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(FRAGMENTOS)
(Publicados en "La 'flll tlllia", Nos. de 1 a M
salidos a la luz en Masaya, de Septie1l1bre de 1877 a Agosto de 1878).
LECTURA a MIS DISCIPVLOS
1
No es la vanidad la que me impele a hablaros de mí en esfas lecturas: en mi edad, en mis desengaños y en mi malestar, la vanidad ha concluído. Un senti– miento digno es el que me mueve, nada menos el deseo de tributar mi gratilud a mis padres, a mis maes–
tros, y a otros amigos que me favorecieron en mi ca– rrera. También he ejercido destinos públicos de alta y baja esbala, y me propongo dar cuenta de algunos de mis pasos. No ine dirijo a los lectores que bus(fun asuntos de importancia¡ yo solamente hablo con voso– iros, discípulos queridos, ya porque en vuestra corta edad encontraréis algo nuevo en mis relatos, ya por– que me propongo sacar de mi mismo alguna ufilidad para vosotros.
Nací el 30 de septiembre de 1828, el mismo día en q;ue Baliodano entró derrotado '" esta ciudad por los hberales granad,inos. Jacinfo Pérez y Antonia Ma– renco, mis humildes padres, se regocijaron en mi na– cimiento, a pesar de las desgracias de aqu~lla época la más infausta. Fuí el tercer hijo de diez que tuvie– ron mis citados padres, y a todos (menos a, una her– mana! los he visto descender al sepulcro. Hondos pe–
sar~s ha soporlado mí alma, y ¿qué destino es éste? ¿Es una felicidad o una desgracia sobrevivir a objetos fan queridos?
La desmoralización de entonces no había socava– do el sentimiento religioso, pues eran fales las creen– cias, que consideraban desgraciado al niño a quien se cambiaba el nombre del santo de su natalicio. Desde luego fuí baufizado con el del mío, que consideraron un buen presagio de que yo sería llamado a la carrera literaria, pues mi santo fue el máximo entre los docto– res máximos, como le llamaba el Padre Vijil, nuestro más !;frande orador sagrado.
Mi familia me an'ullaba con los cuentos tan creí– dos en aquellos tiem~os de las ceguas. carretanaguas, luces de muerlos. etc., y más tarde mi madre me envió a una escuela privada servida por Ignacio Mena, tan místico, que vivía cubierto de cilicios, y frecuentando los sacramentos. Como si hubiera leído el Paraíso de Milton, me describía el oíelo y el infierno para impul– sarme a toda obra buena, me llevaba a las casas de los indios a enseñarles la doC±rina, y los :miércoles y sábados me mandaba a pedir limosna a beneficio de una anciana tullida, de cuya manutención se había encargado. A mi madre le decían: "Cómo permite Ud. que su hijo ande pidiendo limosna?" "No importa", contestaba, "es obra de piedad, mi hijo no tiene moti– vo alguno de orgullo, y por si él quisiese presumirlo, es mejor que se le abata".
Mi memoria era privilegiada, y me la aplaudíall como un don celestial, lejos de creerla signo de torpe– za como temía por la suya el Vizconde Chateaubriand. Así, el maestro me enseñaba sin molestia oraciones y
versos sagrados en abundancia. Aquí viene bien este reciente episodio. El poeta salvadoreño Cañas, llevó al Obispo Zaldaña el "Psalmo Miserere" en verso con los maYOres encomios para que mandase reimprimir–
10, y mostrándomelo p¡;¡ra que lo viese, se sorprendió de que yo le recitase una parte y le dijese que en Ni– caragua los niños lo aprenden en la escuela.
En aquel momento la imagen de Ignacio Mena bri-
lIó en mi lmaginaclon. ¡Oh, Maestro I ¡Cuántos bene_ ficios me hicisfe! Pronunciaré siquiera fu nombre, ol– vidado por unos, ignorado por otros.
Ved, discípulos, a este hombre, y reflexionad que entre los fanáticos y los incrédulos, entre el fanatismo
y la corrllpción, son preferibles los primeros. Si mi maestro fue fanático, pasó haciendo bien, y ningún mal. Si hubiera sido incrédulo, habría hecho muchos males y quizá ningún bien.
ZorrilIa dice que el poeta es una planta maldita, y apor qué sólo el poeta? Es el hombre la planta mal– dita que en estado silvestre no produce más que la ambición, la codicia, la soberbia, la venganza y otras semejantes, y que sólo abonada por la religión, pro– duce la caridad, la humildad, la benevolencia, y otras semejantes.
Comparando ahora la educación rancia de nues– tros padres con la licenciosa que nos invade, no po– demos menos que contristarnos, porque en vez de marchar a la mejora, nos precipitamos a la perdición. Si este aserio necesitara yo probarlo, citaría familias educadas del modo que llaman z..nticuado, en donde reina la felicidad doméstica a diferencia de otras que se titulan progresistas, en que no hay el aInor, la paz Y la unidad que solamente conserva el vínculo de la religión.
11
Me enseñó la Gramática Latina, Igrtacio Campos. que ya no existe Y yo bendigo su memoria
El año 42 me fuí a Granada, en cuya época ora la Atenas de Nicaragua; entré a la Universidad que estaba en su auge bajo ·el rectorado de Benavent, tam– bién catedrático de leyes, tan feo de cuerpo como ga– lán de espíritu. Bajo, medio gordo, a±e:mdo, ojos gran– des, blancos y lorcidos, cabeza y barba cana; tal era aquel gran filósofo, poeta, teólogo y jurisconsulto, que jarnás tomó una propina, Y solía. vender sus libros pa– ra cubrir sus necesidades. Le ví borratse por cleber, añadiendo así nada más que una al luerecido título de dodo, que ya tenía. Y, ¿a quién os parece dedica. ría la borla? A la Virgen Sanfísima, a quien veneraba este apóstol de la instrucción, venerable por la ancia– nidad y por la ciencia. Oíd esto, ¡oh jóvenes que es-, carnecéis a la más pura emanación de la Divinidad! ¡Oh tiempos, oh costul-n,bresl Si hoy se borla un sacer– dote, el acto lo dedica a todos los que pueden darle una primicia, todos son grandes para él, menos la ro·' dentora del linaje hUlnano.
Barberena y Conés servían las cátedras de Cáno-' nes y Filosofía a qVe asistían más de 80 jóvenes, ricos
y pobres, más o menos capaces, y ninguno concurría a los bailes, y mucho menos a los hillares y cantinas Enire ellos Se contaban Fernando ChaTnono, tipo dol ialento y del juicio, Pedro Cuadra, almacén de erudi– ción jurídica, y Juan Iribarren, el canario granadino Juan ensayaba su talento en toda mala causa. El doc– tor Benavent dijo en la clase: "La poligamia destruye al individuo". Juan respondió con ironía: "Y los mu– sulmanes? Yo deseo ser musulmán". Una vez 10 dijo Y cien se arrepintió, bajo una reprimenda del maestrO.
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