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ESTA EN LA CUSPIDE
y YA NUNCA LA PODRA EXCEDER
JORGE FIDEL DURON
Como si hubiera previsto con antelación el problema final de su vida, en la dedica– ioria de su libro "Perfiles de Valeniía", el enionces Senador Kennedy había ciiado las palabras de Charles James Fox en elogio de oiro líder, (Edmundo Burke): "Esia es la cúspide y ya nunca la podré exceder . "
John F. Kennedy en realidad había lle– gado a la cúspide en iemprana edad y ya no podía exceder en mucho iodo lo que ha– bía hecho en su apresurada vida. Su pen– samienio vivo es de ial hondura que difícil– menie podía un hombre de su reciedumbre escalar con más firmeza mayores peldaños hacia la definiiiva inmortalidad.
Conociendo, como muy pocos, los com– plejos problemas de nuesiro fiempo, recor–
darnos que en su discurso inaugural corno
mandaiario, entre oiras cosas inolvidables él había dicho: "Lo que hay que hacer no po–
drá terminarse ni en los primeros cien días,
ni en los primeros mil, ni en el espacio de
una administración completa, ni quizá en
la expansión de ioda una vida. No obsianie. la iarea debe empezar". Lejos esiaba de
i:rnaginar que se converiiría ~n una víctirna
de sus grandiosos designios y en símbolo per– feC±o de una gloriosa aveniura.
Tal vez sea muy iemprano para hacer
una certera evaluación de su enonna contri–
bución en la búsqueda de soluciones para los consianies males que asedian a la huma– nidad. Pero, una cosa es sabida. Con su innegable aporíe ya se puede ir avanzando con paso firme y seguro sobre el ierreno es– peculafivo con que él iropezara al iniciar su gesfión y, seguramenie, ésio ha de impresio_ nar decisivamenie a los que mañana esiu– dien las cambianies faceias de su vida múl– fiple.
Su libro mismo, al decir de Allan Nevins, auior del preámbulo, indica que razonable– menie el pueblo americano le da valor más singular al caráC±er que al inieleC±o de un hombre. Y esio es así de iodos los pueblos; pero el pueblo de los Esiados Unidos de Amé– rica supo demosirarlo con creces llevando a la más alía magisiraiura a uno de los más relevantes represen±afivos de un caráC±er fuerie, dinámico e irreducfible. Y como ba– se del caráC±er rubrican desde luego su efi– cacia los principios básicos de la modera– ción, el orden y la jusficia.
En John F. Kennedy la viriud cimera es– iaba en su resolución iemprana e inquebran c
iable de dedicarse, con iodas las fuerzas de su alma, al servicio público, pese a iodos los peligros, a iodas las amenazas y a iodos los riesgos que una devoción semejanie enira-
ña, aún en los pueblos de civilización más
avanzada.
Pero, para el Presidenie Kennedy esia devoción eclipsaba iodo oiro senfimienio de caiegoría secundaria. Y es que, corno lo afir– ma su biógrafo James MacGregor Burns, a pesar de su juveniud e inmadurez, desde un principio Kennedy demostró una impresio_ nanie eficiencia legislafiva, un claro senfido políiico y un profundo equilibrio iriieleciual. Esios ires dones prevalecerán en sus días de funcionario ejemplar en ial medida que, a pesar de la edad y de la llamada inmadurez, resulió ser siempre un mandaiario preocu– pado por la superación consian±e que sirvie– ra para dejar marcada en forma indeleble la huella de su paso por el poder público.
Es labor difícil siniefizar iodos aquellos ingredienies que coniribuyen a hacer gran– des e imperecederos a los hombres. En nues– iro concepio, lo que hizo excepcional a John F. Kennedy en una fierra donde consianie. menie la excepción se muliiplica, es su capa– cidad creadora y el impulso social revolucio– nario de su obra.
De suerie que, si alguien quisiera resu–
mir en breve y concisa exposición lo que en–
cerraba y en lo que consisiía su ideología
podría aventurarse y decir, para iniciar el co–
loquio que, acior en la iragedia de la II Gue– rra Mundial procuró seniar las bases para eviiar la repefición del flagelo con su aire– vido Plan para la Proscripción del Uso de las Armas Nucleares; como ciudadano de los Es– fados Unidos de América le dio vital aliento a las medidas que harían efeciivos los Dere– chos Humanos en contra de la Discrimina– ción Racial, aún a riesgo de malquisiar parie de su caudal polífico; como ciudadano de América se percaió en forma diáfana de la necesidad de equiparar a los pueblos del Confinen±e en su magno Plan de Alianza pa– ra el Progreso; y como hombre generoso,
cristiano y humanitario, concibió en toda su
bondad y hermosura la eficacia de los Cuer– pos dej Paz.
Con sólo esias cosas en las que se vislum– bra y resplandece el fuego inierno que ani– maba su vigoroso espíriiu, ya iendría lo su– ficienie para un reclamo eierno y definiiivo a la inmoríalidad. Y si la Humanidad eS
sabia y comprensiva, si reacciona y sabe
cumplir iodas esias admirables empresas pa" ra lograr nO menos incomparables fruios, io– do ello hablará elocueniemenie a las gene– raciones del porvenir para consiiiuir su me– jor monumenio en el agradecido, aunque hoy airibulado corazón de iodos los hombres de la fierra.
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