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« Previous Page Table of Contents Next Page »Cuando el polaco lograba atrapar algún cliente, los otros se lanzaban en grupos hasta la puerta
de su tiendo¡ y con gestos y amenazas, procuraban quitárselo y aún intentaban sacarlo a la fuerzo¡ sobre
todo, cuando el comprador era un indio del campo, pero el judío era fornido y no soltaba su presa, introdu–
ciéndola a su negocio en medio de los gritos de los asa: [tantes a quienes les dolía fuese ese cliente a pOI ar a
manos del polaco y no a las suyas, indudablemente, donde correría la misma suerte que en la de aquél
Después, había risas, burlas y carcajadas hasta que el indio se retiraba de la tienda del polaco Sobre los
métodos de éste para vender a clientes, como el indio campesino, se referían divertidos chistes, no sabemos si reales o inventados por sus competidores, ya que entre ellos había muchos de ese temperamento burlón e
inteligente, tipo característico del granadino, amigo de burlarse de todo y de todos y aún de ellos mismos
Entre los chistes había uno digno de referirse aquí En esa época se recibían de Inglaterra unas chamarras
de lana ordinarias, conocidas con el nombl€ de Chamarras tigres por tener un tigre pintado en el centro, y
además, muy gustadas por la gente, debido a su precio y dibujo
Estas chamarras se vendían a igual precio en todas las tiendas del Tiangue lo cual hacía más difí– cil la competencia, pues los presuntos compradores, a quienes en el argot de ese gremio se les llamaba
"marchantes" podían obtenerlas a precios igual en cualquier tienda Y el polaco J según decían sus com– petidores, se había ingeniado una martingala que, a veces, le daba buen resultado para vender sus "chama– rras tigras" a precio mayor que lo corriente y para reo lizarla se valía de la siguiente treta
Cuando el "marchante" estaba dentro de su tienda, colocaba sobre el mostrador una pareja de
ellas bien plegadas una sobre la otra, pidiendo por las dos un precio más alto que lo corriente de una sola
El indio cazurro, miraba las dos piezas juntas y consideraba hacer un pingüe negocio y aceptaba el trato El judío, hábil manipulador J al recibir el pago ordenaba a su mujer, compañera en el negocio, que empaca– ra las chamarras tigras y las entregara al cliente Este, en posesión del paquete, salía rápidamente de
la tienda antes de que el polaco se diera cuenta de que iban dos en lugar de una, pero al llegar a su casa y desempaquetarlas, se encontraba con que sálo una le había envuelto y por ello había pagado más caro de
lo que valían en las otras tiendas Después del engaño, ni aún le quedaba al indio el recurso de reclamar, ni menos exigir la devolución del exceso pagado por su compra, pues esto último, era tan difícil como
fl pes_ car un lagarto con una hebra de hilo JJ
J
ya que una vez que el polaco metía el dinero en su gaveta, ni en sue– ños podía volverlo a ver el IImarchantefl
De estas martingalas se valía el polaco para sacar el dinero a los ingenuos, y las escenas humo–
rísticas a que daban lugar estos hábiles manejos del listo judío, provocaban grandes carcajadas burlonas que
llenaban de regocijo a algunos de esos mercaderesJ mientras otros
J
sudorosos J en aquel tórrido calor glana–
dino, se dolían de la buena suerte del polaco y, airados, comentaban a grandes voces, el timo de que había
sido víctima el indio, valiéndose de esa oportunidad para lanzar improperios y condenaciones al afortunado rival por los medios de que se valía éste para realizar su negocio, más el polaco J ducho en martingalas de ese género, e imperturbable para poner atención a las indi rectas que le llovían a diario, se quedaba muy campan–
te
J
en espera de atrapar nuevos marchantes y repetirlas
Entre esas pequeñas luchas por ganar dineroJ se pasó este judío muchos años al frente de su tien– da en el Tiangue hasta que se clausuró J sin haber logrado ahorrar gran cosa, pues, como decíamos antes,
abandoná la ciudad y fué a morir pobre, quién sabe dónde
A las seis de la tarde, se cerraban allí todos los comercios J y poco después, como era la costum–
bre de aquella época, íos faroleros municipales encendían los faroles de Kerosine que despedían luz morte– cina, y a las siete, la Plaza Principal, que durante el día había sido lugar de animacián, quedaba casi oscura y totalmente en silencio
En Jos corredores y en enormes cajones de mad8ra de ccdro J cerrados con llave, las propietarias
guardaban los dulces, frutas y golosinas que no habían vendido durante el dla, yen las calles y aceras, que
el suelo, cubielto de cáscaras y semillas de frutos amén de otros desperdicios, que empleados municipales, malamente barrían, sobre todo durante la estación seca J y era menester que llegasen las lluvias, las cuales
se encargaban de llevarse con sus fuertes avenidas, toda aquella basura de la Plaza y aún en la que había
en las otras calles, en las rampas de piedra y en las aceras Hasta entonces aparecía limpia lo vieja Grana-
da Las grandes lluvias y los .zopilotes, se encargaban de limpiarla de inmundicias
En la época lluviosa era únicamente cuando había en la Plaza y aún en toda la ciudad, verdadera limpieza y algo de higiene
y esta bendicián de la Providencia que por medio de la Naturaleza derramaba abundantes lluvias
hasta convertir las calles en ríos caudalosos, contribuía a limpiar la ciudad como arriba insinuamos de todas
las suciedades y desperdicios, acumuladas en solares y calles durante el verano
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