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SIGLO XIX EPISODIO DE UN COMERCIANTE

Desde las guerras por la supremacía de los mares entre España, Inglaterra y Francia, la Costa Atlántica de Ni .. caragua, conocida entonces como la Costa de los Mosqui~

tos, quedó abierta tanto a las incursionEn de los piratas,

como al carnerero de los ingleses, quienes por medio de

Tratados con España habían obtenido la exclusividad de la explotación de la industria de la pesca dcl carey, por

e;empJo, -exclusividad que aun está vigente en nuestros días-, y la de comerciar con los indios de la Costa.

A raíz de la Independencia en 1821, en este período anárquico de nuestra Historia, las autoridades españolas acantonadas en San Juan del Norte mantenían todavía una autoridad de hecho, aunque no de derecho, debido a esa difusa situación con que había quedado Nicaragua in– decisa entre la total independencia de España, su unión COn Guatemala o su anexión al Imperio de Iturbide. Fue en esa época en la que el comerciante inglés, O,lando W. Ro· barts, hizo un v i a j e para la

compra de carey.

A su regreso es– cribió un libro ti– tulado: "Viajes y Excursiones por la Costa Oriental

de Centl·o Améri– ca y el Interior de Nicaragu¿¡lI, libro I'ubli,ado en Edímburgo en

1827, y del que remos tomado la siguiente aventu– ra que c u e n t a

lo que le suce– dió en nuestro país.

Roberts salió del Cabo de Gracias a Dios en 1822 a bordo dEl la "Miren" una lancha suya de ese nombre, de quince toneladas y con mercaderías.

Amanecía cuando entró en el PUfD'to y de pronto se encontró con que estaba bajo el alcance de los cañones de dos grandes goletas españolas. Sus indios se asustaron, pero era demasiado tarde pC\ra retro!:eder. Al echar an· clas fueron abordados por un bote lleno de gente. El ofi. cial que lo mandaba ordenó juntar la lancha a su goleta para registrarla. Roberts sabía que los españoles aprove.. chaban toda oportunidad para comprar mercad€ltías de los barcos que pasaban por sus costas y que los Comandantes de San Juan del Norte, del Castillo y de San Carlos no só· 10 se hacían de la vista gorda con este comercio de con.. trabando sino que hasta compraban por intupósita mano mucho de él, y lo pagaban con oro en barras, dólares y doblones. No dejó de sentir cierto temor, sin embargo,

porque llevaba algo de pólvora y machetes para v€'rnder

a los indios, artíc:ulos que por su naturaleza eran conside– rados como contrabando punible con la máxima pena. Las goletas españolas eran "La Estrella" y la "Flor del

Mar u

, del ocho y diez cañones de seis libIas respectiva– mente, más otro cañón de ocho y diez libras que cada Una

montaba sable un pivote. Originalmente habían sido cor–

sarios estadounidenses y la más pequeña de las dos des– plazaba arriba de doscientos cincuenta toneladas. Su tri– pulación era de cincuenta hombres cada una.

El Capitán de la "Flor del MDr" que quería obtener ciertos informes lo invitó a desayunarse con él y cuando disfrutaba de su hospitalidad el grumEtle desde el palo mayor anunció la presencia de un barco. En un instante todo fUe cal re ras, bulla y confusión a bordo. Lo abruma– ron a preguntas acerca del barco avistado, pero fue en vano que les dii~\ra que no sabía nada de él pero, que su–

ponía se trataba de un mercante de Jamaica A

p o e o todo se

aclaró: se trata ba de un bergan. tín de guerra

"AI ver yo mi pequeña pro– piedad expuesta a todo", dice el

mismo Roberts,

lime fuí a ver al

Comandante del puerto a quien pedi me dejara pasar la barra y

llevar mi lancha al río, donde es– taría segura. Al

mismo tiempo le ofrecía en recompensa el servicio de mis hombres para el

manejo de los cañones del fuerte, y el mío propio al Ca– pitán d€l "La Estrella u

El Comandante me elijó fríamente que sus hombres sospechaban de que yo fuese espía del barco que estaba a la vista, pero que si les ayudaba a re· chazarlo tal vez borraría E'ln parte esa impresión. u

Ya para entonces las goletas cubrían de costado con sus cañones la entrada del puerto. Sus capitanes ordena· ron enarbolar la grímpola roia de combate, reto que acop– tó inmediatamente el bergantín que venía todavía un po· ca lejos. Este arri6 sus velas del juanate, recogió las ga' vias y al doblar la punta de la entrada al puerto izó la bandera independiente de Buenos Aires. En el acto fue reconocido como "EI Centinela", barco de los patriotas sudamericanos, capitaneado por Bradford, bravo e intré· pido oficial adscrito antas a la escuadrilla mexicana co– mandada por Sir Gregory MacGregor y el General Au,ey.

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