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que a Lastenía le quedó el automóvil de la ¡;mbajada Y yo me fuí en otro de alquiler al lugar donde se iba a inaugurar el Congreso Internacional de Agricultura, donde llegué antes de la entrada del Rey.

Cuando el Rey entró y se dirigió a tomar ssiento en la plataforma real, la concurrencia aplaudió pero con mucha frialad. A poco rato entró Mussolini y los aplausos con que fue re– cibido eran atronadores y frenéticos. La dife– rencia de recibimientos era indudablemente muY marcada.

Al terminarse la inauguración del Con– greso Internacional de Agricultura regresé a la Basílica de San Pedro para recoger a mi esposa. Mas ocurrió que ya la celebración re– ligiosa había terminado y que toda la gente se había ido a sus casas. Por todas partes bus– qué a Lastenia y no la encontré, y no encon– tré tampoco el automóvil que le había dejado a su disposición. Eso me hizo suponer que se había ido a nuestro hotel, por lo que me dirigí hacia allá, pero no la encontré allí tampoco. Como se comprenderá: no dejó de preocu– parme aquello, y mi preocupación crecía al pensar que Lastenia hubiera podido extraviar– se en aquella enorme urbe que es Roma. Por lo que me. dediqué a infonnarrne de ella en todas las casas vecinas a la gran Basilica. Por fin dí con una en la que había estado de visita

y en la que estaba una de las jóvenes de la ca– sa que la había acompañado al hotel. Un po–

co más tranquilo me regresé al hotel donde por fin encontré a Lastenia. Naturalmente la alegría de ambos fue muy grande al reunir–

nos de nuevo.

Después de haber obtenido la autoriza– ción del Ministerio de ~elaciones Exieriáres del Gobierno pára presentar mis credenciales ante el de la Santa Sede, no perdí tiempo en presentarlas y luego en visitar al Santo Padre

con mi esposa. Como es de suponerse, íbamos muy emocionados al pensar que nos presenta–

ríamos ante el Papa Pío XI, mas después de la ceremonia y la visita salimos muy confor– tados por la bondad y sencillez de Su Santi– dad. Nos impresionó la suavidad ele su pala– bra Y la dulzura de su corazón de Padre. En Roma estuve varios meses y antes de salir de Italia fuí a conocer Florencia y su be– lla Catedral, así como Venecia con sus canales

y sus góndolas y sus palomas en la Plaza de San Marcos. Nuestra llegada a Venecia fue du– rante la temporada de baños y tuvin"los opor– tunidad de ir a Lido, lugar de mucha concu– rrencia y un balneario muy alegre, después de lo cual decidimos abandonar Italia y conti– nuar nuestro viaje por Europa.

De Italia salimos para Viena y airas im– portantes ciudades europeas, como Hambur– go. En esle viaje de Roma a Viena volvimos

~ Sl.1frir una separación forzada .mi esposa

Lastenia y yo. Como dije antes, en el viaje de Francia a Italia, el registro aduanero se llevó a.efecto en el ferrocarril mismo y sin haber te–

nIdo siquiera previo aviso, pero en el trayecto

El doctor Juan B. Sacasa y el dóctor Manuel COldelO Reyes en Puelto Cabezas, Nicaragua.

de Italia a Austria hay necesidad de bajar el equipaje en la región del Tirol, en un lugar fronterizo donde se llama a los pasajeros pa– ra que presencien el registro de su equipaje. Yo no bajé porque no oí el llamado y no fue

sino hasta que un nor±earnericano, que iba en

el asiento contiguo al mío, me dijo que se es– taba llevando a cabo el registro que me dí

c~enfa de ello. "Vaya", ll1.e dijo, "a ver si tie–

ne tiempo para que se lo hagan". En efecto, me bajé del tren y pregunté en la Estación Aduanera por mi equipaje, mas al hacerlo no– té que el tren partía y entonces corrí hacia el tren y quise abordarlo mientras ya comenza– ba a caminar, pero uno de los empleados del ferrocarril me agarró y me detuvo e hizo que me quitara de donde estaba tratando de abor– dar el vagón, con lo que el tren partió.

El empleado, con toda cortesía, no dejó de reprenderme diciéndome que había hecho muy mal al no bajar a tiempo para el registro aduanero y que había hecho aun peor al que– rer abordar nuevamente el tren cuando éste

estaba en rnovimien±o, pero, me dijo adernás,

que felizmente nada me había ocurrido cuan– do bien podía haber sufrido un serio acciden– te, mas yo no le oía bien lo que me decía de– bido a la gran preocupación que me produ– cía el pensar que Lastenia no llevaba ni pape–

les, ni documentos, ni dinero, ni znedios para

entenderse con las gentes, y que iba a ser un problema serio para el poder descubrirla en la ruta. Por fin conseguí con el mismo em– pleado que me deiuvo que en el camino le dieran a Las±enia unos cien dólares y que le avisaran que yo saldría en el siguiente tren

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