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Orlando W. Roberls, cuya Narración de Viajes y Avepturas se presenta ahora al público, se lanzó al rnar en una edad ternprana de su vida. De joven, al servicio de la Marina Mercante A:mericana, visiló rnuchas parles de la India, China y el He:misferio del Sur. Después estuvo ernpleado, en la :misrna parle del rnundo, en el escuadrón bajo el rnando de Sir Edward Pellew, ahora Lord Ex:mouth; y posterior– rnente, tuvo la buena suerle de fraer a Inglaterra el pri:mer barco A:mericano capturado en el Mar del Sur, eludiendo con habilidad, en esa ocasión, la per– secución de la fragata A:mericana "Essex" en el Pa– cífico, y burlando, después de una larga caza en el
Canal Inglés, al azote de los rnercantes Ingleses, el corsario True Yankey. Ullirnarnente estuvo al rnan– do de varios barcos rnercantes y posee rnuchos do– cu:mentos que dan testirnonio de su buena conducta y habilidad corno navegante. Las razones que lo indujeron a visitar las Indias Occidentales y a per– rnanecer por varios años enfre los indígenas en la Costa Oriental de Centro A:mérica, en su capacidad de traficante, aparecen en el curso de esta narra– ción.
De regreso a su país natal, Roberls fue buscado por varios e:minentes personas de rango que se pro– ponían, en aquel período de especulaciones, llevar a cabo cierlas operaciones en Cenfro Arnérica y en el Isfmo de Darien, para que les diera infonnaciones respecto al estado actual de aquella costa y las dis– posiciones de las tribus libres indígenas. El encon– tró, con gran sorpresa, que una extremada ignoran– cia sobre esos temas no solo era prevaleciente, sino que la topografía y terrenos de gran parle de la re– gión, especialmente de sitios imporlantes de la Cos– ta de los Mosquitos, la costa del Isfmo de Darien y los del interior, eran escasamente conocidos. Estas circunstancias le animaron para preparar el rnaterial de la presente narración, la que, aunque en algunos puntos deficiente, contribuirá a la gran masa de infonnación valiosa últimamente difundida respecto al estado actual del Nuevo Mundo. En otros aspectos, no dejará de encontrarse divertida. Por su educación y visilas pasadas a diversas parles del mundo, Roberls no sólo se ha desprendi– do de muchos prejuicios y sentimientos que habrían descalificado a algunos Europeos para asociarse con los indígenas y ajustarse a sus modos de vida, sino también que ha adquirido esos hábitos de observa– ción y ese talento de investigación que lo califican para dar un infonne cierlo de sus progresos hacia un estado de civilización.
Al conternplar el creciente nÚInero o el estado aC±ual de los Caribes y los descendientes de aque– llos esclavos Brnánicos que se quedaron en la Mos– quitia cuando la abandonaron los Ingleses, podernos sacar conclusiones muy opuestas de aquellos que patrocinan la pennanencia de la esclavitud, que aseguran que bajo el actual sistema de las Indias Occidentales la mayoría de los esclavos son más fe– lices y mejor proveídos de medios de subsiste~cia de
10 que serían si fueran gradualmente manumitidos y
puestos en un estado de liberlad, dependiendo sólo de sus propios esfuerzos ,pues parece que aquellos
pri:meramente mencionados, los Caribes, no solo cre– cen en nÚInero sino que están, por su propia indus– tria, arnpliamente proveídos de todo lo necesario, y muchos hasta con lujos.
Es, quizás, innecesario describir, con detalle, el rápido progreso de aquellos descubri:mien!os que Co– lón tuvo la gloria de comenzar, pero no puede con_ siderarse impropio, o ajeno al terna de la siguiente narración hacer notar brevemente aquellos <:pIe Se relacionan a los antiguos habitantes de la Costa Oriental de Centro A:mérica, y los prirneros intentos hechos por él :mismo y sus sucesores para subyugar aquellas tribus indígenas cuyos descendientes han sido recientemente visitados y descrnos por el aufor. Habiendo Colón en el año 1492 alcanzado algu_ nas de las Lucayas, o Islas Bahamas, prosiguió hacia Cuba, donde los nativos le dieron tal infonnación que lo indujo dirigir su curso hacia Haití IHispanio_ la o Santo Domingo) a cuya isla llegó el 6 de Di– ciembre.
Podernos aquí, aunque sea someramente, con– templar el delicioso cuadro presentado por el primer informe de Colón sobre la apariencia, el feliz estado y buena conducta de los inofensivos nativos, pudié– ramos detenernos con placer en su generosa y hu– manitaria conducta hacia aquel jefe y su pandilla de aventureros cuando debido al naufrgio de su prin– cipal embarcación se vieron envueltos en desgracias y dificultades. 1 * ) Mas es doloroso verse obligado a volver la vista hacia la oscura escena que siguió, y contemplar el friste cambio que la llegada de es– tos licenciosos y rapaces extranjeros, fue destinada a crear entre un :millón de gentes inocentes; pues en un corlo lapso de quince años fueron reducidos a un desgraciado remanente consistente en apenas se– senta mil :miserables y descorazonados esclavos; y
aun estos, se fueron continuamente gastando por las miserias y trabajos, de modo que en pocos años, en– contraron su único refugio en una iu:mba prematu– ral
En su segundo viaje, en 1493, Colón descubrió, las que ahora se llaman Islas de Soiavento, habita– das por una raza muy diferenie de hombres, quie– nes fierarnenie se defendieron e hicieron atrevidos ataques contra sus invasores.
El tercer viaje iuvo lugar en el año de 1498, des– cubrió entonces la isla llamada ahora Trinidad y el
(~) "Tan pronto como los isleños oyeron del desastre, se apmaron en la costa con su Príncipe Guacanahari a la
ca~eza. En vez ~e tomar v 7 ntaja de la calamidad en que velan a los Espanoles para mtentar algo en su detrimento, lamentaban su desgracia con lágrimas de sincera condolen–
c~a; no satisfechos con esta inútil expresión de simpatía, pu–
s~:ron a la mar un buen número de canoas, y bajo la direc– c:on de los ESPl.l-ñoles, ayudaron a salvar todo lo que se po– dla del naufragIO, y por el trabajo unido de tantas manos, casi todo lo de valor fue acaneado a la costa. Tan pronto como los bienes eran colocados en tierra Guacanahari en per– sona se hizo cargo de ellos. Por su o~den todo fue puesto en .un sitio y se colocaron guardas armados que mantenían alejada a la multitud para impedir que no solo se sustraje– ran sino que inspeccionaran muy de cerca lo que pertenecía a sus huéspedes. A la mañana siguiente este Príncipe visitó a 9?lón, quien ahora estab,a ~ bordo de la Negra, y se em–
pe!10 en consolarlo de su perdIda ofreciéndole todo lo que po– sela para repararla". Historia de América, de Robertson.
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