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el Dr. Arévalo, arguí que convenía mejor ir primero a Nicaragua pues aquí teníamos costas y tierra fir– me por donde llevar a cabo la invasión, que Nicara– gua quedaba 500 kilómeiros más cerca de Guatema– la que de Santo Domingo, distancia apreciable para un puente aéreo, y que una vez en terrliorio nicara– güense después del prim.er combate con la Guardia Nacional, se alentarían nuestros amigos del interior y tendríamos víveres, dinero y cooperación de todo género, con lo que venceríamos irremisiblemente al

Didador, mieniras que en República Dominicana sólo se nos presentaba el ancho cielo y el inmenso mar. Después de varias observaciones sobre las con– veniencias de ambas tesis, el Dr. Arévalo se decidió por la República Dominicana, quedando posterga– da la invasión de Nicaragua.

No dejó de descorazonarme un poco este fra– caso, porque la fa1±a de la suma pedida a Nicara– gua hizo, naturalmente, que bajaran mis acciones en Casa Presidencial y fue lo que determinó, como digo, que la expedición que debió haber salido de Guatemala para Puerlo Cabezas, en Nicaragua, haya salido en cambio para Luperón, en la República Do– minicana.

También no dejaba de decepcionarme que el esfuerzo de varios años y la colaboración presfada para el movimienfo de Cosfa Rica no habían servi– do de nada para inclinar la balanza en favor de la expedición a Nicaragua.

Todo esfo me hizo decirle al General Rodríguez al despedirme de él en su propio aparlamenfo: "Us– tedes salen por un lado para la República Domini– cana y yo saldré por oiro para Nicaragua, no como militar en son de guerra sino como hombre civil en son de paz, a incorporarme al seno de la Patria". Tanto el General Rodríguez como el General Miguel Angel Ramírez irataron de disuadirme de esa idea en un gesto de simpana por mi causa.

Andanzas I'evolucionarias

Le manifesté mi deferminación a mi bueno y

recordado amigo y deudo el Dr. Gustavo Manzana– res a don Raúl Arana Montalván y oiros amigos quienes se vinieron para Nicaragua primero que yo. Me fuí enseguida a la Oficina de la Pan Ame– rican para que me vendiera el boleto de pasaje de mi señora y mío para Nicaragua. Esta Oficina se negaba a dicha venta porque alegaba, no tenía pa– saporle con la Visa del Cónsul de Nicaragua. Al principio mis alegatos de que ese recruisito no era indispensable por ser nicaragüense a quien la Cons– illución le daba derecho a regresar, no les parecían ser muy convincentes, sin embargo, resolvieron al fin venderme los pasajes para El Salvador.

A nuesfra llegada al aeropuerlo de El Salvador no fuve dificulfad alguna por parle de las autorida– des salvadoreñas, sin embargo, el Gobierno del Pre– sidenfe Carías prohibió que el avión de pasajeros en que yo viajaba aferrizara en el aereopuerlo de To– confin, en Tegucigalpa, y ni aun sobrevolara en te–

rritorio hondureño, por lo que me ví precisado a fletar un avión que en viaje expreso nos trasladara a mi señora y a mí a Nicaragua. Nos acompañaba en este viaje mi buen amigo don Gilberlo Morales Bolaños quien expresamente había llegado de Nica. ragua para acompañarnos en nuestro regreso. El pasaporle con el que yo viajaba no había sido extendido por el Gobierno de Nicaragua, sino que lo había conseguido del Gobierno de México. Este ilustrado Gobierno acostumbra extender un pa– saporte especial a aquellas personas que por dificul– tades con sus gobiernos se les niega el derecho al citado documento. Así fue como usando esa forma de pasaporle, hice uno o dos viajes a los Estados Unidos, lo que irónicamente, dio motivo a la caída del Embajador de NicaragUa ante el Gobierno de México, Doctor don Roberlo González, pues el Ge– neral Somoza, al saber que yo estaba en los Estados Unidos, le hizo fuerles cargos a su Embajador de haberme extendido la Visa para el viaje.

El Dodor González, que ni siquiera sabía que yo hubiese salido de la ciudad de México, fue sor-

prendido por el mensaje del Presidenfe Somoza, a quien primeramenfe negó el que yo estuviera fuera de México, y luego, al saber la realidad, tuvo que admi±ir su equivocación, reiterando sin embargo, la negativa de que su Embajada me hubiese extendi_ do Visa alguna. El General Somoza, empero, no quedó satisfecho y el Dodor González tuvo que po– ner su renuncia por la desconfianza que en su efi– ciencia le demosiró el Presidente Somoza.

Este incidente dio origente a que mi amisfad, anfes fría con el Dador González, se volviera desde entonces hasta su muerle, en una amistad franca y sincera.

Recuel'dos de México

Durante esta época a que me he venido refi– riendo, es decir, durante mi permanencia en Méxi. ca, hice buena amistad con varias familias, tanto mexicanas como nicaragüenses. Entre estas deseo mencionar a la de don Amadeo Solórzano, la fami– lia Zamora, la del Ingeniero Andrés García, la del Profesor Roberlo Barrios, la del Dador Pedro José Zepeda, la del Licenciado don José Arana, la fami– lia Cifuentes y muchas otras que sería largo enu– merar. Así fambién a las familias mexicanas del Licenciado Odavio Reyes Spíndola, donde siempre fuí muy bien recibido, así como en la del Licenciado don Gabino Vázquez. A todas ellas en esfa ocasión de escribir mis Memorias, dedico un cariñoso recuer– do.

Por este fiempo llegaron a México varios emi– grados nicaragüenses, entre ellos el General Rober– fo Hurlado, quienes por razón de economía, se aco– modaron a vivir juntos en una casa de modestas con– diciones. También se apareció un norleamericano llamado W. Gordon, revolucionario de profesión, se– gún decía él mismo y quien llegó a convivir tam– bién en esa misma casa.

Es probable que el hecho de esfar viviendo jun– fos varios de los emigrados, que nafuralmenfe se pasaban fraguando utópicos planes de revoluciones, haya desperlado sospechas del Gobierno de Nicara– gua y que este haya conseguido con el de México que ejerciera alguna vigilancia sobre ellos y sobre todos nosoiros.

Sin embargo, el General Somoza y su Gobierno gozaba de tan pocas simpanas en México que has– ta los mismos defedives que se destinaban a vigi– lar nuestras acfividades, espontáneamente nos indi– caban cómo y dónde y con quienes podríamos con– seguir armas, indicaciones que nunca pudimos apro– vechar por falfa de dinero.

Incidanle panameño

Por ese mismo fiempo a que me vengo refirien– do, se enconfraban en los Estados Unidos, los pana– meños don Domingo Díaz Arosemena y su familia, y don Francisco Arias Paredes. Ambos señores lle– garon especialmenfe a México para hablar conmigo porque tenían informes, me dijeron, de que yo po– seía una buena cantidad de elemenfos de guerra y ellos querían que se los cediera.

Com.o la información que ellos habían recibido era inexada, pues yo no contaba con fales elemen– tos, lo que hicimos fue enviar al norleamericano Gor– don, con un hijo del señor Díaz, a New York para hacer la compra de armas a unos judíos de aquella ciudad, que eran conocidos del señor Gordon, quie– nes aseguraban que tenían buenos depósitos de fo– da clase de elemenfos de guerra.

Tanfo don Domingo, como el señor Arias Pa– redes, instruyeron muy bien al joven Díaz para que hiciera las compras, recibiera y iransporlara las armas junio con el señor Gordon.

Algún tiempo después de haber emprendido el viaje, regresó el joven Díaz muy confento de haber cumplido a satisfacción la comisión que se le había encomendado, asegurándonos que el armamento iba ya en camino para el lugar que se le había des– finado.

Así fue que los señores Díaz y Arias Paredes se pusieron en confado con sus amigos de Pana-

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