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15 de julio de 1960
AL ACEPTAR SU CANDIDATURA
LA NUEVA FRONTERA
Con un profundo s~ntido del deber y con altos pro– pósitos, acepto vuestro nombramiento.
Lo acepto de todo corazón -siri reservas- y con una obligación solamente: la obligación de dedicar todo esfuerzo físico, mental y espiritual a llevar nuevamente nuestro Partido a la victoria y nuestra nación a la gran· deza.
Os agr"dezco también el que me hayáis provisto con una d~c1aración tan elocuente de la plataforma de nuestro Partido. Promesas hechas con tanta elocuencia se hacen para cumplirse. "Los Derechos del Hombre" -los dere· chos civiles y económicos esenciales a la dignidad huma·
n~ de todos lo~ hombres- son en verdad nuestra meta y nuestros primeros prindpios. Es ésta una plataforma en la que puedo competir con entusiasmo y convicción.
Me doy cuenta cabal del hecho que el Partido Demó' crata, al nombrar a una persona de mi religión, ha asumi·, do lo que muchos consideran un riesgo nuevo y peligroso -nuevo, por lo menos, desde 1928-:-. Pero yo veo las cosas así:, el Partido Demócrata ha puesto una vez más su confianza en el pueblo norteamericano, y en su apti– tud para emitir un juicio libre y justo. Y a la vez, voso– tros habéis colocado vuestra confianza en mí, en mi capa– cidad para emitir On juicio libre y justo¡para sostener la Constitución y mi juramento como Presidente, y para reo' chazar toda presión religiosa que podría, directa o indi– rectamente, interferir con la forma en que conduzca la Presidencia en ¡pos del interés nacional. Mi actuación duo rante catorce años, apoyando la educación pública, apo– yando la separación total de la Iglesia y del Estado, y re– sistiendo toda presión de cualquier índole que fuera y sobre cualquier :tema, debería de ser patente a todos a estas alturas.
Espero que ni un solo norteamericano. teniendo en cuenta los problemas ver,daderamente críticos con que se enfrenta nuestro' país, desperdiciará su privilegio votando ya sea en favor o en contra mía solamente por mi afilia·' ción religiosa. Quiero ,recalcar que no viene al caso ni lo que haya dicho cualquier otro dirigente político o reli· gioso sobre. esta cuestión, ni qué abusos ,puedan haber existido en otros países o en otros tiempos, ni las presio. nes, de haberlas, que podrían ejercerse sobre mí. Os di· go ahora lo que tenéis derecho a saber: que mis decisio· nes sobre toda,política pública serán las mías: como nor– teamericano, como (Je'mócrata y como hombre libre.
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Hoy día, nuestra preocupación debe dirigirse hacia el futuro. Porque el mundo está cambiando. La era an-
,tigua está por terminar. Los sistemas antiguos ya no sir– ven.
En el exterior, el equilibrio del poder está cambian– do. Hay armas nuevas y mucho más temibles, naciones nuevas e inseguras, nuevas presiones de población y de, privación. Se ha dicho que una tercera par~e del mundo tal vez sea libre¡ pero que una tercera parte es víctima de cruel represión, y la otra tercera pate está sacudida por los tormentos del hambre, la pobreza y la envidia. El despertar de estas naciones desprende más energía aún que la fisión del átomo.
Aquí, en nuestro país, el aspecto que presenta el futuro es igualmen.te revolucionario. El Nuevo Trato y e{ Justo Trato fueron medidas audaces para sus generacio· nes: pero ésta es una nueva generación.
Una revolución tecnológica en las granjas ha condu· cido a una explosión de producción; pero no hemos apren– dido aún a controlar esa explosión en forma útil, y a la' vez proteger el derecho de nuestros granjeros a un in· greso de paridad completa.
Una revolución de la población urbana ha atestado nuestras escuelas. hacinado nuestros suburbios y aumen· tado la ,pobreza de nuestros tugurios. . Una revolución pacífica en pro de los derechos hu– manos -"exigiendo que acabe la discriminación racial en toda nuestra vida de comunidad"-, ha tirado las ca– denas im,puestas por dirigentes políticos carentes de va· lentía.
Una revolución en el campo de la medicina ha pro– longado la vida de nuestros ancianos, sin proveer para la dignidad y la seguridad que sus últimos años merecen. y una revolución de automatismo nos 'pone ante la situa· ción de que las máquinas están reemplazando a los hom– bres en las minas y en las fábricas de nuestro país, sin reemplazar sus ingresos ni su entrenamiento o su necesi– dad de pagar el médico de la familia, el tendero y el casero.
También ha habido un cambio -un deslizamiento– en nuestra fuerza moral e intelectual. Siete años magros de sequía y de hambre han marchitado el campo de las ideas. Una especie de parálisis ha descendido sobre nuestros organismos reguladores, y un deterioro interior que, empezando por Washington, está cundiendo por to– dos los rincones de Norteamérica, en la mentalidad del cohecho, en la vida a base de gastos de representación, en la confusión entre lo que es legal y lo que es correcto. Demasiados norteamericanos han perdido su brújula, su fuerza de voluntad y su sentido de finalidad histórica. Ya es hora, en suma, de que surja una nueva genera-
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