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« Previous Page Table of Contents Next Page »Enero con Adolfo Vivas, amigo de la infancia, ya casaao él, pero todavía de vida inquieta, me propuso asociarme con él para fundar un diario en Managua y acepté inme– ditamente su proyecto.
Fundamos LA DEMOCRACIA Adolfo y yo. El perio– dico sería semi-oficial, ya que se fundaba con el apoyo del gobierno y se editaría en la Imprenta Nacional. Eramos, los dos, amigos del gobierno y defenderíamos la política de éste.
Primero, solo Vivas y yo escribíamos en LA DEMO– CRACIA; después, colaboro Hernán Guzmán. El periodi– co salio en los primeros días de Enero de 1901 y fue de carácter político de combate. De ideas netamente libe– rales, nuestros esfuerzos se encaminaron primero a de– fender la política del Presidente Zelaya de los duros y constantes ataques que sus adversarios -fuera del país-, le dirigían. Adolfo Vivas escribía los editoria– les. Yo, algunas crcnicas sociales -siempre fuí aficio– nado a ellas- y gacetillas; y además, me encargué de la parte administrativa de la empresa, que nos daba apenas para satisfacer nuestros gastos personales. Her– nán Guzmán, escribía artículos humorísticos, sobre asun– tos sociales y políticos, condimentados con sal ática. En ese género descollaba. Escribio en "La DEMOCRACIA" una serie de a1tículos titulados, "Las piltrafas del Cacho", firmados con el seudonimo de "EL CABALLERO DE LA TE– NAZA". Estos artículos tenían por objel0 contestar otros, publicados en Costa Rica, criticando ciertas medidas adoptadas por el gobierno nicaragüense, artículos que se– gún supimos en ese tiempo, salieron de la pluma de don Enrique Guzmán, emigrado en aquella República y padre de Hernán. Tanto el artículo de este último como el de su padre don Enrique, estaban escritos con frases cáusti– cas y humorísticas. Nunca supe si al escribir Hernán Guzmán los suyos, sabía que contestaba en ellos a su padre. "LA DEMOCRACIA" por su franqueza y su agre– sividad desplegada en sus editoriales, producía honda impresion en las filas adversarias. Salía bien impresa, con artículos bien escritos, y además, noticias mundiales recibidas por cable. También tuvimos como gacetillero a Marianito Salazar, nieto de don Mariano Solazar, fusi– lado por Walker en Granada en 1856. El padre de Ma– rianito también fue liberal y tomo parte activa en la célebre y fracasada invasion de Satoca, en 1876; prote– gida ésta por los gobiernos de Honduras y Guatemala, en contra del Presidente don Pedro Joaquín Chamorro de Nicaragua. Marianito, como le llamábamos familiar– mente, era de pequeña estatura, de buenas y finas fac· ciones, muy inteligente y activo para gacetillero, pero muy inquieto y amigo de meter forros que más de una vez nos provocaron dificultades. Como él tenía personas a quienes cobrar algo que le habían hecho, se valía de una gacetillo intencional o de fisga para saldar esas viejas cuentas. Marianito, desgraciadamente, se dejaba dominar por el vicio del licor que lo inutilizaba comple– tamente para trabajar. En una de esas caídas, como sucede con frecuencia, una pulmonía fulminante acabo con su inquieta, inteligente y activa vida atormentada por el abuso del licor.
Meses después de fundado el diario, a fines de Septiembre de 1901, llegué una tarde a visitar al Presi– dente Zelaya a sus habitaciones particulares del Palacio Nacional. Al despedirme me dijo él que llegara a su
despacho en la mQñana del día siguiente. Natural– mente fuí puntual a la cita y una vez en su oficina y solos los dos, me manifesto que como el doctor don Clodomiro de la Rocha, su secretorio partic.ular iba en mision di· plomática a Europa, quería que yo me hiciese cargo de ia Secretaría, agregándome, que reservara para mí solo la noticia del nombramiento a fin de evitarse molestias e intrigas que principiaban el desarrollarse, con motivo del viaje de don Clodomiro. Me dio, en esa misma en– trevista, algunos consejos acerca de mi futura actuacion en la Secretaría, indicándome además que debía guar– dar absoluta reserva en todos los asuntos que se trataran allí, agregándome estas precisas palabras: "ni a 1'1 almohada confíes nada". Yo, por supuesto, acepté in– mediatamente el puesto, y sellí del Palacio impresionado ton aquella nueva posicion que se me ofrecía. Me sen· tía, al par que orgulloso, inquieto por los responsabilida– des que esa posicion acarreaba. Meditando en la suerte que el destino me deparaba, tan joven, 27 años tenía; y por otra parte, tan desarreglado en mi vida, aficionado a los placeres' fáciles, en suma un calavera, me retiré a mi habitacion a reflexionar, a solas; y, confiando en mis propios esfuerzos y en -mis pocas capacidades, hice Un acto de fuerza de voluntad y resolví luchar contra mis atontadas inclinaciones y desempeñar el elevado y deli– cado cargo que se me confiaba con discrecion y activi– dad, ya que, conocimientos y práctica, me hacían, indudablemente, falta, pero con la esperanza de adqui– rirlas mientras trabajara en esas delicadas funciones. Mi vida tomaba otro rumbo. Con asombrosa rapi– dez pasaba de una etapa a otra; pero es preciso confe– sarlo: en aquellos momentos de Septiembre de 1901 no pensé en esas consideraciones. Fue, muchos años des– pués, que me dí cuenta de lo que significo para mí aquel empleo. En 1901 yo era todavía un atolondrado: lle– gaba a un cruce en el camino de mi vida, y sin pensarlo, se me abrio uno que daría a ella otra perspectiva y más amplios horizonles. Quizás en aquellas horas, apenas me daba cuenta de las responsabilidades que iba a asu– mir, aunque si recuerdo, que no dejaron de asaltarme ciertas inquietudes por mi inexperiencia en el cargo de Secretario Privado y el nuevo ambiente político en que iba a verme envuelto. Por otra parte, procuré esa mis– ma tarde no verme con amigos, y después de comer, me fuí a dormir. No obstante las emociones que había re– cibido en mi entrevista de la mañana con el Gral. Zelaya, dormí esa noche profundamentee y muy temprano de la mañana siguiente, tranquilo, lo recuerdo muy bien, me dirigí al Palacio Nacional. Llegué a las 7 de la maña– na al despacho de la oficina privada, esperando que el Presidente entrara al suyo, contiguo a la misma Secreta– ría. Ninguno de los tres empleados que trabajaban allí:
"La Chona" (Feliciano Ocampo) hábil pendolista, serio, discreto e inteligente, ni el segundo escribiente ni el portero, llegados antes que yo, no sospechaban nada. Como me conocían y me habían visto llegar frecuente– mente a la oficina, pensaron quizás, que tendría audien– cia a esas horas con el Presidente. Al poco rato, entro éste a su despacho y minutos después penetré yo tam– bién. Me acerqué al escritorio, dándole los buenos días, y poniéndome a sus ordenes. Me indico tomara un asiento frente al suyo. Sin mayores preámbulos comen– zo a leer los despachos telegráficos recibidos a esa hora
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