandes revolu–

ciones 1,0 diré de una vez, estábamos obstraídos,

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