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El GENERAL
"Nosotros, los Somozas, hemos es– tado gobernando demasiado tiem– po. Eso pone bravo a los señores de la oposición pero el país ha ganado y la gente vive bien bajo los Somo– zas". El General se ríe, una risa pí– cara y ufana, sólo sus ojos no ríen, sino que están observando detenida– mente el e!ecto de sus palabras. Ellos acechan como los ojos de una fiera que está aguardando en la sombra Anastasio Somoza, a quien los Nica– ragüenses llaman "Tachito" lo cual significa "pequeño Tacho" tiene 35 años, dos menos que su hermano El es militar profesional, educado en West Point. Lleva un uniforme bien hecho, con estrellas doradas sobre las charreteras En su oficina hay una vitrina llena de medallas y so– bre el escritorio un cenicero en la forma de un revólver COLT. Sin du– da el regalo de propaganda de una compañía que ha ganado mucho di– nero con sus "productos" en Nicara– gua Hecho de porcelana pero tan bien imitado que al primer momento me asusta cuando lo veo frente a mí. El General se ríe cuando se da cuenta de mi susto. Le gusta reirse, pero su risa tiene un tono escondido peligroso.
Mi cita con el General estaba fi– jada para el mediodía. Cuando yo subí en taxi el camino al castillo blan. co encima de la colina, dos veces me paran. Primeramente, una cadena de hierro cierra el camino y al lado de una torre de hierro con asperillas, soldados con rifles listos para dispa– rar guardan la subida. Dos minutos más tarde se repite la misma escena, otra vez nos paran y sólo podemos seguir nuestro camino después de una llamada telefónica con la Resi· dencia del General. Una carta que enseño y en la cual s.e me invita pa– ra venir no tiene ningún valor, los soldados ni siquiera la ven, aparen. temente no saben leer. Dos terceras partes de la población de Nicaragua
'1on anaHabetos y el General trae de preferencia los soldados de su bata– llón de vigilancia de los pueblos más remotos donde no hay escuelas Hombres que no saben leer son más seguros y son menos susceptibles a la propaganda comunista. Si para las once y media de la mañana estaba fijllda mi cita con el General, a las cuatro de la tarde finalmente me conducen a su oficina. Por un perío– do de cuatro horas tenía que espe– rar en la abierta sala de la Residen· cia entre soldados con armas listos para disparar, oficiales a los cuales las pesadas pistolas a su lado golpean sus propias piernas, entre mujeres con niños en sus brazos y hombres viejos que andan descalzos, entre un inválido con una pierna menos y una muchacha que tiene un gran parche sobre un ojo De vez en cuando sa· le de la antesala el secretario del Ge– neral en su traje blanco que mas bien parece una pijama y saluda a una de las mujeres que están espe– rando y me asegura, como consuelo, que ya solamente faltará un "mo· mentito" y después, desaparece otra vez Todo eso parece ser una esce– na de una obra de teatro. Con to– do, cada uno se porta como si se en– contrara en su propia casa. La gen– te está cha rlando sentada en las gra– das de la escalera, o durmiendo en una de las pocas sillas que hay. Na– die se mueve de puntillas, nadie muestra respeto. Porque cualquier ciudadano en Nicaragua tiene el de– recho de ir a ver a su Presidente, cuando quiera para exponer sus de– seos. Eso es una parte de esta extra– ña dictadura. También el General es· tá a la disposición de todo el mun· do, a cualquier hora del día. Así él mismo lo dice cuando se presenta una oportlJnidad para hacerlo. Tal. vez un poco demasiado ruidoso, y talvez un poco demasiado frecuente, así como si tuviera envidia de su her– mano o como quien quiere ha– cerse propaganda. La Casa Blanca del General está encima de una co– lina un poco debajo de la Casa Pre– sidencial, y se parece a un castillo. Al pie de este castillo los soldados están haciendo sus ejercicios con equipo completo, a 35 grados de ca– lor, desde hace más de una hora y media Hay sus razones para que la gente llame a los Nicaragüenses: los Prusianos de Centro América. Sin
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embargo, cuando yo mendono eso ai General, no recibo el asentimiento que esperaba. El me pasa un libro grueso con cifras y estadísticas y di· ce: "Tenemos más maestros que sol· dados; hemos triplicado en los últi· mas años el largo de nuestras carre– teras y en pocos meses terminaremos un hospital con 1000 camas que fue construído por nuestro Gobierno". Su voz tiene un tono fervoroso como la de un colegial Se puede ver aqui las consecuencias del cambio de 90.
r:,ierno en Washington. La Guardia Nacional y Policía todavía tragan el 15% de los 35 millones de dólares del presupuesto nacional de Nicara– gua pero ya no les gusta hablar de la potencia militar que antes era su orgullo, sino más bien ahora se pro· cura borrar la impresión de la dida· dura militar y poner énfasis sobre lo democrático El General me dice: -"Los Estados de Europa debían po. ner fin a su desconfianza en contra de Nicaragua e invertir sus fondos aquí, porque de otra manera no se puede desarrollar nuestra economía y la gente se pondría descontenta, lo cual sólo ayudaría al comunismo". En la cara color café·c1aro del Gene. ral se mantiene como fija la risa amable, pero los dedos que están golpeando con leve impaciencia la mesa denuncian un enojo disimula– do Yo estoy citando su propia fra– se, ésta, que los Somozas están des· de hace demasiado tiempo en el po– der, y por mi parte, agrego que un cambio posiblemente podría eliminar la desconfianza de los países extran– jeros contra el régimen de los Somo· zas. "Los nicaragüenses no quieren otro Gobierno!" la contestación viene rápidamente, tal vez un poco dema– siado rápida. El General mismo se da cuenta de eso y muy aplesurada– mente agrega: "Además, mi hermano Luis ha dicho que no quiere ser otra vez Presidente". "Y Ud, mi Gene· ral?" pregunto yo "Yo soy militar y
no político", ,me contesta La cara todavía tiene la risa amable, compla– ciente, pero la voz ahora es fría y en sus palabras se puede oir desapro– bación o casi indignación y sus ojos café se tornan oscuros y opacos. Luis Somoza es un hombre inteli· gente pero un poco suave; su her– mano es más duro. El es, en su apa– riencia y en su modo, el auténtico hijo de su padre.
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