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El Comandante de la Estación, Teniente Starl1<o, mostróse entusiasmado con la llegada de los Oficiales y su gente, y como según su

decir, no deseaba fener preferencia en la de– signación de que debía acompañarle en "su"

patrulla, echó a la suerte la escogencia.

No obstante mi cansancio, por azares de

la veleidosa fortuna, fuí el designado para que

esa misma noche, a las once, saliera, con"1O

siempre, al mando de la avanzadilla, reserván–

dose el Teniente Stanko el grupo principal La patrulla, salida a la hora prefijada, iba com–

puesla de 45 guardias fueríemente armados, como para sostener prolongado combaíe. El Río Grande, acrecentado su cauce por las lluvia.s detuvo la marcha de la patrulla hasta el amanecer del 26 de Octubre. Después de cruzado, duraníe casi todo el día sin parar

a escudriñar casas y montes de la ruia de mar–

char, se avanzó y avanzó Y no fue sino que,

hasta para rnorír la tarde, sifuada la Guardia

sobre cimas elevadísimas desde las que se di– visaban dos casiías de paja en la hondonada, el Teniente Stsnko me llamó aparte para de–

cirme: "Mire Cuadra: en esas dos casas que

se miran allí viven sólo "bandoleros". Si quie– re, avanza Ud. con sus hombres hasta allí,

abre fuego sobre las casas, TI1ien±ras yo lo pro–

lejo desde aquí, y acaba así con todo lo que halle".

Aquella insinuación, que no era una or–

den, hecha en forma tan confidencial, produjo

en mi ánimo mucha indignación. Al parecer,

lo que el Tenienle Síanko preíendía era: com–

prometerme en algo nada honrado, o bien,

asesinarme por la espalda. Por eso, de inme– diato contesté: "Si me ordena que abra fuego sobre las casas, por cumplir su orden lo haré,

no le quepa duda. Pero si me deja la oportu–

nidad de escoger, adelántese Ud., si quiere, que

yo le proíegeré. Desde ahora le prometo no

delatarle, cualquiera que sea su actuación. Yo nunca he simulado combates"

Con bastantes razones y calor, el Teniente

Síanko defendió sus puntos de vista, lo mismo que yo los míos. Y hasla que, aparentemente

al menos, convencido de que lo mejor era ac– tuar con honradez, ordenó que se siguiera la marcha normal hacia las casas, tomando las

debidas precauciones.

Para aquella fecha, toda la Guardia, por la información que se leía en los "Boletines de

Operaciones" en toda la República, conocía las

actividades de cada oficial; cuál su proceder y

r~pufaciónl y corno nicaragüenses, contraria–

mente a lo que pasó duraníe los años de 1929 y 1930 que sólo noríeamericanos comanda–

ban el ejército, en casos de apuros se inclina– ban más hacia sus coterráneos que a los ex– tranjeros.

Mientras con mi avanzadilla descendía hacia las casas, logré acercarme al Sargento y Cabo que a mi lado mmchaban para explicar–

les mis temores con respecto a la situación que

podía crearse si el Teniente Stanko ponía en prácíica su deseo. Ellos debían les dije, aler-

tal" a sus compañeros, y, por ningún mofivo, si se senrían y eran realmente nicaragüenses, prestaran su concurso a peligrosas zanganadas

de aquel hombre que ningún respeto mosíra– ba hacia el pobre campesinado del país

Un íanío calmo por el desahogo que la

pláfica con rrlÍs subordinados representaba

media hora después, rodeaba ya, completa~

mente el objetivo. Nada sospechoso se en–

con±ró en las casitas aquellas, a no ser que

fuese considerado así lo expresado por dos de las cuaíro lTIujeres que las habitaban, y que,

en estado de buena esperanza, negaron tener o haber tenido maridos. Personalmente, el Teniente Stanko se empecinó en hacer creer a

íodos los guardias que las mujeres llegarían

al fin a conÍesar que sus :maridos eran "bando– leras".

Positiva satisfacción experimenté al com–

probar que, como esperaba desde el fondo de

mi alma, ]a tnayoría de los guardias no secun– dó en ningún momento las aviesas intenciones

del Comandanle noríeamericano de la patru– lla que, mediante un capcioso y vulgar iníe–

rrogatorio de larga duración, no sirvió más que

de estorbo al quehacer de las mujeres encar– gadas de prepara.r la cena para todos. La no–

che, co:mo es de suponer, se tuvo que pasar en

ellugar.

Al amanecer del 26 de Octubre, el Tenien– íe Stanko, en ple desde las cuatro, según él, vi– gilanle de aquellas "bandoleras" que podían

llegar a envenenar el desayuno, me ordenó que, tan pronto a:maneciera y los miembros de

la paírulla se hubiesen desocupado, llevando canta guía a la mayor de las mujeres, y él al

resto de ellas, le siguiera con la avanzadilla que quedaba convertida en retaguardia, con diez minutos de diferencia.

Descendiendo desde las casas hacia el río del lugar llamado "Las Nubes", por un cami–

no relativamente amplio, cubierto de espesa

frond~ de carrizos, la retaguardia, cuando te– nía unos quince minutos de marcha, sorpre–

sivamente fue delenida a escasos 70 metros del

río, por el detonar de unas cuantas bombas y

violento íableíeo de ametralladoras.

Con escasa visibilidad debido al follaje

que no permitía ver lo que adelante acontecía, reaccionando con rapidez, se notó además que algunos de sus subordinados, instintiva– mente co:menzaban a disparar sin enemigo al

frente, ordené que cada quien permaneciese quieto pero sí atenio a escuchar si el caracte– rístico sonido que producían las armas de la

Guardia al ser disparadas era conlesíado por

o±ro de arIl1.as similar o diferente.

Para cursar aquellas órdenes consideré que si era lo suficien±e:men±e cauto co:mo para no caer en una emboscada, debía quedarme donde e8±aba, sabido como era de iodos sus

subordinados que, la obligación de establecer

coniacto con su retaguardia correspondía al Comandante quien, en iodo caso, ±a:mbién de–

bía designar el puesto de la retaguardia en el combate.

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