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« Previous Page Table of Contents Next Page »Es esencial sin embargo distinguir que el militarismo de nuestro tiempo no tiene parentezco con el caudillaje militar de hace cincuenta años. El militarismo latino-americano de nuestros días no ob– tiene sus victorias políticas a través de batallas, sino por medio de "pronunciamientos". Como dice un escritor sudamericano: "hay cambios de telegramas pOi doceuas en una madrugada; regateos de com– praventa y lanzamiento a través de radiodifusoras, de millares de palabras que repiten el mismo men–
saje".
El avance tecnológico de las armas modernas ha dado a los Ejército~ organizados un gran po– der represivo. Un pelotón de carros blindados, granadas de mano y ametralladoras, equivale hoy poco me– nos a lo que en el pasado fue un batallón. De ahí que como apuntara Mannheim" "la concentración de los instrumentos militares disminuye las posibilidades de todo tipo de insurrección y revolución, lo mismo que la ejecu,ción de la voluntad de la masa democrática,". Y agrega más adelante el distinguido sociólogo: "el secreto de la democratización que tuvo lugar en los siglos XVIII y XIX estriba en el simple hecho ,le que un hombre sig'nificaba un fusil y la resistencia de mil individuos, mil fusiles. Hoy el poder relativo de las fuerzas opuestas no ha de medirse contando con individuos, sino con el número de personas que pueden ser muertas o atell'orizadas por una sola bomba". De donde concluye nuestro autor citado que "una fuerza militar puede de tal modo aislarse social,meute de la población en geueral, que siempre sea posible usarla contra ella".
Lenin y Mussolini ideólogos de doctrinas con ladicales divergencias, coinciden sin embargo en admitir la imposibilidad en nuestros dias de un movimieuto insurreccional popular químicamente puro, en– frentado inerme al poder militar. El jefe comunista al exÍlaer enseñanza de lo que sucedió en Rusia en 1917 dice "que ninguna revolución de masas podrá triunfar sin el apoyo de una parte, cuando menos, del ejército que sostenia al antiguo régimen". Y el creador del Fascio, a su vez acuñó una frase gráfica a las que era tan adicto: "Se puede hacer una revolucióu con el Ejército, o sin el Ejército pero no contra el Ejército".
Frente a este tremendo dilema, que aún perdura en algunos países latino-americanos, se pro– nuncia así el Presidente Betancourt: "pero si el alza,miento a la desesperada es un suicidio colectivo; si la exclusiva acción de masas de que tanto hablan los comunistas es una aventura condenada al propiv fracaso, la sola resistencia pasiva frente a los despotismos, no es respuesta suficiente de los partidos po– liticos populares y de los hombres que los dirigen. Entrc una posición y otra, entre el desplante epilépti– co y la parsimonia reumática, rechazables por igual, se ubica la tercera, la justa: la estrategia que con– siste en orientar y conducir la acción activa del pueblo por la reconquista de sus derechos fundamenta– les. y como factor importante de esa estrategia, la atracción ha.cia el campo democrático de uua parte siquiera de las fuerzas militares".
Ahora. bien, juzgada desde el punto de vista ideológico, el Ejército como institución profunda– mente tradicionalista, apegada a los valores consagrados de la sociedad: propiedad plivada, religión, etc., está muy cerca del pensamiento conservador. De manera que a na.die puede interesar más el progreso, la "asimilación", la "readaptación" del Ejército a la cambiante sociedad, que a hombres de credo conser– vador, que no buscan por hipótesis la desh ucción del Ejército, sino su perfeccionamiento y aÚn más que eso, el que sea aceptado como una entidad necesaria en la conservación del orden y la estabilidad social.
Para nosotros la vieja pregunta de Juvenal: qui custodiet ipsos custodes (quien nos defenderá de nuestros guardiaues) no puede contestal'se en la forma de Fidel Castro, profundamente enemigo del Ejél– cito como institución, sino en la. reestructuración del funcionamiento de nuestras Fuerzas Armadas como necesaria y legitima iostitución de la vida democl ática.
La Guardia Nacional de Nicaragua surgió de un compromiso politico en 1927 entre las dos fuer– zas representlltivas del país, cuyos puntos básicos fueron recogidos en la Convención que firmara Mr. Da– na Munro como representante de los EE. UU. y el doctor Carlos Cuadra Pasos a la sazón Mioistro de RR. EE. Posteriormente, se vio la necesidad de "integra,r" a la Guardia Nacional dentro de la constitu– cionalidad y el entonces Presidente José Maria Moneada envió a, Washington una misión bipartidarista que planteó precisamente ese trascendental asunto. Más tarde, a propósitos de convenios políticos firma– dos en 1947 se estableció en una de sus cláusulas que un protocolo especial esbozaria las reformas y cam– bios necesarios en la organización del Ejélcito para asegurar su apoliticidad.
El asunto no es pues de reciente problemática ni es primera vez que se abOida. Lo que nece– sitamos es hacer comprender al Ejército que el Partido Conservador está empeñado en esa "adaptación" no con afán de causarle perjuicio, sino todo lo contrario, porque la verdad es que dentro del sistema dic– tatorial, los militares son también prisioneros politicos del Gobierno. No otra cosa significa esa orden general firmada por el extinto Presidente Somoza Garcia por medio de la cual se puede dar de baja a un
of~cial, no importa su antigüedad y prestigio, por la "mera conveniencia del Gobierno". Una verdadera
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