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tamente donde los otros, en un camino difícil y virgen, sobre el cual marchábamos bajo el ruido incesante de los cohetes y bombas de aviación que ya habían entrado a funcionar en abundancia

Nos juntamos con los demás debajo del bombardeo y continuamos marchando rumbo Este Siempre Fidencio fue con nosotros, de mala gana al principio, más contento después

Nos guió con honradez y eficiencia y gracias a él pudimos salír del cerco que nos había puesto la Guardia

Pobre Fidencio!! él tenía razón de decir que servía de guía a la Guardia porque no tenía otro re– medio, como tampoco tuvo más remedio que sel vil nos de guía a nosotros.

* * *

La audiencia pasó sin que Fidencio Pélez llegara a declarar, pero durante ella, con Eduardo y los demás muchachos que estaban en el cerro de la ¡;Ior el día que lo encontramos, estuvimos hablando de él

El muchacho que le quitó su pinolillo se lo comió todito Al fin de cuentas tenía mucha hambre,

y Fidencio había comido cuajadas esa mañana con la Guardia

Era justo que se lo comiera!!

La Verdad Oficial

misma

L

A "verdad oficial" es generalmente distinta de la verdad pero está que se le parece lo suficiente como para salvar al Estado o a sus ser llamados mentirosos

También la "verdad oficial" persigue un fin, al revés de la verdad,

confeccionada de tal modo honorables funcionarios de

que es una finalidad en sí

Estas reflexiones se pusieron de manifiesto en la declaración que prestó hoy el Mayor Gustavo Guillén, oficial de la Guardia Nacional, y portavoz de la verdad oficial, la cual dijo, a pesar de que fue juramentado para decir la "verdad, y sólo la verdad"

Guillén, un soldado profesional, pero adherido al partido del Gobierno, nos llamó I epetidamente "el enemigo", o los "revolucionarios", expresando " que había actuado contra nosotros como Jefe de Ope– raciones y Comandante de la Zona de Chontales, con Cuartel General en un sitio llamado El Llanto" . Su declaración fue latosa y extensa Fornido, con cara de niño viejo, pelo casi rapado al estilo prusiano, y mirada bonachona, describió sus operaciones militares detalladamente y dio explicaciones tan perfectas de sus movimientos que bien hubiera podido pasar por un gran maestro táctico, reconstruyendo la batalla de Austerlitz

Después, inflamado su corazón del buen sentimiento siempre vivo en el corazón de los gobernan– tes, citó la magnanimidad de estos para con nosotros, y recordó cómo impartieron órdenes a fin de lograr un plan de ataque con el cual "el enemigo" resultara capturado, y no hubiera un sólo muerto

Dos grandes rasgos de la "verdad oficial" estaban expuestos Primero la maravillosa táctica del Ejército, y segundo la bondad de sus dirigentes Sin embargo, como la "verdad oficial" es siempre distin– ta de la verdad, el testigo se negó a confesar que durante las operaciones hubiera hobido bombardeos aé– reos, como uno que duró cinco o seis horas, y que ocurrió en una de las acciones narraclas, en la cual se– gún 131 sólo hubo fuego de fusilería y morteros, hecho para causar pánico a "los revolucionarios"

La verdad oficial no podía confesar esos hechos, porque de hacerlo nadie iba a creer que un bombardeo concentrado de 5 horas en el cual participOl

01'1 tres o cuatro aparatos militOl es saturando la re– gión con cohetes y bombas de alto poder explosivo era únicamente pOi a asustar a las 65 pel sanas que lo sufrídn

Tampoco podía el testigo o el enemigo de los acusados, como el mismo se catalogó, confesar a plenitud la citada acción porque la escuadrilla de bombardeo había sido comandada por uno de los Jueces, el Capitán Villalta, miembro del Consejo de Guerra

, La "verdad oficial" decía que el juicio era imparcial, y la verdad pura y simple desmintía ésto en el caso del Juez Villalta¡ quien como el testigo había tomado parte en las operaciones para destruir al "enemigo" que ahora era "el acusado"

Acosado por los dos o tres defensores que aún quedaban y pOI los de oficio, Guillén se negó a aceptar el bombardeo, actuando cpn una contumacia, que el Fiscal apoyaba de vez en cuando intervi– niendo para sacarlo de apuros

Repantigado en su silla, dando de vez en cuando brinquitos hacia atrás y mirando con cara de colegial asustado a sus colegas, el Juez Capitán Villa Ita, autor del ataque aéreo y compadre de la Au– toridad Convocadora, siguió la escena con divertida inquietud.

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