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« Previous Page Table of Contents Next Page »que iodo de miedo, por ías consecuencias del pecado morial que originaba ese cri– men que no tenía perdón de Dios. Los rosarios salen de las manos, y empiezan a pasar las primeras rosas a María, no por el ahna de la muerta que suponen ya en lo profundo del averno, síno para ahu– yentar del vecindario al espíritu maligno. Más, en el u'\omenío mísmo en que la más anciana de las vecinas pronunció las pri– nteras oraciones del Rosario díce la cróni– ca popular, un centenar de gatos negros saltaron sobre el cadáver en una espan– iosa pelea; las velas cayeron, se apagaron las luces y entre las tinieblas surgió t,tn
fuerte olor de azufre. Naturalmente que nadie quedó en el lugar de la vela; y
cuando al amanecer el día, llegaron al– gunos curiosos pudieron ver, que estaba el cadá'l'er todo lleno de tierra con mues–
11"88 ele haber sído arrastrado en el suelo.
Las andas de cf;lridad condujeron a la suicida al lugar maldito que a ésta clase de muedos se les destinaba entonces; y
diz que decían con la seguridad de hábei– vísto COIl los propios ojos: que, por las no– ches ardía el ensangrentado árbol de Jí.–
caro, eníre un maullido espeluznante de gatos.
Canto éstas narraciones, exisien en es–
ia ciudad de León provenientes de la 11.'1.i
fad del siglo XVIlI y primera del pasado, la del Cadejo, la de la Mocuana, de la Bola de fuego que se cruzaba los Miérco– les a la lnedia noche, de la Iglesia del Calvario a la de Veracruz, sobre la anti– gua Calle Real; la de la Voladora, ele. que corno expresiones de la sabiduría po– pular nos hacen sentir y gozar la vída de aquellos lejanos tiempos en que se SUP~)·
nel1 haberse realizado.
1772
Los hombres de nuestra historia, apa– recen casi olvidados en el calendario de nuestros recuerdos, y a pesar .de haber sido ellos corno MIGUEL LARREINAGA, los que dieron nacimiento y consistencia po– lílica a Nicaragua.
Las juventudes que debieran llevar grabados en sus corazones el nombre de los próceres de n ues±ra vida política, inte– lectual y moral, quizás en su mayoría ni siquiera los conocen; y a Miguel Larreina– ga, apenas mecánicamente lo pudieran recordar, como uno de los nombres que aparecen en el acta de nues±a indepen– denCia.
eQuíén es MIGUEL LARREINAGA, qué hizo, qué dejó a la posteridad? Tal vez muy pocos lo pudieran contesiar_ Las juventudes ensintismadas en los pueriles placeres de sus años, no quieren penetrar lo hondo y serio de las cosas, y las caras adustas escrutando el arcano, mirando el infinito, los asusta y desespera; y los ma– yores, s6lo maduran sus años sin más preocupación que, atesorar riquezas, aun– que dejen entre las zarzas y espinas la dignidad y la vergüenza. Es la fatal con– secuencía, de que, a la niñez, no se l~ da a beber ele labios profesorales el agua pu– ra de la historia patria con sus vivos ejem– plos, y no pueden por consiguiente orien– .l:ar los ideales de su vída hacia las fuentes
de luz y de verdad; y, engañados y obs– curecidos hacen el recorrido de sus ensue– ños, sin estímulos ni nobles ejemplos, sin las visiones edificantes del pasado, sin dia– logar con los espíritus forjados en las fra– guas del patriotismo y del deber; y. así, sin una sensación de lo bien vivido, sin la emoción de las nobles obras de nues– tros grandes hombres, sus almas se en±u– mecen y se agostan en el frío de las vaó– laciones y falsedades.
Es por éso, que, al llegar el año de 1772 en este sencillo esquema de la his– toria local de León, nos viene el agrada– ble recuerdo de que. junto a la vida ale– gre de la ciudad, esiá a su vera Sur, el si" lencio del viejo barrio de San Sebastiárt, en el que, palpita hondo y eterno la cien– cía y la patria con LARREINAGA, y, la dul–
ce emoción del arie con José de la Cruz Mena.
En este barrio se juntan en ex±raordi– naria magnificencia y en alta calidad, los grandes valores del espíritu; que és, el ba– rrío que s\;tpervive con vitalidad cu1±ural
y artística en la límpia plenitud de sus prominentes hombres. De aquí, de San SebasHán son también el ilustre juriscon~
suHo y potente orador el Dr. don Modes±o Barrios, y, el que, reuniendo el Derecho y
la poesía a su corazón de maestro, se lla– ma Juan de Dios Vanegas.
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