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capar deliberadamente frases sobre este cerro, delante de campesinos sospechosos, que pensábamos in– fOl mOl ían a la Guardia

Sin embargo, ante :10 el eciente opinión de algunos compañeros! en el sentido de que era ¡ndis~

pensable que nuestra pequeña fuerza atacara un pueblo VOl iamos lamentablemente de plan, dejando la montaña, y caminando hasta una hacienda cercana al pueblo de Santo Domingo, propiedad de un señor Argüella

Allí¡ dos campesinos soplones, comunicaron nuestra posición a la Guardia, dándole el primer pun-

to de referencia exacto

Fue en ese momento, en que las fuerzas del Ejército hasta entonces desconcertadas, hicieron su

primer plan concreto, según se deduce del testimonio del Mayor Guillén, Comandante del A,ea de Chon– tales

Estábamos ubicados Sabían nuest, o núme ro aproximado, y por el errOl que apunté antes (ha–

ber cedido al impulso del orgullo en vez de actuar confolme al razonamiento frío), nuestra posición apa–

lecío bien determinada, y p)€cisamente en el territodo que podía ("ontroJar el Fjército

Guillén no perdió tiempo, y nosotros quisimos tardíamente enmendar el enor ganando nLJevamen–

te el linde de la montaña

Es un hecho claro, que al no dejarnos ubicar de la guardia y al no pe,mitirle darnos alcance, estábamos precisamente triunfando de ella, y preparándonos para enfrentalla

Nos faltó sinembargo [a paciencia, indispensable al guerrillero, y una visión más amplia del rro– blemo, para comprender¡ que ese era el camino, pues antes de encontrar terreno firme cualquiel contacto

abierto con el Ejército, tenía que concluir con nosotros

La declaración del Comandante del Area de Chontales pi abó ésto Cuando en vez de seguir

nuestro plan de paciente defensiva, iniciamos amago de ofensiva, él nos localizó y puso sobre su mapa de campaña todas las trampas que habían de terminal con nuestra rebelión, en Chantales

SEGUNDA. Cuando Guillén hizo contado con nosotros, días después de habernos ubicado, 110S ten– di6 un semicírculo, dejando abierto (porque no podía celYado) el paso de la montaña Por es~e salimos noso–

tros, pero en vez de seguir adelante, tomamos off-a vez el camino de las dudades, quedando a la re~aguardia

de Guillén, y a un paso de Santo Domingo, el pueblo hfJsta donde llegaba la calretera de Managua

Este error es similar al primero, pero difieren en cuanto que aquél fue voluntario, y éste obligado

por las eh cunstaneias

Cuando Guillén nos atacó¡ bombardéandonos con aviones y mortelos durante 5 horas, y con fue–

go de fusiles y ametralladoras nosotros tomamos el único paso libre que había dejado, caminando Este, es decir haca la montaña Altántica Luego hicimos un rodeo y al día siguiente marchamos en dirección contraria (Oeste)) dejando a Guillén estrechar su círculo sobre un lugar en donde ya no había nada

Hasta aquí no hubo error, sino una operación de engaño realmente buena

Pero ¿qué ocurrió después ? Que en vez de tomar nuevamente el rumbo de la montaña, lo sombra del ilusorio ataque a Santo Domingo volvió a perturbar nuestras mentes

Hacia ese pueblo nos dirigimos en una marcha forzada de 23 horas que agotó y desmoralizó CI

la mayor parte de los muchachos

Llegamos a Fruta de Pan, levantando con violencia a los que caían en el camino Fue una 1l0~

che triste y sin estrellas Hambrientos, con los nervios alterados después de un bombardeo en el semicí,Ol– lo de Guillén que duró cinco horas, nos acercamos al sitia, todavía en posición de ataque a las tres de la

maña\1a

Había dos periodistas que se sorprendieron de vernos

Nuestra escapada de las fuerzas del Gobierno, era una pequeña hozañn, pero 01 salir ele In ro tonera que nos había puesto Guillén, Gaíamos en otra ratonera Los soldados del Gobierno estaban 'ega– dos como pequeños hormigueros en toda la región, y desde el momento aquel, en que por nuestro p' ime, error habíamos sido ubicados en una posición desfavorable y cercana, todo estaba coordinado en cont,a

nuestra r;n ;:

TERCERA. En Fruta de Pan, todos nos vimos enfrentados a un pl'oblema imprevisto, 'jue se agi'avó por las condiciones físicas lamentables en que nos encontrábamos.

Llegamos allí de madrugada Entramos a la rasa hacienda después de 23 horCJs de marcho continua, y en el momento mismo de llegar y registrar la casa brotó del fondo de esta un grupo de perio–

distas extranjeras

Hubo saludos y apretones de mano Los periodistas no eran nuestros enemigos y por lo tanto no había razón para apresarlos o ponerlos en cuarentena Ellos estaban allí por nuestra causa, y desea–

ban precisamente encontrarnos

Ocurrió lo inevitable

Los periodistas contaron que el resto del país estaba en calma, que nadie había respondido efec-

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