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5.
quIere hasta a la *ilo– sofla, pero solo Ramiro de Maeztu encontró la verdad d& España quizás porque fue el único que s8 dedicó humilde
y sinceramente a bu·scarla.
Ante la catástrofe del 98 que Maeztu vio venir me– jor que otros desde su experiencia cubana, los demás adoptan una actitud puramente crítica, de espectadores de lo ocurrido, una actitud, en fin, puramente especulativa. Maeztu fue el único intelectual que voluntario vistió el uni– forme militar para defender a España del rumoreado de· sembarco norteamericano en las costas mallorquinas. Su sentido de misi6i'1 tenía que estar respaldado por Un sentimiento de estimación del valor, que es cualidad indispensable en el hombre cabal Sin él, sin la ca,pa– cidad de soportar riesgos, sufrimientos, y, en definitiva, arriesgar la propia vida, el ser humano no adquiere ple– nitud. El cobarde, capaz quizás para el ejercicio intelec– tual puramente especulativo, no es un hombre entero co– mo lo era Mae:ztu, que era de una texitura moral plena. "El valor son palabras suyas, es lo primero lo mismo para el pensamiento que para la acción". "El valor es un bien en si mismo y el hombre que se bate bien es superior al que' se bate mal, cualquiera que sea la causa ,por la que pelee".
Maeztu tenia un tremendo desprecio por los cobar– des y debió sentir toda su vida la palin que 19 dio su padre el dia que supo que se había dejado pegar por otro chico. En sus recuerdos de niñez cuenta también la sim– pática anécdota infantil de su reacción posterior a ese epi– sodio cuando vio a siete mozalbetes insultando a uno in· defenso y de cómo acudió virilmente en su defensa. El pacifismo le sacaba de quicio y a una declaración de pacifismo enteco de Salvador de M¡¡dariaga, contestó con una sonora bofetada. "La fuerza -decía- no podrá superarse con la mera negación pacifista, sino enganchán– dola al derecho y el derecho él la moral y la moral a la fe religiosa. Hay que reconocer el hecho de la fuerza para poder mantener el derecho".
"El espíritu del héroe será algún dia comprendido por 105 intelectuales que no entienden el valor". También veía la contrapartida funesta, frecuente en nuestra patria, de que los militares no entendiesen a los intelectuales. Este divorcio entre universidad y ejército fue tam– bién señalado magistralmente por José Antonio Primo de Rivera.
Pero volviendo a Mae:ztu anotemos que ya antes del golpe de estado del General Primo de Rivera, advertla "que si el mundo se arregla lo tendrán que arreglar los militares". Frase equivalente al apotegma de Spengler "en definitiva un pelotón de soldados sal~,lrá la Civi– lización," .
Siguiendo ese pensamiento dije desde mi escaño de ,Qiputado en las Cortes republicanas que "cuando están , desintegrados y descompuestos todos los resortes del es– ,tádo, siempre queda en pie aquella institución en la qve las ideas de jerarquia, servicio y disciplicina, son diaria– mente afirmadas como condiciones inexcusables de exis– tencia".
Este sentido de misión que le llevó a defender el
J)il'ochirlo MIlitar, &stá en la mIsma linea de su admiración juvenil por Niet5che por 5U exaltación del hombre superior.
Más tarde habla de cristalizar este mismo sentimien– to en la desorbitada admlraci6n que Maeztu sintió por Hi– tler. La sensación de la debilidad de España le lleva a enamorarse de los hombres superiores que encarnan la fuerza al servicio de una misión. Si Mae:ztu no hubiera muerto habria reetific¡ldo sus juicios sobre el nazismo de– masiado benevolent~s, No hay que olvidar que Don Ra– miro tenía la ingenuidad y el candor de un niño que de– terminaban en él un, carácter muy impresionable; pero todos los genios tien!!n algo de infantiles. En su búsque– da de las causas de 'Ia decadencia de España y las de su remedio, le llevaron en su primer encuentro con Nortea– mérica a escribir elogios del co'oso del Norte -perdón por la frase esterotipada- que luego rectificaría. Lo mismo hubiese sucedido con sus juicios sobre Hitler. Re– cuerdo en nuestra diaria tertulia de Acción Española que yo discutía muy vivamente con M.aezlu sobre este tema Muchas veces, lo reconozco, con gran impertinencia que Don Ramiro bondadosamente toleraba. Don Ramiro so– lía expresarse a veces en aquella tertulia con lenguaje con· tundente que era acogido ,por nosotros a veces con fran– cas risotadas. No era nada suspicaz ni receloso, y su ge– nerosidad de carácter se manifestaba en la charla diaria como en todos los actos de su vida. ..
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En su búsqueda del remedio a la decadencia de Es– pañ¡¡ va Maeztu a Inglaterra. Va allí, como más tarde a los Estalos Unidos, a averiguar lo que haya de cierio en el libro del educador francés Desmolins que se pre– guntó en qué consistia la superioridad de los anglosajo– nes. "Hay un hecho indiscutible en los pueblos anglosa– jones y es que son más ricos que los demás, o al menos son los pueblos acreedores del mundo". Este pensamien. to será el impulso que moverá el discurso de Maeztu que arranca del sentido eminentemente práctico que tuvo el movimiento del 98. "Entonces -dirá Maeztu- nos na– ció la idea de que el dinero es una cosa bastante impor– tante pero no se nos ocurrió asociar la idea de la econo– mía con la idea de la moral". Agudamente ve muy pron– to que no tenía razón Desmolins en su famoso libro cuan· do afirmaba que el secreto de la superioridad de los ano glosajones, como era entonces general creencia, se debía a sus instituciones liberales. En Inglaterra trabó Don Ra– miro conocimiento y amistad con el grupo intelectual que redactaba "rhe New Age" (La Edad Nueva), órgano del movimiento gremialista. Su director Orage, el arquitec– to Penty autor del libro "rhe restoration of the guild system" (La restauración del sistema gremial), ayudaron a su futura conversión espiritual y a que se desengañase del supuesto lilJeralismo ,pCi'líti~o de los ingleses. No tardó en darse cuenta Maeztu de que el liberalismo político de los ingleses está refrenado y aún dirigido por el tradicio– nalismo de su carácter y de sus instituciones. Política– mente, aún muy confusas sus ideas políticas, acierta, sin embargo, Maeztu en señalar que el estado y la sociedad tienen una función que. cumplir, y límites precisos que la contengan y necesidad de una ierarqufa que los presida. El concepto del estado funcional desenvuelto en "Authori'y, Liberty and Func,ion", título inglés con el que
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