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La voz de Dios uno la quiere clara, y no lo es. No lo es porque no puede ser clara pa– ra los sentidos. Pero es profunda Es una voz honda y sutilísima e inexplicable. Es como unQ honda angustia en el fondo del ser, allí donde el alma tiene su raíz. Es una voz en la noche. Vocación quiere decir llamada y una voz en la noche. Una voz llama y llama. Uno oye y no Ve La queremos clara como el día y es profunda como la noche. Es profunda y es clara pero con una claridad oscura como la de los Rayos X. Y flega hasta los huesos.

Porque la voz del amado es existencial y no es verbal. No resuena en los oídos, ni en

nuestra mente, sino más hondo, allí donde El habita, en lo más hondo de uno. La llamada e!

un descontento, un desencanto de todo. No es con palabras sino con hechos, con circunstan–

cias, con realidad. No es superficial, y por eso nos parece que no es clara, porque solemos vi– vir en lo más superficial de nosotros mismos, donde nos comunicamos unos a otros con pala– bras, sino que es profunda, porque Dios habita en el fondo del ser. Y su voz es un silencio.

Lo llamada de Dios -la vocación- es doble. Dios lo flama a uno diciéndole: "Ven y

sígueme". Es un llegar y es un seguir. Es hallar y un seguir buscando. Porque como dice San Gregario de Nisa: "Hallar a Dios es buscarlo incesantemente". La llamada de Dios es una /fa– moda constante, a lo desconocido, a la aventura, a seguirlo en la noche, en la soledad. Es

una flamada incesante a ir más allá, más alió. Pdrque Dios es dinómico, y no es estático (como su creación también es dinámica) y llegar a El es avanzar siempre. El llamado de Dios es como un llamado a ser explorador, una invitación a la aventura.

Es la voz de un pójar() que se oye en la noche, y llama y llama. Y es respondida por otra voz más lejano de. otro pá;aro. . Este se acerca, y aquel se aleja más siempre llamándolo. El que lo sigue se acerca más, y el otro se oye más lejos aún. La voz del que lo sigue se oye ya le;os también. Y las dos voces se pierden en la noche.

EL que ama a Dios quiere estar solo. Es como el deseo de soledad que sienten los no–

vios, que quieren estar solos y que nadie interrumpa su intimidad, porque toda otra persona les

es extraña. Y por eso los que han sentido el amor de Dios se retiran al silencio yola soledad.

"El alma no puede vivir sin amor", dice Santa Catalina de Siena. El que no ama a Dios, ama otras cosas. El amor que uno siente por Dios es el mismo que antes ha sentido por las otras cosas. Y el que ama solo a Dios, lo ama con el amor con que antes amó a miles de co– sas, y lo ama con la fuerza inmensa de quien no ama más que una sola cosa en todo el univer– so, y con un amor total y universal.

El amor es que otro habita dentro de la persona de uno. El amar es una presencia. Es sentirse de otro, y sentir que otro es de uno. El amor es sentirse dos, y sentir que dos son uno mismo. El amor es saberse amado, sentir la presencia de otro que lo ama a uno y le sonríe. Amar es querer ser otro, y saberse otro,'y saber que el otro quiere ser uno, y que es uno. Es estar vacío de uno, y lleno de otro. Cuando uno mira 01 amado, toda el almo se vuelca en lo mirada. Cuando uno suspira toda el alma se vuelca en el suspiro. Es soberse dos y sentirse iden– tificado con toda pare;a de dos seres que uno ve: dos enamorados, dos nubes, dos palomas que

pasan volando, dos estrellas.

El sentimiento de soledad y mi suspirar de noche antes no hallaban eCO en nadie, caían en el vacío. Yo estaba solo. Ahora mi suspirar ha encontrado un eco, se dirigen a un Afgul9n

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