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« Previous Page Table of Contents Next Page »Granada. Mi madre pálida se puso de pie y exclamó: Qué es esa locura, de repiques en Vier– nes Santo, cuando el Señor está muerto!
Entró Eu/ogio de la calle, ya muchacho de dieciséis años, diciendo que los repiques era porque se había obtenido contra los guatemaltecos de Barrios una victoria y que Barrios había muerto.
Mi madre vibrante protestó: Ninguna muerte se puede celebrar, cuando se conmemora la de nuestro Señor Jesucristo. Recemos para que no caigan sobre Granada las tinieblas de Je– rusalén.
Me impresionó ver a mi madre, por lo general tan calma, alterada de ánimo; pero venció mi superficialidad infantil, seguí imaginándome la muerte de Rutina Barrios igual a la de GoliQt,
me hice la ilusión de que el General Zavala, nuestro David, lo hubiese matado, y que mi herma–
no Pablo Antonio hubiese sida de los que a'rrastraron el cadáver del gigante al campamento del pueblo elegido.
Las solemnidades del Viernes Santo fueron ahogadas en el bullicio callejero celebrando
la victoria. Paseaderos con música y aguardiente, se pronunciaban en los gritos desordenados de 'a multitud. Las autoridades Eclesiásticas cerraron los templos y no salió a la calle la procesión del Santo Entierro, en que culminaban las formalidades, la elegancia y el esplendor de la Semana Santa granadina. .
Dos semanas después prindpió él regreso de las tropas nicaragüenses. Mi casa se llenó de alegría con la vuelta de Pablo Antonio ascendido al grado de Capitán. En el mes de mayo volvió el General Joaquín Zavala a cuhrir mi memoria infantil, porque en nueva figura, se iba para Guatemala como Embajador para arreglar la paz de Centroamérica. Volvió a poner mano
en mi familia porque llevaba de Secretario a mi hermqno Dionisia, el primogénito acatado y muy querido de ,todos los hermanos. Fuí con mi madre a despedirlo a la Estación del Ferrocarril que
en aquel año no había llegado todavía a Granada, y estaba ubicada como a una legua de dis– tancia en el punto llamado Capulín. Se alejó Dionisia en un tren, cuyos movimientos, que me pa– recieron estrepitosos, por primera vez presenciaba.
Entre tanto en mi casa tenla tertulia diaria en la cocina oyendo a Marcos Reyes los rela– tos pintorescos que nOS hacía de la campaña en Honduras, que me sirvieron para aclarar un
poco mis ideas, y hacerme descender de las regiones bíblicas de mi fantasía, a las realidades ás– peras de la geografía e historia de Centroamérica.
~\J la efervescencia producida por la guerra contra Barrios, en el año de 1885 fue episo–
~. dio que levantó entusiasmo y se pronunció en alegría popular la llegada por el lago del ejército costarricense, que venía a sumarse con el nicaragüense para operar en la frontera de Honduras.
Mi hermano Ramón me dijo durant~ almorzábamos: "Alístate que iremos a caballo a las tres de la tarde, para \ler el desembarque del ejército tico que ya salió de San Jorge a bordo del vapor Victoria'< Me produjo una alegre inquietud la invitación. Desde las dos de la tarde estaba listo con mi caballito ensillado y a las tres en punto me fuí cabalgando como siempre al lado del caballo de Ram6n.
La calle del Gran Lago estaba animadísima con multitudes que iban y venían de la plaza al lago y del lago a la plaza. Sin desmontar desde la costa aguardamos, yo con grande impa-
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