Page 23 - RC_1963_09_N36

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sultado de las pláticas. Cuando ésto ocurría el Gral. So– moza, que lo sabía todo, se sentía como un Mandarín Chino y me decía: "No seas baboso, si la comiJa bien "sancochada" le gusta a todos..." Claro está que la ac– ción un tanto despreocupada de esos políticos, obstaculi– zaba grandemente mi misión.

Yo usé la táctica del alejamiento y el silencio y ello me valió críticas "desgarradoras", -pues los políticos se pregunt¡lban y se contestaban: "Quién es éste desconoci· do que se a,treve a estorbar nuestra "carrera"? Era sin duda alguna ,la "carrera" por llegar. Sin temor a equi– VOcarme creo que "aquellos polvos trajeron estos lodos..." Es justo anotar que el Gral. Chamorro se man– tuvo en su línea, ya que se fortalecía en su determinación de "ver Más Allá" con la acHtud de quienes me "habían metido en el asunto" y con la mía propia. Y el mismo Somoza llegó' a respetar la firmeza en que nos mantuvi– mos el Gral. Chamorro y yo, pues se enteró bien pronto de que tanto él (Chamorro) como yo no teníamos ninguna "hacha que afilar".

Como comentario adicional sobre este peligroso te· ma y contemplando las consecuencias de aquellas presio– nes, intrigas y "rejuegos", anoto con tristeza que desde entonces se sembró la semilla de la "com,plicidad" para que la larga noche de la dictadura no tuviera -como no tiene aún- amanecer. Creo pues con algún fundamento que el "Pacto de los Generales" a que se llegó después fue "la cosecha" que rindió la semilla de entonces. Para mí era visibe la seguridad y confianza con que hablaba Somoza cuando recibía el "cortejo" de los políti– cos de uno y otro Partido y posiblemente para él era asimismo palpable mi debil'idad ante la "prosaica embes· tida". Pero las conversaciones continuaban matizadas de esos "altos" y "bajos", pues de vez en cuando "yo me desqui,taba" con alguna noticia que me llegaba de la "cumbre" y que él no podía traducir "al criollo", como aquella de que "no habrían armas ,para las dictaduras que ocupaban a sus pueblos y que tal circunstancia se compro– baría con la intervención de los Organismos Internacio· nales".

Estando en la costa de Masachapa una tarde, senta– dos ambos en sillas de tijereta, solos como siempre, continuamos con nuestro trabajo y después de argumen– tarle que como él y su ,partido formarían número aprecia– ble en la Asamblea Constituyente, ésta podría declararse en Congreso Nacional ya con la nueva Constitución apro– bada en el curso del año del "tío Víctor", se suprimiría el Senado y se nombraría el P~er Judicial con hombres de todas las tendencias que formaran parte del nuevo Con– greso y luego, al concluir ese primer año, el propio Con– greso Nacional nombraría por dos años un Encargado de la Presidencia y era casi seguro que sería un hombre de él, o él mismo si quería, con el propósito de poner en vi– gencia el nuevo Cuerpo de Leyes, las Instituciones nacidas de éste, pues la elección del Encargado la haría el Con– greso en una persona de su mismo seno. En el período de tres años explicado ,podria él darse cuenta de que "no lo jodían" y de que se cumplirían los Convenios al ,pie de la letra, pues dígase lo que se quiera, de algún modo, "las cañas huecas" estaban siempre más cerca de él que de nadie.

Por supuesto, íbamos y volvíamos, subíamos y bajá– bamos sobre el mismo tema en cada nueva ocasión. Creo

que él comprendía la importancia del arreglo y creía, por otra parte, en la sinceridad de lo que yo le explicaba cuan– do le exponía que su posición se afirmaría en el Conti– nente como el iniciador de la Democracia legítima ~n

Nicaragua. Y que además podía perfectamente volver {tI Poder pero por la vía de los votos y dentro del marco constitucional.

Transcurrido el período de dos años del Encargado de la Presidencia de la República y tres de prueba para E1! Gral. Somoza, se convocaría a elecciones populares libres de conformidad con lo dispuesto por la misma Cons,titución nueva en vigencia y el Código y Tribunal Electoral~s, éste como Poder Supremo en el ramo y el electo sería el primer Presidente Constitucional por un período de seis a~os: El mismo Gral. podía, si así lo disponía, ser el Candig¡¡to de su Partido, pero ya dentro de las normas jurídicas"existen– tes. La vigilancia de las elecciones libres la ha~ían)os

Cuatro Cuerpos del Instituto Armado, siendo, cprno ·s~

esperaba que lo fueran, mantenedores de las g~~antías

ciudadanas. A ratos parecía el Gral. vivamente i~terElsa.

do en las soluciones propuestas, pero nunca lo abandonó el temor de "algo que quería conocer y no sabí¡¡','. Lo ¡preocupó mucho la Conferencia en La Habana de los Em– bajadores Americanos de la Región del Caribe en donde se discutiría la importancia de la Democracia en la Zona. Varias veces fue generoso conmigo al ofrecerme altas posiciones que yo rechacé sin maltratarlo con aires de pulcritud, pues le aclaraba que si yo las ocupaba, perdía mi propio valor en las negociaciones y en consecuencia no le podía ayudar como lealmente deseaba hacerlo y se lo estaba demostrando. La "ayuda" se había traducido para mí en fiestas y Copas de Champagne que constantemente daban empresas y diplomáticos a las que siempre asistía– mos los dos y juntos nos divertíamos y nos dábamos cuen· ta de los "pasos de animal grande". Para él, en lo general, el Partido Liberal Independiente no contaba, pues decía: "a esos me los jalo cuando me dé la gana, yo lo sé; los conservadores es otra cosa, me jalo la yerba, el monte, pero se me quedan los guayacanes grandes, el bosque ...". Mentiría si expresara que el Gral. aceptó todo lo dis– cutido, pero sí estaba convencido de que teníamos que llegar a algo distinto, diferente, poco a poco, pero tra– tando de que él quedara en el candelero o por lo menos muy cerca del candelero. Su problema ,principal, según lo entendí tenía dos extremos: uno, la cuestión económica y otro la Guardia Nacional; con el primero le noté algún temor de que se le escapara, con el segundo la indecisión de lo que haría el Cuerpo Armado. Pero confieso que al menos para mí, el Gral. Somoza en ciertos aspectos, fue humano y como tal con las naturales reacciones sentimen– tales de quien lo es. Su trato conmigo fue cada vez más personal, amistoso y cuando me presentaba a nuevos ami· gos, en alguna reunión íntimj3 en la que se juntaban algu– nos amigos de "Poker" decía: "este es hijo mío que se me fue para Costa Rica". Y nos reíamos. No había ,pla– zo fijado para concluir nada, ni existía ultimatum alguno. Dos nicaragüenses, él y yo, tratábamos de procurar una salida airosa: él con todo el Poder y yo con la conciencia limpia.

La tarde del 30 de Ene~o de 1950, en MonteJimar, lo llamaron por teléfono y cuando regresó al sitio en donde nos encontrábamos me dijo: "me avisaron que a una hi– jita tuya le pasó un accidente en San José". Inmediata·

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