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i;'r'ó un favor personal, invocando raz6héS per– sonales de familia para su hijo Luis, y en vir– tud del Acuerdo de Fraternidad Nacional que habíamos suscrito, le permitiese que su men– cionado hijo Luis fuese al Congreso como Di– putado. Yo estaba muy cansado después de todas las faenas de esoS días tan atareados y tuve la debilidad de acceder al ruego del Gral. Somoza después de haberme negado anterior– mente, como lo había hecho por más de cinco veceS a ello. Estoy escribiendo mis Memorias y tengo que ser veraz y fiel con los hechos, a pesar de que ellos involucren algunas flaque–

Z¡;lS y debilidades humanas, como la que aca– bo de relatar.

Muchas veces he llegado a pensar de que si yo me hubiera mantenido en la firmeza de mi negativa para no cambiar esa disposición constitucional, la cual era parte de nuesIro sis– lema de Gobierno por más de un siglo, a la muer*e del General Somoza no hubiera sido posible que lo sucediera su hijo Luis, y otro curso hubieran tomado el desarrollo de la his· ·teria de Nicaragua. Yo no quiero rehuir la parte de responsabilidad que me corresponde en los errores cometidos, errores que digo con entera franqueza fueron cometidos con entera buena fe, en la creencia absoluta de que des– pués del Gral. Somoza el poder pasaría al Par– tido Conservador. Yo llegué a creer que este era un verdadero deseo del Gral. Somoza, y no solamente deseo, sino que estaba ligado a su conveniencia personal y económica. A pe– sar de que yo nunca le dije, ni menos le ga– ranticé nada respecto a su capital, él estaba en la creencia absoluta de que el Partido Con· servador no era capaz de confiscarle sus pro· piedades, si llegaba al poder, en virtud de la vía que él le eslaba facilitando.

Cuando celebré este Pacto político con el Gral. Somoza, recuerdo bien de que hubo mu– chos conservadores de que estaban en comple– to desacuerdo con mi actitud y llegue a recibir centenares de telegramas que me reprobaban lo que yo eslaba haciendo. Todos esos tele– gramas los puse en una gaveta especial de mi escritorio en una oficina pequeña que yo tenía en mi casa de habitación. Recuerdo per– fectamente bien que mas de algún amigo, de esos sinceros amigos en los cuales yo tenía ple– na confianza y que eran partidarios persona– les míos, se acercaron a mí para desaprobar– me en términos más o menOS con"\edidos lo que yo estaba haciendo. Una vez uno de es– tos amigos llegó a mi casa de habitación pa– ri'< hablarme sobre eslas cuestiones y le dije que abriera por su misma mano esa gaveta de mi escritorio y que escogiera al azar cualquie– ra de los telegramas que repletaban toda la gaveta. Que todos ellos me desaprobaban lo que yo estaba haciendo con mi conducta po– lítica por el Partido Conservador. Y le agre– gué, todos estos amigos que me han enviado esos telegramas se convencerán que ellas es– flrln errados y que yo estoy llevando al Partido

Don Emilio Chamarra Benald.

Conservador de nuevo al Gobierno de la Re– pública.

Yo sabía bien que el Gl al. Sornoza eslaba enfermo, enfermo de consideración, hasta tan– to de tem.er por su vida. El m.ismo lo creía así, los médicos se lo habían dicho. Entonces los hijos del Gral Somoza no contaban en la po– lítica para podede suceder. Yo entonces saca– ba las conclusiones de que desaparecido el Gral. So=oza era lógico que el Poder iba a re" caer en el Partido Conservador.

Esto fue lo que =e llevó a celebrar ese Pacía de 1950 con el Gral. Somoza.

En el curso de toda mi autobiografía an–

ferior, no una vez, sino muchas veces he dicho

que he co=etido errores eh mi vida política. Y quiero dejar constancia aquí de que esta vez me equivoqué, y =e equivoqué funda=ental– mente. Con la =ejor buena fe del =undo. Tanlo porque la salud del Gral. Somoza no es– taba tan quebrantada como él m.is=o y sus médicos lo creían, como porque los aconteci– mientos posteriores me llevaron a la convic-

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