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[ttraidos por los disparos, el grupo principal
y la retaguardia hablanse presenlado dispues– tos a la lucha.
Desde el árbol, el Teniente Gutiélez L., mirando hl;lcia el Este reconoció como a mil varas al;>ajo del brusco declive, la casita has– ia donde el día antes él habla llegado En aquellos lnomenios eran las dos de la iarde.
Desde la cima del Oconguás, tal el nom– bre de la moniaña que pisábamos, y gracias al esplendoroso sol y limpidez del cielo que, a semejante altura parece dejarse tocar con las manos, puede admiralse, en toda su magnifi– cencia, el hnponente espectáculo que ofre– cen las cresterías multicolores de las montañas
segovianas, la inrnens~ cinta acuosa al pare–
cer dormida del Río Coco que, en la lejanía a fuerza de empujones de su corriente, se adentra en el mar.
La soledad del paisaje es infinita. Por momentos, la descomposición de la luz solar a través del prisma del horizonte enrojece a éste como si un incendio de gigantescas pro–
porciones lo consumiera.
Luego, nubes que marchan atropellándo–
Se hacen su aparición, obscureciendo el lugar. Apenas tienen tiempo los hOInbres de la pa– irulla a regresar bajo la arboleda cercana, construir unas tantas "champas" allí y espe– rar la lluvia que se avecina. Cuatro alista– dos, por órdenes especiales, han subido a la caSeta de observación, dos de los cuales con ametralladoras, y los dos restantes con rifles y
bombas de fragmentación.
Con ason.brosa rapidez el cielo se cubre
fofal11181'lfe de negras nubes, ínmensas, hen–
chidas de pesada lluvia, tan negras que, a las tres de la tarde, corno si fueran las diez de la noche, hay necesidad de recurrir a las lámpa. ras de mano. Yendo hacia adelante siempre, aquellas nubes, como reyes entre tumultuosos ejércitos, desplegm'Ldo sus banderas de relám– pagos y tambores de sus truenos, inician el mmisericorde ataque de su lluvia sobre los
seres y cosas de la tierra, cuyaa almas expe
w
rimentan la sensación de espanto que inunda la inmensidad, muda frente al monstruoso y
a la vez bello espectáculo que ofrece BU
poder.
No dejó de llover hasta las siete de la noche con sostenida intensidad. Y aún en–
tOl~ces, la obscuridad era tal y la niebla tan
espesa que, a una vara de distancia, no podía
distinguirse nada. Solo a ,aios se escuchaba, cuando el fragor de los truenos a la distancia disminuía, el otro no menos imponente fra– gor de las aguas al precipitarse en correnta– da:¡¡ montañas abajo. El frío y el vienio cala– ban hasta los huesos.
Al amanecer un día claro, pero un lanto nebuloso, la Guardia se esfOlzó, sin supe– rarlos, perseguir a Sandino que, en su huida habla colocado una serie de obstáculos. En vista de esto iniciase el regreso a Ouilalí uti– lizando el mismo camino abierio antes, distan– cia que logró cubrirse en tres días solamente.
Dejando El los Gual dias de Quilali en su estación de servicio, lo mismo que a los de El
Jícaro y Jalapa, los de San Fernanrlo y ApsÍí regresaron a sus puestos el día 23 de Octnble
simultáneamente.
t
Al llegal me esperaban dos SOl presas. Una, encontrar siempre de Comandante d;
Apali al Capitán RellYI y la otra: Ordenes de viaje para proceder a Ocotal al día siguie"
le, lugar donde presfaría "servicio regulB.l-" -
,En c:umplimiento de ls, órdenes recibidas el dla
Bl.l±erior, por la vía aéretl¡ como a las ocho y ffi.edia
de la mañana del 24 de Oc1ubre de 1932, y para servicio allí, arribi a la ciudad de Ocotal, cabecera del Departa n.ento de Nueva Segovia que, con el de EsteU cOlnponía el Area Militar del Norie. ' En la "Hoja de Servicios" prestados en Apalí, cabecera del Ouinio DistrHo, además de los largos y movidos meses de constante pahullar, aparecían consignados los siguien fes combates por los que fuI. encomiáslica mente felicitado por el Cuariel General.
El de "La JUln1.1yca <!ll 13 de .Junio, contra los Ca! oneles sandinistas Heriberto Reyes y
l/Tunco" Roque Vargas} el de "Guanacasli
llo", donde escapé de perecer, el 7 de Julio, contra el General Juan Gregario Colindresl y
01 de Gerca de "SuscayálJ", el 5 de Agosto, contra 01 Coronel Ramón J1audales.
Tan pronto como hube arribado a OcoJaI
y frente al Comandante del Area, Coronel G. N., Thos P. Watson, ésie, por medio del Mayor Burwell que servia de intérprete me
notificó que, a la mañana siguiente, por mi
experiencia en patrullas, con el Teniente Pede
rico Cabrera y 35 alistados de Ocotal, debí. salir hacia Palacagüiua donde el Con.andan\.
Teniente S!anko, norteamericano, estaba neca
ai±ando oficiales experimentados para coro batir.
Por los sucesos que luego acontecen a~
como por los que ya han sucedido, deseo con
signar que, no obstante la invesfigación se
guida en El Jlearo y Apali, ni el Tenien±e John Hamas ni el CapHán I~elly, íueron castigadOS; '{ además, que por lo regular a todo oficial" le deja descansar por lo menos 48 horas en
ire un servicio y otro, y que, estando en víspe–
ras de recibir los nicaragÜenses el mando do
la Guardia, era significativo que se m.e tratara
de alejar de toda posibilidad de recibir un =ando fijo
Ordenado como estaba, el 25 de Oc!t':
bre, con ml compañero de pronl.oción Tenie n
:te Federico Cabrera y '35 alisiados, muy .¡~n\
1Orano de la mañana partí hacia Palacag u1P ',
Arribé a este lugar a las cuatro de la tarde
t;
aquel mismo dia, cubriendo la distancia en r
Ocotal y Palllcagüina, totalmente a pie.
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