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mulando odio y ruinas, no s610 no ha logrado reconciliar • los contendientes, sino que a hombres y partidos los ha llevado a la dura necesidad de reconstruir lentamente, can imponderable traba¡o, sobre los escombros amontonados por fa discordia, [a vieja obra destruída".

INMENSA TAREA

A todos los hombres de alma generosa incumbe, pues, la tarea inmensa de restablecer las relaciones de convivencia basándolas en la verdad, en la ¡usticia, en el

amor, en Ja libertad: las relaciones de convivencia de los individuos entre sí o de 105 ciudadanos con sus respecti ..

vas Comunidades pollticas, o de las varias Comunidades paJrticas unas con otras, o de los individuos/ familias, en" tidades intermedias y Comunidad ,politica respecto de la Comunidad mundial. Tarea ciertamente nobilísima, como que de ella derivaría la verdadera paz conforme al orden establecido por, Dios.

Estos hombres, demasiado IPOCOS por cierto para tan

ingente tarea, merecedores del aplauso universal, es iusto

que reciban de Nos el elogio público, al mismo tiempo

que una urgente exhortación a perseverar en tan saluda ble empresa. Pero Nos alienta por igual la esperanza de que otros muchos, sobre todo entre los cristianos, urgidos por la conciencia del deber y la exigencia de la caridad,

vendrán a sumarse a ellos. Porque todos cuantos creen

en Cristo, deben ser en esta nuestra sociedad humana co.. mo una antorch.. de luz, un fuego de amor, un fermento

que vivifiCJue toda la masa; y tanto mejor lo serán cuanto más unidos estén con Dios.

pe hecho, no se da paz en la sociedad humana si cada cual no tiene paz en sí mismo, es decir, si cada cual

no establece en sí mismo el orden prescrito por Dios. u¿Quiere tu alma ser capaz de vencer las pasiones? -pregunta San Agustín- Que se someta al que está arriba y vencerá al que está abajo y se hará la ¡paz en ti: Una paz verdadera, cierta, ordenada. ¿Cuál es el orden de esta paz? Dios manda sobre el alma, el alma sobre

la carnO: nada hay más ol'denado".

EL PRINCIPE DE LA PAZ

Estas ,ellSeñanxas Nuestras acerca de los problemas que de momento tan agudamente aquejan a la familia humana y que tan estrechamente unidos están al progreso de la sociedad, nos las dicta un profundo anhelo, que comparten con Nos todos los hombres de buena voluntad, el anhelo de la consolidaci6n de la paz en este mundo nuestro.

Como Vicario -aunque indigno- de Aquel a quien el al1ul1cio profético proclam6 Príncipe de la Paz, creemos que es obligación Nuestra consagrar todo Nuestro pensa– rnie.,to, tqdo Nuestro cuidado y esfuerzo a obtener este bien' en p'rovecho de todos. Pero la Paz será una pala. bra vada si no está fundada sobre aquel orden que Nos, movidos de confiada esperanza, hemos esbozado en sus líneas generales en esta Nuestra Encíclica: la paz ha de estar fundada sobre la verdad, construída con las normas

de la justicia, vivificada e integrada ,por la caridad y rea•. lizada, en fin, COn la libertad. . Es ésta una empresa tan gloriosa y excelsa que las fuerzas humanas, por más que estén animadas de la bue. n. voluntad más laudable, no pueden por sí solas llevarla a efecto. Para que la sociedad humana refleje lo más posible la semejanza del Reino de Dios, es de todo punto necesario el auxilio del Cielo.

Es, pues, exigencia de las cosas mismas el que en estos días santos nos volvamos con preces suplicantes de Aquel que con sus dolorosos tormentos y con su muerte, no s610 destruyó el pecado -fuente y principio de todas las divisiones, de todas las miserias y de todos los dese. quilihrios- sino que derramando su sangra reconcilió al sénero humano con su Padre Celestial y trajo los dones de su paz: "Porque El es nueslra Paz, el que de los (pue. bias) ha hecho uno solo. El, que vino a anunciaros la paz a vosotros que estabais lejos, y la ,paz a aquellos que estaban cerca".

y en la Sagrada Liturgia de estos días resuena este mismo anuncio: "Cristo Resucitado presentándose en me– dio de sus discípulos, los saludó diciendo: la Paz sea con vosotros. Aléluya. Y los discípulos se gozaron con la vista del Señor". Así, Cristo nos ha traído la paz, nos ha

dejado la paz: "La paz os dejo, mi paz os doy. No la doy como la da el mundo".

Pidamos, pues, con instantes súplicas al Divino Re–

dentor, esta paz que El mismo nos trajo. Que El borre d. los hombres todo lo que pueda poner en peligro esta paz y Iransforme a todos en testigos de la verdad, de la ¡usti· cia y del amor fraterno. Que El ilumine con su luz la mente de ~os que gobiernan las Naciones, :para que

junto al bienestar y prosperidad convenientes, procuren también a sus conciudadanos el don magnIfico de la paz. Qu. Cristo finalmente encienda las voluntades de todos para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los

otros, para estrechar los vínculos de la mutua caridad, pa· ra fomentar la mutua comprensión, en fin, para perdonar los agravios. Así, ba¡o su acción y amparo, todos los pueblos se aúnen como hermanos y florezca entre ellos y reine siempre la anhelada paz.

Con este sUlpremo deseo y augurio, Venerables Her· manos, de que esta paz irradie en las Comunidades cris· tianas que os han sido confiados, para beneficio sobre todo de los más humildes y más necesitados de socorro y defensa, a vosotros, a los sacerdotes de ambos Cleros, a los Religiosos y a las Vírgenes consagradas a Dios, a todos los fieles cristianos, pero de un modo especial a aquellos que pongan su esfuerzo generoso en secundar estas ex· hortadones Nuestras, con todo afecto en el Señor impa1'" timos la Bendici6n Apostólica, mientras para todos los hombres de buena voluntad, a los cuales va también di· rigida esta Carta Nuestra, imploramos de Dios salud y prosperidad.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el Día de Jueve, Santo, 11 de Abril del año 1963, quinto de Nuestro Ponti· ficado.

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