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« Previous Page Table of Contents Next Page »manifiesto: la recíproca anfipaiía que nos distancia a Combs y a mí desde que nos conocimos; antipatía que ambos disimu– lamos según es de rigor entre dos per– sonas que Se suponen decentes y que se dicen diplomá±icos... Esta nuestra an±ipa– fía mutua no es, de mi paríe a 10 menos, premeditadamente deliberada y gratuita, sino meramente instintiva. Ocurre con los yanquis y nosotros los mexicanos, lo que con los perros cuando se encuentran en cualquier sitio (la comparación es ma– la, ya lo sé, pero no hallo otra que me sirva mejor): ellos, los yanquis, represen– tan al mastín enorme, fuerte, gordo y lu– cio; y nosotros represen±amos a un perro haría menor, más débil, medianamente nutrido y de malísimas pulgas ?,voy bien'? Nos miramos de reojos; sin quererlo, se erizan nuestras respeC±ivas pelambreras lumbares en señal de hostilidad; no pue– de precisarse si noS sonreímos o nos en– señamos los dientes; nuestras primeras tanto pueden ser palabras como gruñidos sofocados; es menester que tercie la edu– cación, o el inierés, para que la en±re– vista o el parlamento se terminen a la buena de Dios, y en ocasiones, hasta para que sea el principio de una amistad cor– dial; pues los yanquis, dígase en su ho– nor, individualmente son muy tratables y lucen excelentísimas prendas morales con las que se ganan la simpatía y el cariño ajenos, pero como nación, corno pueblo, son odiosos, intratables y de se– rio peligro.
Hay otra razón para que Combs, en el fondo me mire con malos ojos, pues el motivo ha de dolerle a modo de agu– da espina que nunca aceríará a arran– carse. No obstante el poder gigantesco que representa, sólo los políticos acógen– lo con mieles y sonrisas, 10 reverencian, complacen y se pliegan a sus menores caprichos de ídolo. La gente extraña al Gobierno: clero, buena sociedad, los hu– mildes que son dondequiera la inmensa mayoría, víctimas perpetuas de las "au– toridades cons±i!uídas", como desde ha– ce años palpan el maifiesto apoyo que les prestan a éstas los diplomáticos yan– quis,-en ese apoyo figura a la cabeza "ignorar" el cúmulo de atrocidades que impunemenie perpetran los gobernantes grandes y chicos; rehusar oídos a quejas ni lamen±aciones; negar sistemáticamen– fe foda especie de alivio, ni moral siquie– ra, cuando si ya lo hubiesen hecho, ha tiempo que esto caminara reC±amen±e,– esos grupos sociales han parado en la in– ferencia racional y lógica de que tales diplomáticos han sido y son los cómpli. ces, hipócritas o descarados según mejor les conviene, de sus implacables verdu– gos. De ahí que no los traguen, que sólo los soporíen porque no pueden menos. Y
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en su tremendo desamparo, han vuelío sus ojos a México, a pesar de que con ello aumentaron en su contra las rudas me– didas de represión y persecución,-luego diré el por qué,-y en la legación mexica– na, hallan refugio, consuelo y defensa. Así se ha registrado el fenólueno curioso de que, a partir del en±ronizamien±o en el solio del partido liberal gua±emalíeco, los Gobiernos y el elemento oficial se be– ban los vientos por los enviados de la Ca– sa Blanca, y a nosotros los que venimos del vetusto Palacio de los Virreyes, nos profesen entrañable enemiga, en tanto la gente buena del país abomina de los yan– quis y por nosotros se perece.
Combs, que no es ningún rana, está al cabo de la calle y lo exaspera la preferen– cia en favor nuestro.
Ya metido en estas honduras no huel– ga desentrañar, una vez por todas, las viejas causas de esas encontradas simpa– fías. Jus±o Rufino Barrios, el tirano-tipo que hasta después de muería creeríase que desde su monumento de bronce que en el Paseo de la Reforma lo perpeiúa de espaldas a los hechizos de "La Auro– ra" y a los arcos de piedra que mediana– mente oculían tan preciosa finca cam– pes±re, creeríase, digo que feroz y san– guinario viniera desde el fondo de la sel– va, al correr desatentado de su corcel, no a implantar la liberíad y extinguir el obs– curan±ismo, sino a pasar al filo implaca– ble de su espada, a los habitantes de la ciudad y a los de la República entera que no comulgaran con sus ideas ni lo obedecieran y acataran como a un semi– diós. Cuando a su vuelía de México se en– cargó del poder supremo en esia su ±ie– rra, traía consigo el deslumbramiento que, visto de lejos y superficialmente, provoca la figura de nuestro Beni±o Juá– rez, cuyo juicio de residencia aun no se concluye entre nosotros sus coterráneos; y a los principios de su mando, que sólo había de truncar la bala,-¿gua±emalíe– ca'? .. ?,salvadoreña'?... -de Chalchuapa al cabo de los años, por Juárez signábase y juraba a todas horas, y sus sistemas y
prédicas trató de es±abecer y de copiar en su administración. Pronto acabó la lu– na de rniel internacional, en cuanto vol– vieron por sus fueros la envidia, el inf.e– rés, las fricciones y los distintos puntos de vista a la fuerza existentes entre dos pueblos contiguos; que es regla fatal e ineludible el que hermanos y vecinos, cuando no alcanzan los extremos de Caín, sí que vivan riñendo de continuo hasta por quífame allá esas pajas y, en ocasiones, que lleguen a las manos, pro– testando cada cual que la justicia milita de su lado: la ef.erna historia! Hay, ade– :más, en el caso de Gua±emala, oiras dos causas poderosas que explican, si no san-
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