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« Previous Page Table of Contents Next Page »(1) Don Flaneisco MOlllzán, hijo de Dóña Franci~ta Moncada, soltera, nació en Te¡;¡ucigulpa ACOlflDai'ió a su padle en Costa Rica; a él le dictó su tú3tumento el GeneHtl ];1mazán Contrajo matrilllonio en El Viejo eon Doña Carmen Venel io. Se radicó en Chinandegn, dando fue Vice-Cónsul de Bó:gica Falleci6 en 1904: V la nota fol 75 y Montero Barrantro, Ele– ment03 do Hhtolia, t 1, p 266
(2) 1';1 General José Antonio Ruiz nació en Tegucigalpn como hijo del matlinwnio dd ProcmadOl' D Eusebio Ruiz con Doña Rita Zelaynndla
(3) nylOn Cole, uno de ellos, copropietario del ;pnri6dico en que 'Valker trabajó como el1itol, antes y rlespués de BU expedición a Sonora r~a prl· mera vez que vino a Nic:¡,ragUl\ se embr.rcó en San !,'rnncisco de California el 15 de Agosto de 18iB, "acoinpaiiado de :Mr William V Welh, el cual
t{!~lía pumtos los ojo.'! en Honf!luas", haciendo juntoa el viaje halta Lcón Obtuvo de D Flancisco Caste1l611, Director Suplemo de Nicaragua, una C01ltlata "pala enltanchal fteseientos llOI>lbl'c.'! destinados a plestar servicio mi\ital en Nicaragua, flebic-ndo lo~ oíicialC3 y soldadol re~ibir un sueldo mensual eSlledfieado Y ciNtu númeto de acres de tiolra telminnda la cam– llafia Con este couhato legles6 Cale a California en 10!l Primeros dlas de NovlemJne y en el neto fue a VOl a V\'alk<'lr ~ll\1a interesal10 en la empreQl\" Por cOllseio de éste y pala no infl ingit la llamada ley de neutrlllidail, Cole
ObtllVO una nueva conhata de Castellón llara eoloniziu, en vhtud de la cual deloían introdueÍlse tlcacicntol americanos a Nicalagua" Antes de la !le gnda n. NicUlap."un del P1 imel contin~ent.! de filibusteros, Cale estuvo en Olancho, atraído POl la fama de aquella rica regí6n aurífera Walker le dio el g-i.ado de Coronel, pero "11 bautismo de fuego tuvo re.~ultados desas hosos para lu.'! fiJibustclOS: c0mandando ciento veinte hombre.~ fue com– pletamente dcshecho por el Curonel nicara~iienqe José Dolore8 Estrada en la mell10wble jornada de San Jacinto el 11 de Septiembre d(! 1856, y muerto dog días después por unos campesinos que lo Aorplénrlieron fugitivo; aunque Walker le atribuye una muerte menos deshonrosa afirmanfl0 que muri6 en el combate miBmo: V Walker. op cit, pp 16. 16, 65, 254 y 265,
dia. (1) El General Morazán dejó otro hi. jo, el General Ruiz (2), que reside en Tegu. cigalpa. Se parece a su padre de acuerdo con los retratos que he visto, pero ahi íermi_ na iodo parecido. Muy raramente sucede que los descendientes de los grandes hom_ bres heredan las mejores cualidades de ésíos,
Mientras llegaba un paquete con carias
de presentación, recorrimos los campos veci..
nos hasta muchas millas fuera de Chinande_ ga para visifar las haciendas y pueblecifos,
y en una ocasión principiamos con un guía a hacer un ascenso a El Viejo, lo que, según varios amigos residentes aseguraban, nunca se habia logrado. Circunstancias especiales, sin embargo, nos obligaron a desis±ir del ín~
tento. Al fin llegaron las carias esperadas, lo que nos permitió proseguir nuestro viaje y, después de dos dias de consuHas, se llegó a un arreglo final con mis compañeros (3), decidiéndose que yo proseguiría solo hacia Honduras ya que las exploraciones y coníra– tos a efectuarse allá sólo requerían los ser– vicios de una persona. No me separé de mis amigos sin experimental el más profun~
do pesar. Juntos salirnos de California y hasta aqui habiam.os comparfido penas y ale– grías. A las atracciones de su agradable compañia se agregaba la amistad cálida que nos unia y un infimo tralo desde los viejos dias en California. No obsianle, para mi ha–
bía encanto en aventurar solo en una región aislada e inexplorada como la que iba a vi– sitar. Reforzado con lisonjeras carias para los ciudadanos principales de Honduras, bien provislo de doblones y seguro de que mi em– presa, de tener éxifo, abriría posiblemente un rico distrito mineral a la industria norte– americana, esperé con placer e impaciencia el dia de continuar mi viaje.
con ganas de pelear, pasó ligero al mando de un oficial de aspecto resueHo, que pare– cía pegado a su caballo. Todo el mundo es– peraba un combate, pero después de una ho– ra de inceriidumbre, regresaron y las ban– deras se arriaron, las casas y las ±iendas se volvieron a abrir y las calles por la tarde es– taban llenas por grupos de polí±icos conoce– dores, comentando los sucesos del dia. Co– zno en anteriores ocasiones, una gran can±i~
dad de valores habia sido ±ransporiada a to– da velocidad a las casas de los cónsules nor– teamericano e inglés, pero fueron devuel±os la misma noche. La vida en Nicaragua en liempos de revolución es, en el mejor de los casos, una sucesión de alarmas.
Las visitas en Chinandega se hacen co– múnu16n±e después de la caida del sol, cuan– do se supone que los quehaceres diarios del hogar han terminado. A esas horas la se– ñorifa sale de su casa con su negro y lusfro– so pelo trenzado y elegantemente recogido detrás de la cabeza. (Las españolas son im– pecables en la manera de arreglar su cabe– llera 1• Sobre sus hombros llevan un ligero y vistoso chal con el que alcanzan a envol– ver su cintura. Las manos y los pies peque– ños no son una exc~pción aún enfre las tra– bajadoras humildes, y es raro encontrar una centroamericana de andar desgarbado. Ouien haya viajado por el pais no puede ha– ber dejado de observar su pode erecto y su paso fácil y gracioso. En cuanto a las cla– ses humildes esl0 se debe a la perenne ta– rea de llevar ±inajas de agua sobre la cabe– za, postura erguida que les permite mejor equilibrio en el peso. Se adquiere también elasficidad, al andar sobre el pavimento de las calles, que requiere del viandante ejerci– lar los músculos de pantorrillas y dedos.
Al visi±arse, las dmnas llevan a cabo una pequeña y bonila panlomima, algo asi co– mo un abrazo que termina con palrnadifas suaves en la espalda. Hecho ésio, las visi– taníes se sientan alrededor de la sala y co– mienza la charla inmediatamente y sin nin– guna limitación. Se fuman cigarros general– mente como una especie de eslirnulo para la sociabilidad. Hay, no obstante, una tenden– cia hacia la fonnalidad y una manera seria y esfirada de sentarse en la sala para no per– der el estilo de 1 dmna realmente elegante y delicada. Entre las damas hay una muda sinceridad. Uno rara vez es engañado por ellas y la infidelidad es más rara aún que lo que pretenden los difamadores habiíuales de las mujeres de Centro América. En una oca– sión, al llevarse a cabo una reunión en la sala del señor Monlealegre, fui presentado a don Francisco Morazán, hijo natural del General. Tenia varios de los rasgos del pro– minente hombre de quien descendia, pero en caráC±er era tan diferente como la noche del
Los Montealegre nejo de mi equipaje.
se encargaron del ma– Hasta la última hora
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