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« Previous Page Table of Contents Next Page »na por lo que los gastos los tuve que sufragar yo.
FelizmenÍe, esos gasÍos no fueron muy elevados unos ~24,OOO.OO- suma verdaderamenÍe ridícula si se compara con lo que habíamos gasÍado en los Íra-bajos de oíros candidaÍos. , El propio día de la elección llegó don Adolfo Díaz en avión expreso de los EsÍados Unidos a Ma– nagua. La expeclación de todos era muy grande, pues se creía, corno generalmenÍe se dice, que Íraía en la bolsa la Presidencia. Pero en realidad no ha– bía nada de eso.
Cuando el Consejo Nacional de Elecciones esÍa– ba preparado para hacer el escrutinio, pasó una cir· cular invilando a varios de nosoÍros para que fué– ramos a presenciar el aCÍo y conocer el resulfado. Mas corno yo me sospechaba que el resultado nos sería desfavorable no quise ir, pero Adolfo Díaz sí fue
y estuvo allí deparliendo animadamente con todos viendo cómo se iban anotando en la pizarra las ci– fras de nuesÍro fracaso. Hay que conocer personal– menÍe a Adolfo para poder apreciar su sangre fría
y su presencia de ánimo, los que le dan un gran po– der sobre los demás. Después de éSÍo, Adolfo se re– gresó a los EsÍados Unidos donde permaneció por varios años y últimamenÍe se ha radicado en San José de Costa Rica en compañía de algunos de sus sobrinos.
Las elecciones habían sido supervigiladas, esta vez por el General Woodward y un cuerpo de Mari– nos norleamericanos. Las cifras obÍenidas por el Parlido Conservador fueron cosa rara, similares a las obtenidas en la elección anÍerior de 1928. Y digo cosa rara por razón de la ínfima suma de gastos de propaganda hecha.
Propuesta de Moncada
Recuerdo que cuando estábamos prOXlmos a la elección, enconÍrándome absolutamente sin dinero, me preocupé mucho y pensé desisÍir de la lucha si Adolfo no enviaba algún dinero ofrecido. En este es– Íado de ánimo eSÍaba cuando tuve una conversa– ción con el General Moncada quien me propuso que combatiéramos la candidatura del doCÍor Sacasa, pe– ro no con la de Adolfo Díaz sino con la de don Anto– nio Barberena, quien nos daría los gasÍos de la cam– paña elecforal y nos ofrecía la milad del Gobierno
y darnos la Vice-Presic:iencia.
La propuesÍa era bastante halagadora y yo se la transmití por cable a Adolfo que era el único lla– mado a aclarar su verdadera posición ante el Gobier– no Americano, puesto que una campaña así, sin di– nero, no era posible hacerse con éxito. Yo le pedía me dejara en liberlad para dar una contestación fa– vorable a la propuesta.
Pero la respuesÍa de Adolfo a mi mensaje fue una respuesta sibilina. Mas Íarde supe que esa con– Íestación había sido formulada en combinación con nuestro amigo el Dr. Zepeda. Tal respuesta me de– jó sin deseos de volver a conversar con el General Moncada, porque comprendí que no era del agrado de Díaz, puesto que lo que yo le pedía era abando– nar su candidatura, y aunque yo lo hacía, en ver– dad, para salvar un poco al Parlido Conservador, no quise, sin embargo, insistir por las consideraciones que le debía a tan distinguido y apreciado ~migo.
Convenio sobre la Guardia
En el último día de la campaña elecÍoral, a mi regreso de una gira por las Segovias y Jinotega, el Ministro Americano, Mr. Mathew E. Hanna, me invi– tó para firmar un Convenio con el candidato Dr. Sa– casa, por el cual se establecía que el Jefe DireCÍor de la Guardia Nacional sería un miembro del Parli– do ÍriunfanÍe en los próximos comicios, nombrándo– se de segundo a OÍrO del Parlido conÍrario, y así, al· ternativamente, se completaria la alfa Oficialidad y después los soldados rasos que serían escogidos de entre ambos Partidos, de esa manera eSÍableciéndo– se la apoliticidad de la Guardia.
ASl fue como figuraron en ella elementos de va– lía, entre oíros, el Ing. don José Andrés Urlecho, egre– sado de WeSÍ PoinÍ, a cuyo cargó había estado la
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Carlera de Relaciones Exieriores, y don Gustavo La.– cayo, quien había sido MinisÍro de FomenÍo, ambos miembros prominentes del Partido Conservador.
La .Jefatura de la Guardia
El General Anastasia Somoza García, que fue el escogido para ejercer la Jefatura de la Guardia, qui– so después eliminar a esos señores y con el preÍex_ to de que estaban conspirando, les formó un Con_ sejo de Guerra, el que los enconÍró culpables y los suspendió del cargo. De manera que hasta hoy no hay ningún Conservador en dicho cuerpo armado. La Guardia Nacional, -me refiero a lo que Se puede llamar el EsÍado Mayor- en lugar de ser un organismo apolílico es un ejército personal de la fa– milia Somoza. EsÍa es la realidad basada en las pruebas que una y otra vez la Guardia Nacional ha dado al país. Bien puede suceder que tal hecho Se deba al caráCÍer paternal que Íuvo para ella el Ge– neral Somoza García y a las cons±anÍes dádivas que hacía a sus míembros.
DuranÍe el período presidencial del doCÍor Saca. sa visité en varias ocasiones la Casa Presidencial, pero con más frecuencia visitaba al Jefe DireCÍor de la Guardia Nacional, General Anas±asio Somoza García, quien parecía dispensarme bastante cariño y con quien muchas veces hablaba de sus posibili– dades de llegar al Poder. Con ambos poderes me manÍenía, pues, en buenas relaciones personales.
Candidato a Senador
Cuando se llegó la época de elegir una parle de la RepresenÍación al Congreso Nacional, resolví yo lanzar mi candidafura para Senador por el Depar– tamen±o de Mafagalpa, si el Dr. Sacasa me ofrecía 9:ue las elecciones serían completamente libres. Si el me lo prometía, lanzaba mi candidatura, si no, me abstendría de hacerlo. Pero antes de hablar con el Dr. Sacasa conversé sobre el parlicular con el Ge– neral Somoza, para informarme de su parecer en eSÍe asunto, y él me dijo que si el Dr. Sacasa me ofrecía la liberlad electoral, enÍonces él iba a enviar un amigo suyo a Matagalpa para que me ayudara en la elección.
Con esa promesa visité al doCÍor Sacasa y le ha– blé de mi propósito de lanzar mi candidaÍura para Senador siempre que el Gobierno me prometiera ga– ranÍías de una compleÍa liberlad elecioral en el De– parlamento de Matagalpa. Le informé de que yo no deseaba ningún favor sino una comple1a igual– dad de garantías con el candidato del Gobierno. El Dr. Sacasa me aseguró que tendría esa necesaria li–
berlad electoral.
En vista de lo anterior hablé con mi amigo el Dr. Alejandro StadÍhagen para que lanzara su candi– daÍura a DipuÍado por el mismo Deparlamento.
Intervención de la Guardia
Pero desde el principio observamos que ni las promesas del doctor Sacasa, ni las del Jefe DireCÍor de la Guardia Nacional serían cumplidas. Envié un Íe– legrama al Presidente Sacasa, desde San Isidro, a las primeras intervenciones de las autoridades en conÍra nuesÍra, y él me conÍesió que se informaría sobre el parlicular. NaiuralmenÍe, desde que ví que el Liberalismo oficialista había tomado como candi– daÍo a don Francisco Somarriba, liberal de valía, de– cano de los liberales de Matagalpa, comprendí que esa candidatura era para enfrentarla a la mía con el propósito de derrotarme, pues en ningún caso con– sentiría. el Liberalismo oficialisfa que el Sr. Somarri– ba fuese el perdidoso.
Efectivamente, como me lo imaginaba, sucedió. A medida que la campaña avanzaba nuesÍros corre– ligionarios eran malfratados, y para colmo de ma– les, el Jefe Director envió a un Comandanie de la Guardia Nacional para que infundiera el Íerror en la casta indígena, lo que hizo triunfar la candidatu– ra del Sr. Somarriba.
Los tifulares de los dos poderes, omnímodos en– fonces, la Presidencia y la Jefatura de la Guardia, fueron muy insinceros, y ninguno de ellos cumplió
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