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« Previous Page Table of Contents Next Page »en la poesia lTIás que un mero interés arqUeo–
16gico, frente a las abrumadoras creaciones de la literatura castellana, porque toda poesía re– gional, para poder vivir, necesita la vida de la palabra en que se hizo carne. La única
oesía india en el Nuevo Mundo se encuentra
~ trechos, aislada en el tiempo, nebulosa e in– lerrumpida para siempre, ya que se perdió el secrelo de su propio lenguaje, en los libros del Popol Vuh y del Chilam Balam o en el can– lado cantor Netzahualcoyotl.
Por tanto, la realidad nos obliga a reco– nocer que \el mestizaje no pudo darse en la poesía corno se dió en la sangre, por el dese– quilibrio entre las fuerzas poéticas universales de España y los balbuceos indígel).as america– nos. y no se tache este juicio de parcial, pues– lo que quien os habla es el primero en recono– cer la única y verdadera influencia de 10 na–
tivo en la poesía creada en hispanoalTIérica, a
saber: la temátic;a y las modificaciones forma– les, tan importantes corno ineludibles, debidas al ambiente; influencia accidental que da glo– ria, a la vez, a la variedad regional de toda la poesía de lengua española y a la unidad de
la misma en su esencia.
Está demás advertir que, proclamando, como proclamo, la soberanía del genio de la lengua española en el ser y en la fisonomía de
nuestra literatura; esos rElsgos paisajísticos a que me refiero no tienen nada que ver con las
interpretaciones de la estética positivista en– cerrada en la "Filosofía del Arte", de Hipólito Taine. (6) Sólo intento llamar vuestra aten– ción en torno de un hecho peculiar e indiscu– tible -el fenómeno literario de América-, que permitió a Gloria Giner de los Ríos com– poner, con textos de más de un centenar de obras primerísimas, una antología titulada "El Paisaje de Hispanoamérica a través de su Li– teratura" . (7)
Corno poeta nacido a este lado del Aílán– tico, pero proclamándome, a mucha honra -con expresión felicísima de Rubén Darío-, "ciudadano de la lengua", (8) me apasiona sobremanera hablar acerca de dicho asunto, que, sin menoscabo de la unidad esencial que alienta en las creaciones literarias de España
e Hispanoamérica, constituye en ésta una in±e– resante caracierísfica local que reclama, no es–
tas pocas páginas, sino un detenido estudio,
y ojalá que una pequeña parte, al menos, del
en±usiasrno mío se rransrni±a a oiros espíritus,
para que tal vez los futuros historiadores de la Literatura Castellana consideren debida– mente esta variedad regional que la América hispana aporta a las letras españolas.
El paisaje es algo vital -por supuesto, no exclusivamente- para el creador de nuestra tierra. En el Nuevo Continente la Naturaleza presenta proporciones colosales y es de un di– namismo y de un colorido tan avasalladores, que se antoja una Naturaleza en plena Crea– ción bíblica. Las distancias mismas de Amé–
..íiO& son inconcebibles para quien no la h lOl vi- .tliíado: Por ejemplo, es difícil que el europeo,
sin haber cruzado el Oc<l>ano, por muy bien que sepa 10 que al respeC±o se dice en los li–
bros, se convenza de que la superficie de Euro– pa entera cabe en la de uno sólo de los Péfíses indohispanos, en la del Brasil. Yo calificaría
al paisaje americano, si se m.e pennitiera, de "barroco", atendiendo a sus elementos de com– posición; y de "impresionista", en cuanto al color. No es, pues, extraño
I que, ante esta
grandiosidad, el hombre nuestro viva asom–
brado, admirado; ni que, por tanto, vierta su genio únicamente, con raras excepciones,' en la poesía lírica, en la improvisación, en la ora–
toria, en las artes plásticas y en la declama– ción. En ningún lugar del mundo, como en
Alllériea, se corrobora con tanta exactitud la
tesis sustentada por José María Sánchez de Muniaín, en su libro "Estética del Paisaje Na– tural", (9) referente a la influencia de éste sobre el hombre, puesto que aquende el Aílán– tico nadie puede ponerse a salvo del ímpetu del paisaje.
Para destacar mejor 10 apuntado hasta aquí, vale cOlnpararlo con lo correspondiente europeo. Al hombre de aquel Continente, el paisaje, por 10 general, reducido y quieto
-aunque, a veces, corno en el castellano, no
se den juntas ambas caraC±erísticas-,- le per– mite ahondar más, medilar, hacer filosofía. Se ha dicho que la serenidad del cielo en la,. islas helénicas es incomparable, y yo puedo expresar igual cosa de la filosofía de los grie– gos. Asimismo, de las ciudades de Italia, Ná– poles es la que tiene paisaje más bellamente sereno, la sublime quietud de su golfo, can– tada por Virgilio y por Horacio en hermosísi–
mo metro latino, es casi griega, corno ya lo
dijera Cayo Cornelio Tácito en sus "Anales". (10)
y son napolitanos los más ilustres filósofos de la Península transalpina -exceptuando, des– de luego, al egregio Aquinate-, tales corno los representantes italianos de la corriente crí–
±íea en el Renacimiento, aunque nacidos bajo
el dominio español, a saber: Telesio, Campa– nella, Giordano Bruno, Vanini y Juan Bautis– ta Vico.
Esta aptitud filosófica que distingue al hombre europeo, de origen ambiental, por lo menos en algo -según lo expuesto-, se tra– duce con claridad meridiana en todas sus ex– presiones artísticas: el pintor de Europa, por ejemplo, llámese Velázquez, El Greco o Leo– nardo, se ha especializado siempre en el re– trato, con notable predominio de 10 psicoló– gico. Y es tal la fuerza psicológica del retrato en la pintura europea, que, contemplando de– tenidamente a los personajes de "El entierro del señor de Orgaz", de El Greco, vernos que cada uno de los rostros revela un caráC±er dis– tinto, tan marcado, que dan la impresión de ser familiares para el espeC±ador, corno si se tra±ara de rostros de antiguos conocidos, yeso que todos ellos guardan una admirable uni– dad dentro de un común sentimiento de duelo que les produce el suceso a que asisjen. (11) En cambio, el pintor de Hispanoamérica, cuan-
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