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« Previous Page Table of Contents Next Page »la acompañaron al cementerio, hombres y mujeres No nos consintieron poner su ataúd en el carro fúnebre, y cargado en hombros casi siempre por gente de humilde condici6n social, llegó a su tumba.
Mi padre, estaba enterrado en un lote del cementerio a una profundidad de dos metros,
y sobre ese sepulcro fUe edificada por el arquitecto italiano Cruchito, el mis.mo que construy6 el viejo Palacio Nacional, uno bella capilla. Desde que pusieron a mi padre, quedÓ listo a su lado, e/ lugar paro mi madre.
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El cadáver de mi padre había sido embalsamado rigurosaménte por el doctor Constanti– no Guzmán. Los médicos que lo asistielOn se pusieron en desacuerdo sobrf! e{ diagnóstico, y e{
doctor Guzmón queriendo probar la certeza del suyo, pidió permiso paro embalsamar el cadáver
Guzmán triunfó con su ciencia. Mi hermano RQmón hobía enviado a un servidor de su confian– za para dirigir.l.a operación de preparar el sepulcro de mi madre. Vino ese enviado expresa– mente del cementerio al medio día y le contó a Ramón que el cuerpo de mi padre estaba intacto cama el día que lo sepultaran. Ramón siempre paternal conmigo, me dijo: "Puesto que no
conociste a mi papá, por qué no vas a ver su cadáver?". Medité unos minutos y le contesté: "No, hermano mío, mi madre en una labor de toda su vida, me ha formado un concepto ideal del físico y de lo espiritual de mi papá: Varón de encantadora gallardía y aspecto de prócer. No
lo quiero cambiar por una momia".
Durante todos estos operaciones, persistío en mi la péidiJo· clel sentido de la evidencia
No derramé una sola lágrima. Volví a mi casa solitaria. Parecía un autómata recorriendo sus co/redores y dormí- toda la noche sin volver a la /ealidad. Una ménuda dircunstancia me sacu– dió de ese sopor. Én la mañana, el que llevaba el zacate de mi caballo, gritó desde el zaguán: "Aquí está el zacate["¡ No pudiera explica; cómo fue aquel/o, peto sufrí una sacudida al ver que la corriente ordinaria de lo vida, seguía como si mi madre e<rtuviese viva. Rompí a 1I0.'ar y
lloré can gemidos casi convulsivamente todo el día. Ni mis hermanos, ni Paulino Valladares pu– dieron consolarme. Sentí mi soledad, la fuz de mi espírit~ apagada. Aún a pesar de la convic– ción que sentía de que ahí en adelante ella me protegería desde el cielo
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Terminaré el capítulo con una anéc.dota de sucesos acaecidos cuatro años más tarde Cuando entró triunfante a Granada la revolución de la Costa Atlántica en el año de J 9 J O, hubo los naturales desórdenes y violencias de nuestras guerras civiles. Una patrulla de revolucionarios trafa preso 01 General Juan José Bodán para fusilarlo, y mi hermano Demetrio, arriesgando su vida y su prestigio, se le opuso a los soldados y les habló de la vergüenza que sería esa ejecución
sin juicio. "Entréguenme a mí dI General Bodán", les gritó; "que yo le llevaré preso para que
se le juzgue". Por dicha le obedecieron. Demetrio, en lugar de llevarlo a lo cárcel, lo llevó a $U
casa y ahí lo tuvo oculto hasta que se tranquilizaron los cosas. Demetrio le hizo saber a Badán que era el premio, la recompensa de su noble acción consintiendo el Viático de mi madre.
El General Bodán, sobrevivió muy enfermo, unos pocos años. Se le inflamaban los pies,
y en cada ocasión en que se le perseguía, me avisaba a mí y yo lo protegía inmediatamente. Po/ esta circunstancia, fuimos amigos, y él comprendía porqué más de una vez me lo dijo que tod0 el/o era obra de doña Virginia desde el cielo
Pero el instrumento, fueron sus hijos bandoleros.
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