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« Previous Page Table of Contents Next Page »CARLOS A. BRAVO
Esta Patria nuesira ha tenido :mucho hijo ilustre y entre los primeros, ésios de quienes les he hablado, hom.bres amasados con el ba– rro de esta tierra, saturados de ideales, carco– midos por todas las inquieiudes, santificados por la devoción a esta Patria chica, insignifi– cante si quieren; del iamaño de una flor; pe– ro enorme, porque no se pueden medir ni el amor ni el dolor.
Ya se están despintando en la historia. No los dejemos morir. No dejemos que se va–
yan definitivam.enie esias sombras generosas que echaron los cimientos de la Nicaragua de aquella época lejana. Recordemos que cuan– do la avalancha filibustera, ellos unieron sus voluntades y corrieron a la defensa y el sa– crificio. Tenían más clara visión del porve– nir y confesaban sus faltas. No son conser– vadores ni liberales. Son nicaragüenses con iodos los vicios, las contradicciones y los alti– bajos de nuestras alm.as, de esta alm.a nicara– güense que a pesar de iodo, cree y ama y rin– de culto a la Pairia. Podemos estar orgullo– sos de ellos. Amarles es amar a la tierra por la cual sufrieron, lucharon y soñaron y hasÍa tiñeron con la púrpura de su sangre, con el blanco de sus lágrimas.
iban a fusilar a Cerda, aiguien le dijo: a.cu~r
dese de los 'colom.bianos, así le digo. a Ud. aho– ra: Acuérdese de los jesuitas. Como si le cerrara el paso una víbora, el. Gral. Zavala se detiene, y en un improntus, dice: y yo le con– iesio lo rnis:mo que Cerda; si estuviera en el mismo caso, los volvía a sacar y sigue cojean– do para la cantina a tomar el cordial.
Una noche se muere Zavala. Hay bulla. Lo creen un relapso. Ha sido un peñón soli– ±ario en Inedia del m.ar. Era un viejecito dul– ce, pero dentro de esa apariencia había un alm.a in±ocada.
Lo confiesa el Padre Maius. Más noche llega una señora que no quiero nOInbrar. Hay sOIl1bras de m.uer±e en la casa. En una mesa está Cristo ensangrentado en la cruz, con los brazos abiertos corno esperando al Gral. Zavala para perdonarlo.
Se acerca la dama y melosamente le pre-gun±a:
-Te confesasie Joaquín~
-Sí, -dice él.
_.-Confesaste lo de los j~suifas?
y el viejifo se reanima. En±ra una olea– da de sangre y de entereza en aquella alma
y dice con las escasas fuerzas que le asen a la vida.
Eso no es pecado, vieja condenada! y se voltea para el.rincón a m.orir, znientras Crisio lo espera con los brazos bien abiertos.
Eran airas hombres.. Es el pasado de nuestra Patria. Tenían más conciencia que nosotros, aInaban mejor. No escondían sus defectos e imponían sus virtudes eniremez– cIados con ellos.
Don Anselmo Hilarío fdvas
Gral. Joaquín Zavalo
Lo conocí en su ancianidad. Yo estaba empleado en el Club Social y él llegaba co– jeando, hablaba poco y con pocos. Bebía sieIllpre con majestad de hombre. No bus– caba ±eriulias y se pasaba el tiempo jugando solitario.
Hubo un tiempo en que el Gral. Zavala se vio enredado en sus negocios e hizo ce– sión de sus bienes. Cuando terminó el 50.
Presidente de los llamados 30 años, sacando
un hermoso reloj de oro, dijo al Dr. Manuel Pasos -su' abogado-: "No rne queda más qUe esíe reloj, pero estoy tranquilo. Vamos a la cantina a iomar un cordial" y se fueron. En la calle, el abogado le dice: Gral., cuando
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Don Pedro Joaquin Chamorro
Don Pedro era el tipo descollante, el jefCil reconocido y oído. La ú1±im.a palabra la de.,. cía él. Era fuerte yauioritario. Hombre de gran Inundo. Un castellano viejo, dijo Cas±e– lar cuando le conoció. Se vio grave en Pa– rís y llevaron un sacerdote que le confesó, y
para absolverle de sus pecados, le preguntó: -Perdona a sus ene:migos? El: -Sí, los perdono. -Lo$ quiere?
Don Pedro enInudece, no contesia. El sacerdoie insisie. -Los quiere?
Don Pedro no responde y a la tercera vez auioritaria que pregunta, don Pedro habla con resolución:
-Vea, Padre, no se m.olesfe; los perdono, pero no los quiero. Y como el sacerdote dice esos lugares com.tines de que hay que perdo– nar para ser perdonado, don Pedro m.asculla entre dienies: -Así será, pero no los quiero I
Me gusta el viejo hecho de un solo blo– que para ioda la vida; piedra de cantera sin quebraduras, sin veias. Sinem.bargo era li–
bre pensador. Era el ambiente. Todos eran así: creían poco. En Granada hubo un Pa– dre Castillo que planeó tornarse el cuaríel principal, llevando el Saniísimo Sacraxnenio en la cusiodia.
Don Anselmo era el reverso del Dr. Jerez. Pensaba con más cordura. Jerez era más desinteresado, rnás acción que don Anselmo. Pensaba a relám.pagos. Don Anselmo era un fuego faiuo; calmoso, esiáiico, sereno. J e– rez una montaña ardiendo. Don Anselm.o se ~quivocaba a m.enudo y lo decía. Jerez solo una vez rectificó y quería escribir con su sangre la rectificación. No es cierto que solo los violentos, los apasionados, esián expues– tos a equivocarse. Esos pueden echarse de cabeza en el infierno en un minuio, pero los tardíos se echan iam.bién en un día, en un año.
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