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· Los huecos de la lodosa vía se convirtie– ron en grandes charc,?s, a trav:és de los cu<¡l– les y encizpa d,e las '!regularlda<!es del c!il– mino segulamos, hajl:llendo. camblado nue~­

tro último romántic(:> entuslasmo en un Sl– lencio pensativo, oqasionalznente interruzn– pido por el grito de <¡.lguien del grupo que se había perdido en la espesura. De cuando en cuando, en el aire caliente de la noche, el croar de los sapos y las ranas y el grito de las aves nocturnas n;os llegaban penetrantes y monótonos desde los pantanos que nos cir– cundaban, mientras el resoplido ocasional de nuestras bestias, cu,!,ndo tropezaban dando

con la nariz en el sualo, parecía un alivio en

la selvática soledad de la ruta.

Estábamos a una milla de Rivas cuando salió la luna, haciendo nuestro camino más visible· y pronto el ladrido furioso de una manada de perros nos confinnó que entrá– baznos a los arrabales de la ciudad.

Las casas de paja y teja eran znás fre– cuentes y el ruido de los perros atraían a su pueria a los perezosos campesinos, que nos escudriñaban con la mano puesta a modo de visera en la frente, mientras chapoteaba– mos, contestaban brevemente a nuestros sao ludo y nos o,bservapan en siler;cio hasta que desaparecíamos en la obscundad. Al vol– tear una esq1iina fonnada por una línea de casas bajas de adobe y encaladas, atravesa– mos una calle medio empedrada, en un si– lencio de tumba, y cabalgando por ella lle– garnos a la gran Plaza de Rivas, que vimos a las 'rayos tenues de la luna, con su iglesia inCOnclusa y sus buenas residencias presen– tand9 un espectáculo más impresionante del que €lllperábamos y provocando esperanzas gratas para la mafiaÍla siguiente.

Seguimos al Doctor hasta la pueria de la caSa más imporianfe de la plaza, de don– de sali6 un caballero que nos hab16 en in– glés y se nO¡3 presentó corno el Dr, Coleo Con éaracterística hospitalidad fuimos invitados a

ap!3arnos; se prepararon hamacas y camas para nuestro grupo, se envió un muchacho a encontrar a nuestros arrieros retrasados con

las mulas de carga, y media hora después se nos dada una cena con café caliente, huevos y pan dulce, preparada por la propia señora

de la casa, con quien nuestro anfitri6n se ha– bía casado recientemente, siendo ella miem– bro de una de las primeras familias del De– pariamento.

Mienfras se preparaba la cena dimos un paseo por la calle más cercana, ahora ilumi– nada claramenfe por la luna, y pasando por las ruinas de la iglesia de San Felipe, des– truída hacía algunos años por un terremoto, llegamos a un cuariel de madera y barro, con una tronera fuera de la cual emergía la boca de un pequeño cañ6n. La voz fuer– te y de alamia que nos grit6: "Quién vive?" nos presuadió de que estábamos en una ciu– dad acuarielada. "La Patria", confestamos. "Qué gente?". "Nicaragua.!". No obstante el

perntiso para continuar nuestro paseo, ya es–

tábamos demasiado cansados para satisfacer nuestra 'curiosidad y volvimos sobre nuestros pasos. Después de la agradable cena, en– cendí un cigarrillo que nos brindara la se–

ñora, eniraznos en conversación con nuestro

anfitrión, caballero inteligente y bien educa– do, cuya vida, pasada en las ciudades del Sur. había sido una rueda inci:esante de agi–

taciones: Texas, México, California, China,

Centro América. Cada una había sido res– pectivamente teatro de sus numerosas aven– turas. Finalmente se había establecido en Nicaragua, según decía, por los lisonjeros atractivos del país. Aquí casó con la hija de un rico cultivador de cacao¡ y siendo él un médico de profesión se había ganado la con– fianza y la buena voluntad de las gentes. Le pregunté cómo había hecho para descar_ lar los escrúpulos religiosos de la dama, ha– biendo yo oído decir que s610 a los cat6licos les era permitido casarse por los rjios de léi iglesia entre las familias nativas. Me repli. có que aunque se creía ser ese el caso, taleS objeciones eran raras, y si las había borrá. balas el afedo de la dama o el interés de sus padres.

4a noche era ya bashinte avanzada cuando, disponiendo de la hospitalidad ama– ble de nuestro anfitrión, nos refiramos a des– cansar y dormirnos profundamente, a pesar del balido de un cabrito y de las picadas de esos indispensables artíéulos caseros: las pul– gas.

-H-

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