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« Previous Page Table of Contents Next Page »El siglo XVIII, como Juego veremos con má. deteni. miento, trajo profundos cambios en esa situaci6n. Los criollos empezaron entonces a ocupar el lugar ¡)reminen· te en la poesta y el magisterio intelectual de Guatemala, al mismo tiempo que la cultura criolla en casi toda Centro Am!Srica subía rá,pidamente del nivel popular y regional al plano de la cultura universal y personal. la vida criolla parecfa haber alcanzado como una especie de apogeo. Los centroamericanos, ya un poco menos embargados por la tarea de formar hilciendas o {lanarse el pan, podían dedicarse más libremente a las disciplinas de la inteli· gencia. Las órdenes religiosas se llenaban ahora de jóve– nes criol/os -generalmente ros de más talento- que asl alcanzaban con frecuencia el pleno desarrollo de sus ca· pacidades. Ese fue el caso precisamente del jesurta Landívar, hombre ya sin disputa representativo del siglo XVIII centroamericano, y ya en cierta manera precursor de la independencia, como lo fueron de modo más directo, otros jesuitas hispanoamericanos de los expulsados por Carlos 11I.
Otro caso importante de joven criollo formacl~ en una orden religiosa -aunque probablemente mAs· signi· ficativo que el de landívar, y desde luego de iná~ ~o.
mento para el destino de Centro América-' fue el del maestro franciscano tiendo y Goicoecha. Con el apa– recimiento de intelectuales criollos de primera categorla, procedentes de todas las provincias -landrvar era de Guatemala, pendo de Costa Rica- y nutridos desde la infancia en la cultura popular mestiza, ésta empezó 11 ad· quirir conciencia de universalidad y rango universitario.
La universidad empezaba, en efecto, a hacer sentir su influjo, produciendo una clase intelectual centroamericana distinta del clero, que en los dos siglos anteriores cllsi ha· bía tenido el monopolio del saber. Aparecía ahora el tipo del sabio seglar, como el famoso médico chapaneco doc· tor Flores. Con estos criollos inteligentes, apasionac!os por el estudio y las actividades desinteresadas, iba a ini· ciarse un nuevo panorama cultural.
lo que antes estaba lleno de un pueblo abigarrado en que apenas se distin9uían algunos rostros de funcio– narios y misioneros, se fue lIen~ndo de figuras bien defi· nidas. El anónimo colonial fue sustituído por nombres y
firmas. Indiv.idualidades y personalidades empezaron a destacarse en casi todos los negodos y disciplinas. De allí surgieron en su oportunidad caudillos o directores econó· micos y politicos. Así tambi~n se crearon las condiciones que iban a hacer posible la independencia. Lo m~s sig– nificativo es que la historia -que en la colonia fue un ,proceso colectivo, silencioso, an6nimo- empezaba a entenderse y a realizarse como tarea de individuos. Con razón dicen los historiadores que el siglo XVIII fue el despertar del individuo en Centro América. Los ceno troamericanos descubrieron en esa época su personalidad individual o mejor dicho, las posibilidades que se ofrecian al individuo en el mundo de entonces. Despertaban real· mente a las inquietudes de la modernidad. Ya no leían sólo a los antiguos, latinos y griegos o simplemente a los obligatorios escolásticos -que era lo más probable-:- con uno que otro Padre de la Iglesia, como San Agustín, ni sólo a los autores españoles, sino de preferencia libros "modernos" de franceses e ingleses y aun norteal11erica– nos. Todo indicaba, en fin, que Centro América estaba entrando en la era del individualismo.
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Yo juzgué que de Madrid al parnaso se subía, que sólo en Madrid habla camino a tan alta lid; mas en Fray Diego advertid cisnes cultos del ocaso, viendo su ligero paso, la industria, el ardor, la gala, que también de Guatemala se sub.é al monte parnaso.
más que ninguno, al tentperamento del hombre america– no °
simplemente americanizado 'por el paisaje y por el clima de la América tropical. Habra, por otra parte, en el barroquismo gongorino un elemento de originalidad y hasta de extravagancia que, al parecer, llenaba una neo cesidad de aquellos poetas avecindados en Guatemala. Como eran simples imitadores tendian a exagerar para distinguirse. Además, esc:ribran pensando en España, y por eso trataban de llamar la atención en proporción a la distancia que los se,paraba de Madrid. Pero quizá la razón más profunda de su apetito de originalidad fuera la no· vedad de su situación, su in!Sdita experiencia en el Nuevo Mundo, que no acababan seguramente de comprender, ni tenian el genio necesario para expresar, como landívar o Bernal.
Aunque no fueran todos culteranos, la mayoría de los poetas de algún talento residentes en Guatemala duo rante el siglo XVII, eran autores de rarezas literarias. En· tre los exhumados por Menéndez y Pelayo figura, por ejemplo, una especie de monstruo de la retórica barroca, llamado Fray Diego Sáenz de Ovecurri, nacido en Vizcaya pero criado en la capital centroamericana, donde compu· so un famoso poema sobre la vida de Santo Tomás de Aquino, intitulado liLa Tomasiada". No sin malicia opina
o
ba don Marcel;no que las extravagancias de Fray Diego habrían sido recibidas con aplauso en los cenáculos mo– dernistas. No habra nada, sin embargo, en "La Tomasia· . da" que hiciera ¡presentir la sensibilidad poéti~a moderna, salvo meras piruetas formales y excentricidades de como posición, como las que anunciaba el propio autor del poema: "sonetos de ocho pies; romances mudos, como puestos de figuras solas que hablan; laberintos esféricos, poniendo la letra por centro, de donde salgan los versos como líneas, y de sus catorce letras ahorrarán las trece si eres avariento". Con buena voluntad se encontrarran en "La Tomasiada" antecedentes de 105 caligramas de Apolli. naire y aun dlll letrismo. IY nada de esto procede de París -exclamaba don Marcelino- sino de Guatemalal Es posible realmente que todo aquel enmarañamiento tropical significara ya un deseo de libertad formar. Aun· que también puede ser que revele nuestra tendencia a la desmesura, y a conducir la libllrtlld hasta la extravagan·
cia.
Pero de todos modos y cualesquiera que hayan sido las modificaciones o deformaciones impuestas a la poesla por su trasplante de España a Centro América, no se clebe olvidar que la escrita en la ciudad de Guatemala durante los siglos XVI Y XVII nunca pasó de ser un eco de la pe· ninsular. Los poetas, desde luego, necesitaban crear a su alrededor un remedo de la vida literaria madrileña o, como hoy se diría, hacer pasar por Guatemala el meridia· no de Madrid. No era ofra cosa lo que expresaba esta décima an6nima para el autor de "La Tomasiada":
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