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rimbas, guitarras y quijongos, siándoles conducen– tes, otras cosas no las apetecían por no tener en qué ocuparlas
El dignísirno represeniante de la poesía moder– na, tratando con las musas, hace oira clase de pedi– dos y nene muy diversas exigencias
He aquí los documentos de la obra realizada, y
del cambio de ingredieníes para versificar:
"Pasó un. gerifalte (especie de gavilán) IOh gerifalfe I Dame tus uñas largas,
y ius ágiles alas corladoras de vien.to,
y fus ágiles patas,
y tus uñas que bien se hunden En la cal ne de la caza"
"Pasa un lTIurciélago
Pasa una mosca Un rrLoscard6n. Una abeja en. el crepúsculo No pasa nada. La mueríe llegó"
En donde, en esas citas y perlas. de "Canios de Vida", aparecen hennoseados, a mejor, diluídos en el elixir de la luna
l
el gavilán, el murciélago, el mos– cardón; y siendo objetos nobilísim.os de los subliInes anhelos del poeta
e las ágiles paJas, las uñas largas y las oh as uñas, que bien se l1unden. ¿Qué Inás po– dría desearse?
Mas no se piense que a ioda fealdad la favorez– ca, nuestro poeta, con su mág-ieo poder: facultades que no se ejercen al arbitrio. son defectuosas, cuan– do se ±raia de las esfaiuas religic..sas que él vio en la SeInana Sania, de Sevilla, de "los santos macabros,
y de los Cristos lívidos y sangrientos," de las proce– siones en el Sur de España; a esos los deja como eran, sumidos en la desgracia que sufrimos los que no nacirrlOS bonitos, ni con la buena suerie del mur– ciélago que pas6 en 01 crepúsculo. y del Inoscardón su compañero
x
Tiene Darío una tan bien sentada fama, que en ella, corno sobre una inconmovible roca, se esirella· rá desauíorizada cualquiera cruics que se intente Para convencernos de ello, pongamos un ejem~
plo: si leyéndose, en la "Salufación a Leonardo":
"Maestro: Pomona levanta su cesto Tu extirpe saluda la Aurora ¡Tu auroral Que estirpe de la indiferencia la Inancha, que gaste la dura cadena de siglos; que aplaste al sapo la piedra de su honda ..
alguno objetará: que la primera extirpe es con la s
que se puso en la segunda, en vez de la x que allí corresponde, mil voces festificarían, echando la cul– pa a cualquiera, menos al Maesiro: que esos fueron errores de imprenta.
y a quien, con candorosa. ingenuidad, se atre– viera a declarar, que no ha entendido palabra, ni na– da en los trascritos rífrnicos renglones, fados le di– ríamos, al punfo, aun sin haber entendido tampocOl IHijo infeliz de la vulgar muchedumbre, la oscuridad no está en el objeto, sino en el sujeto, está en fí, en tus ojos de ave nocturna deslUll"lbrados por la clari– dad de un sol meridiano1
Tratándose del Maesiro admirable y admirado nadie puede afreverse a no entenderle, bajo la pena de quedar relegado a la Inuchedutnbre de la inculta plebe, y
De la pesadumbre
De la fea herrumbre De ser muchedumbre: ILibranos, señor!
XI
En el. simple hombr~: el f~ner algunas cualida_ des fue. Siempre, perfeccion, y en que las iuviera fa
das consistía su acabada perfecfibilidad, pero en ~
super-hombre el perfeccionamienfo, como era de aspe rar, alcanza alfiiudes sobrehuxnanas. a un sun1mu~
que consiste, en hacer de los defectos, prim.orosas gracias, y relevanies cualidades
Tal sucede con el esclarecido nicaragüense qUe
llena el mundo literario con su renombre; en él la extravagancia es sublime. la ambigüedad esplencÍen_ te, los caprichos excelsos, los errores soberanos Esta suma perfección nos era desconocida pues apenas pudimos barruntarla, en lo porvenir, en' aque~
lla, la más pel'fec:la 101'0ba, que se dijo tenía un jo– robado
En consecuencia, cuando algún pretencioso en mala hora, osó tildar a don Rubén de oscuridad en sus escritos, se contestó con firmezal "Si el Maesfro es oscuro, algunas veces, lo hace adrede"
Lo cual es muy bien dicho y una verdad como un templo
Ya heluos visto la claridad con que pide al Se– ñor que lo libre, "de las epidemias, de las blasfemias de las Academias"
I pues con mayor claridad aun di–
ce, de esos, para él, aniros de la claridad inielEilcfual la que va enseguida, quizá no del agrado de los li~
teratos de antaño
"La Academia une, después de todo, a los hom.. bres de genio que alberga como a los mediocres 'da~
espíritu resplandecientes de apellidos, en una mism~
tarea, vaga y eterna: hacer el Diccionario" . . . Claridad radiante, que se hiz? necesaria. para resplandecer de grandeza, arremetiendo pujanie los cimientos seculares de j;Jenemérifas insiüuciones. y"i:4
bastante maltrechos por la superhumana burla de aquel amargo epitafio: '
"Yase aquí Fi16n, quien nada era, ni académico siquiera "
Si a lo dicho anterionnente sobre los errores que se achacan a la tipografía, basta para demostrar que quien osa criticar al Maestro recibirá la maldición del cielo, pues estos errores los cornete adrede
Adrede! para encontrar la luz en las sombras, pa–
ra elevarse sobre lo común y ordinario, para dam~
derecho a exclamar, con el lenguaje del despofism6. del triunfo en la boca de un bárbaro: ¡Vae vicns! ¡Ay
I
de los vencidos I de los creyentes en AcadeInias y en los "Ars dicendi", de las almas sin ardor, ni sensa– ción pura, y con comedia y con lileratura I
XII
Al ser recibido el ilustre Pereda. en la Academia Española se dijo en su alabanza: que daba vida, vi–
gor y unidad a sus escritos, la firmeza de su convic– ción religiosa, que lo liberiaba del vaivén de las opi-niones . Algo parecido podemos decir en loor de nuesfro Daría, no, precisamente, del canjunio de sus trábajos literarios, sino de cada uno de ellos l están escriios sin vaivenes, no yendo, ni viniendo, ni pasando del uno al otro una nüsma convicción del escritor Veámoslo Convencido de la nada. dijo:
"Y la carne que tienta con sus verdes racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramoS, y no saber a donde vamos ni de donde venimos ..
Convencido de que hay algo, cantó "En la muer– te de Rafael Nuñez":
La negra barca llegó a la ansiada costa, y el subliJne Espíritu gozó la suma gracia
y loh Moniaignel Nuñez vió la cruz ergUirse y halló al pie de la sacra Vencedora (la cruz) el helado cadáver de la Esfinge"
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