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« Previous Page Table of Contents Next Page »ce tañido que llegaba hasta nuesfra cama a sacudirn9s, y a darnos los buenos días!
Mar;tes, jueves y sábado de cada semana, ocurría algo extraordinario. '
Erar¡ los, días en que las diligencias de don Pedro Manzano, al sonido de los casca– beles de las colleras de sus mulas, el resta– llido de $US látigos y el grito gutural de sus aurigas, recorrían las calles capitalinas reco– giendo los pasajeros para el puerto, para San– ta Tecla, o Cojutepeque".
Vaya lo anterior como un simple antece– dente. Ya en otros ensayos hemos tratado acerca de la narrativa salvadoreña, desde un punto de vista histórico, siguiendo un orden cronológico. Hoy intentaremos algo diferen– te, algo de índole sistemática y literaria.
Nuestra narrativa --novela y cuento– se dirige por dos grandes vertientes. la regio– nal y la universal.
La primera, la de orden regional, a ratos un tanto exagerada y hasta ca,ricaturesca, tiene a los comienzos, gran predilección por la vida campesina, más tarde, se vuelca ha-cia la ciudad o el pueblo. ,
Anlbrogi fue el verdadero ipiciador de este tipo de relato, que había luego de en– contrar modalidades más eficaces en Sala~
rrué. Entre estos dos nombres, que signifi~
can bien definidas tesituras, se desarrolla ca– si toda nuestra narrativa regiona,lista.
Don Arturo Ambrogi venía, cpmo acaba– mos de verlo, del cuadro de costuinbres. Sus condicion!"s para urdir y resolver enredos, no, corría!} parejas con sus facultades de aná– lisi!¡ y la :EJ.uidez y riqueza de su idioma. To– do ello' lo inclinó a un tipo de literatura su– mamente descríptiva. Mihucioso hasta el ex~
ce~o, se splaza eJ;1 detallarlo todo con pun– tualidad. Pohe énfasis en el paisaje. Crea atmósfera. Llega ,a perfilar caracieres defi– nidos y convincentes, y a penetrar en la sico– logía de la gente del pueblo, de manera es– pecial, en la del campesino.
Homb:!;'e sin prejuicios, viajado y leído, culiuralmE;:nfe muy superior al medio del San Salvador de su época, Ambrogi Se atreve a emplear el lenguaje de las gentes del agro, con todas S\\S violE;:ncias, vulgaridades y co– loridos. Este recurso es, en él, sumamente eficaz: por la palabra le es dado entrar en la sicología, y comprenderla. Por la palabra, también, le es dado expresarla. Si él no se hubiera atrevido -yen el medio pacato de aquél entonces sí que era un atrevimiento–
Él. valerse de termiJ;1achos explosivos, incorrec– tos o viciosos, ni habría entendido a cabali– dad el mundo sobre el cual incide su litera– ±ura, ni le habría dado una representación de suficiente validez.
Los cuentos de don Arturo, no son tan abundanfes como pudiera parecer a quien re– visa los títulos. En rigor, podrían reducirse a un solo volumen, pues "El Libro del Trópi– co", "El Segundo libro del trópico" y "El Je– tón"" contieJ;1en, mutatis mutandi, el mismo
material. A veces, cambia de título a un rE¡– lato. A veces, muy preocupado del estilo, le hace pequeñas modificaciones formales. Así; por ejemplo, ya con alteraciones de título o de redacción los cuentos "La molienda", "La
bruja", "La sacadera" y "el Bruno", apare..
cen por igual en "El jetón" y en "El libro del
frópico", obra, esia ú1±:iIna, que contiene mu–
chas producciones que no pasan de ser me– ras estampas.
Siguiendo la línea prolíficamente des– criptiva de Atn)::>rogi, y con notorias influen– cias de José Eustasio Rivera y de Rómulo Ga– llegos, pertenecen también a esta vertiente del regionalismo rural, Napoleón Rodríguez
Ruiz, con su rtdvela "Janaguá" y su fomo de
cuentos "El janiche", y Ramón González Mono talvo con "Las Tinajas y Barbasco".
Su estilo es castizo, quizá demasiado atil· dado. Cuando tiene que usar regionalismos o giros populares incorrectos, se cura de ha~
cerlo notar, no sólo mediante el uso de letras' bastardillas o de otros recursos gráficos, sino también mediante alusiones intencionadas. Dentro de nuestro exiguo humorismo cabe casi toda la producción a T. P. Mechín, quien hace objeto preferente de sus burlas, la poli~'
tiquería criolla y la cursilería de las gentes.
Mayor hondura y mayor gracia, encon– tramos nosotros en el Dr. Alberto Rivas Bo– nilla, cuya novela Andanzas y malandanzas,' cabe de pleno bajo la acotación del regioJ;1a– lismo rural. Hay en ella humorísmo de la más fina calidad. Un pobre chucho de fin~
ca, Nerón, parece en la obra simbolizar el pueblo salvadoreño. El sufre todas las ham– bres, las plagas, las inclemencias y las injus–
ticia:?, con una especie de estoica inocencia.
La obra ho abusa de idiotismos. El autor los emplea parca y oportunamente. Los do– sifica con buen gusto y certera puntería sico-, lógica. Esta es a nuestro parecer, una de las mejores prendas de la literatura salvadoreña, y es de lamentarse que, a pesar de las dos ediciones que se han hecho de ella, no seá. tan conocida y buscada como se merece. "
El nombre más famoso en este tipo de narrativa, es sin duda el de Salarrué, prime. ro con "Cuentos de barro" y "Cuentos de zi–
potes"; más farde, con "Trasrnallo't.
"Cuentos de zipote" constituyen por sí solos una modalidad inimitable e inimitada; Los niños del pueblo narran en su lenguaje¡ sin inhibiciones, lo que quieren decir. Ni si. quiera se preocupan de hilvanar un argu– mento. Hay allí un verdadero, prodigio de captación y expresión de la sicología infantil salvadoreña.
"Cuentos dE;: barro" es la obra que más prestigio ha dado a Salarrué. Editada po:!;' primera vez en 1933, se han hecho de ella ya cuatro ediciones. "Trasmallo", publicada a
los veinte años, es com.o una continuación
tardía de aquella obra de éxito. '
Son los "CuE;:ntos de barro", narraciones breves, llenas de colorido y de emoción, ep,
-8Q~
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