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« Previous Page Table of Contents Next Page »hogar. De aquella jornada de santidad, su rostro quedó liinpio y su alma más luminosa. • Otro año una señorita agraciada por belleza y vir.. tud, fue conducida a la cárcel por una falsa acusación de contrabando. Doña Elena que era una alma evangélica, unía a la mayor sencillez de espíritu una despierta ma licia de entendimiento, y comprendió que aquella pri. sibn era una trama contra la virtud de la joven. Inmedia–
tamente se fue a la cárcel a visitar a la prisionera. Se
quedó a su lado todo el día, y cuando a la primera no– che cerraban la cárcel, el carcelero ordenó a doña Elena que saliera de la prisión. Ella le contestó: Aquí me que– daré, prisionera también ¡unto a esta niña inocente, mientras no vuelva al lado de su familia. El carcelero le ordenó en voz imperiosa, la amenazó, pero ella perma.. neció firme contestando con sua~idad. pero con resolu~
ción ínquebrantable: Aquí permaneceré me pase lo que
me pasare. Consultó el caso el carcelero con los Jefes Superiores, y como era muy respetado el nombre de do· ña Elena, dieron orden de libertar baio fianza a la niña. Sobraron fiadores, y así fue salvado el recato de la ino. cente criatura.
Permítaseme agregar como ,tercera anécdota, un re~
cuerdo personal. Una mañana del mes de Abril venía paseando a caballo con mi hermano l'I"{.'guel, por los aire.. dedors de la ciudad. Encontramos a dofia Elena que mar· chaba a pie, baio un sol tórrido y sobre un camino no andadero. Llevaba colgando de una pequeña cuerda una pieza de carne fresca. La detuvimos y le preguntamos: Para donde va bajo sol tan riguroso, que le puede hacer daño? Nos contest6: Voy a deiar eS'lI carnita a un en" fermo, al cual le ha ordenado el médico tomar caldo sus– tancioso y no Ifiene con que comprar. Le replicamos: Por qué no vino en coche. Contestó sonriendo: Porque
no tengo con que pagarlo. Le propusimos que nos espe~
rara y que iríamos ligero a traerle el coche. Ella siempre sonriendo con malicia, nos contrapuso: Meior démen aquí el pago de las dos carreras, y yo mandaré a buscar el co-
che desde la casa del enfermo. Le dimos dos pesos que valian las carreras, burla burlando nos dijo: Mejor que– daré ahora con el enfermo, le llevaré la carnita y los do!); pesos, y [)I;os se los pagará a ustedes. Dio la vuelta y
se alejó riéndose de nosotros, sobre el camino polvoso. Miguel me dijo: Mírala que ligero camina, nosotros a ca– ballo no la podríamos seguir; va como en el aire, no deja huellas sobre el polvo. Yo agregué: No la podemos se– guir porque va hacia el cielo. Arrendamos los caballos
hada el mundo en donde traveseaba nuestra iuventud.
Caridad es enseñar al que no sabe, asisfli'r a los en~
formos, lesguardar el honor del prójimo, dar de comer al hambtiento. Eso enseñaba con su ejemplo doña Elena. Era acaso una heroína? Fue algo mayor, una santa. Murió el 11 de octubre de 1911. En ese tiempo era Nuncio de su Santidad en Centroamérica, Monseñor Juan Cagliero, notable misionero Salesiano, que fue más tarde elevado a Cardenal y que es probable que llegue a los Altares. Residía en San José de Costa R·iea y cuando supo la noticia de la agonía de doña Elena, le puso un cable~
grama impartiéndole ra Bendición del Sumo Pontífice. La moribunda sonrió beatíficamente al recibirla. Monseñor Cagliero que como muy buen sastre a este respecto cono– cía el paño, la tenía por Santa y así lo proclamaba. Al padre Valentín Nalio, que fue secretarío de Mon· señor Cagliero se le escribió pidiéndole datos sobre do– fía Elena para ver de iniciar el proceso de su santidad, y
contestó estimulando el pensamiento con estas notables palabras: "De corazón pido a Dios que los ilum1ine y asis..
ta para llevar a cabo tan hermosa idea; pues en mi con.. cepto doña Elena, por sus altísimos merecimientos religio~
sos sociales, es una santa de Altar, merecedora como Ro.. sa de Lima en el Perú, de ser públicamente consagrada, el primer ciudadano de Nicaragua".
Rosa de Lima, Elena de Granada Lirios q~e Dios hizo florecer en América para perfumar su historia y su
destino de tierra cristiana.
DOÑA ELENA YSANTA TERESA DE JESUS
FRANCISCO VIJIL
Cuando en 1892 azof6 a Granada la pesfe de la viruela negra, comúnmente llamada "alfombría", esta enfennedad hizo gran número de víciirnas La Municipalidad de Granada orden6 reunir a fados los aiacados en un solo local, el cual estaba cerca
del Cementerio de la Ciudad A esfe local de enfer–
mos, dieron el nombre de "Lazareto", y nombraron una Direciora y varias ayudanfas enfenneras, pero nadie quiso aceptar fan arriesgado cargo por femor
a la viruela. al contagio de la terrible viruela An–
te la dificuliad de enconfrar quienes quisieran for–
mar el personal que se requería para que atendie–
sen a los enfermos, se presentó a aceptar el nom–
bramiento de Direcfora del "La.2'areio" la bondadosa
y caritativa Doña Elena, quien así daba testimonio elocuente de su amor a Dios, al llevar su abnega_
ción hasta aceptar de previo el posible contagio,
que bien podría significar su m.uerte
En cierta ocasi6n veníam.os de una finca mi pa– dre y yo; al pasar por el "Lazareio", serian corno las seis y media y ya caían las sOlnbras de la no– che. cuando oírnos voces que parlían de un hombre a caballo que decís, ",Elena, Elena. 1" Se abrió la ventana y apareció Doña Elena con la cabeza atada
con un pañuelo blanco y una láInpara en la mano,
y confesló; Qué quieres, Faustino?' No he tenido no– ticies tuyas, con1estó el de a caballo, y vine a saber noiicias, o si necesitas algo, para enviártelo Nece– silo, dijo Doña Elena, que vengan médicos con más constancia Hasta la vez solamente Juan Ignacio Urlecho llega a esta ventana a danne :medicinas y
consejos Cuando ocurre alguna defunci6n, me siento abandonada de la ciudad. Adi6s, Faustino.
La ventana se cerr6 y nosotros ~roseguiInos
nuesfro caxn.i.no Ya en nuestra casa, dije a mi nlB– dre que esa noche había visfo a Sania Teresa de Jesús al pasar por el "Lazareto", según se parecía Doña Elena a la imagen de la Santa Mi padre to– nlÓ parle en la conversación diciendo: "Ciertamen– te, vimos a Sanfa Elena, pues no es oira la persona que acepta atender a los apestados de viruela Ella conirajo la viruela en el m.iStnO "Lazareto" que lle–
g6 a regentar y aceptó el lecho del dolor con pro– funda resignación De ese lecho, cuando fue resca– iada de la nluerle. salló todavía con nlás ánimo a dedicarse corno antes al bien de los prójimos y a la enseñanza de la niñez.
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