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Ofreció el maestro hacerlo como mi ami– go lo deseaba, y coriándole el cabello a pun– ta de tijera le dejó muy largo únicamente el copete co'n lo que el campesino hacía una figura como la de los :r;etratos de; ahora :,e7 senta años, pero que a el le parecla lo mejor y más natural del mundo.
En seguida tomó el barbero una botella de agua y bañó con el contenido la cabeza de tia Climas, que me dijo:
-",Creerá este inglés que yo soy como él, que no estoy bautizado, que me está vol– viendo a echar el agua'?
-No es bautismo -le dije-, sino lava– torio.
-Pues eso -replicó él-, dígale que lo deje para el jueves santo, y que me lo haga en los pies, cuando salga yo de apóstol, y no en la cabeza, que no hay necesidad de que me la lave nadie. Me bañé antes de salir de "El Purgatorio", y si aquí se usa la–
varse y "resurarse" dos veces al día, yo lo
hago cada dos meses, cuando bien va, y de esto no salgo, porque ha de saber usted, ve– cino, que no de balde dice el dicho que "la cáscara guarda el palo".
El peluquero continuaba tranquilamente su operación, sin comprender la mitad de lo que decía tia Climas. Tiró de la brocha mecánica, que descendió hasta pOnerse en contacto con 1", cabeza de mi vecino, y con el rápido movirniento de rotación que impri– mió al aparato un muchacho que daba vuel– ta a la cigüefia en la pieza vecina, pasaron y repasaron las agudas púas de cerda de la brocha sobre el cráneo de tia Climas, que al experimentar .aquella sensación extraña y nueva para él, creyó que le desgarraban el cuero, y lanzando un reniego, gritó:
-Eso no, por vida de ... , si me encajan esas espiIl.as en el casco, lo degüello con es– ta navaja-o Y tomando una que estaba so– bre la consola, se disponía a efectuar su
amenaza.
-Basta ya -dije al barbero-, este se– ñor no está acostumbrado a esas operacio– nes, déjelo usted y concluyamos.
Don Climaco, ciego de cólera, arrojó dos y medio reales sobre la mesa, y Se salió a la calle, con el peinador atado a la garganta y con el gran copete levantado, como se lo de– jó la brocha mecánica. Tuve que salir a lla– marlo y hacerlo volver, ofreciéndole que no se repetiría lo que tanto lo había enojado.
16
La peluca
Restablecida la paz, terminada la operación, y habiendo yo comple– tado disimuladamente la paga, mi vecino y yo
íbamos a :marcharnos,
cuando entró en la bar–
bería una :mujer con un
peluquín de señora, de lds que se usan en los bailes. Era una criada que iba a devolver el peinado, por ser los ca– bellos más rubios qu" los de la dama a quien estaban destinados. Al ver aquella profu– sión de rizos, de tan hermoso color, me dijo tia Climas.
-Vea usted, vecino, ¡qué linda cabelle– ra de ángel! Si la vendieran, yo la compra– ba. ",Cuánto se dejarán pedir por ella estos ingleses'?
-No es cabellera de ángel -le contes– té-, sino peinado para señora, y según creo,
vale diez y seis pesos.
-Es "caliente" -replic6 rrti amigo-,
pero tal vez rebajen.
-",y para qué quiere usted ese pelu– quin'? -le dije yo.
-",No dice usted que eso lo usan las mu– jeres'? Pues guárdeme el secreto, quiero esa
cabel~era para darla de "cuelga" a la Brígi– da, el día de su santo, que ya viene. Pro– póngales ocho pesos.
No pude dejar de reírme de la simplici– dad de mi amigo, que pretendía colocar so– bre los negros y gruesos cabellos de la seño– ra Brígida aquellos rubios, sedosos y ondu– lantes bucles, pero por darle gusto, hice la propuesta. El barbero, que no veía probabi– lidades de salir :muy pronto de la prenda, pidió catorce pesos, y mi amigo que se había encaprichado en poseer el dichoso peluquín, ofreció hasta doce, lo que fue aceptado.
Contentísimo coIl. su adquisición y figu– rándose ya a su cara mitad, hermosa como un serañn de retablo con la rubia cabellera, se despidió del barbero, diciéndole:
-Adiós, señor "Monsieur", nos veremos
en el Agosto, que volveré a la feria y vendré
a "resurarrne" y a "pelarme" en Su Henda,
con tal de que ni me eche harina en la cara, ni me arrime otra vez la brocha.
El barbero le ofreció que se haría lo que él deseaba, y saliendo del establecimiento, nos dirigimos al mesón, llevando mi vecino la cabellera con más cuidado que si fuera una velá encendida que pudiera apagar el más leve soplo de viento.
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