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« Previous Page Table of Contents Next Page »ce ••• nos tl'asladamos ti la Iglesia, y el señor Cura, el Padre Andrés Marenco, ofi–
ció el matrimonio religioso..."
drés Marenco, ofició el matriInonio religioso, a continuación del cual, con los pocos amigos que nos acompañaban, nos fuimos a nuestra casa, que era la de don Gregorio García, una de las mejores del pueblo, y por la que paga~
ríamos de alquiler diez pesos al mes. Esa mis– ma noche recibirnos noticias de que Hercilia, mi hermana que vivía en Camoaps, estaba muy grave con fiebre perniciosa, así es que en la madrugada iuve que ir a verla.
Efectivamente estaba enferma mi herma~
na, mas con el favor de Dios y las atenciones de don Teodoro Baca, médico práctico del pue, blo, se logró dominar la fiebre y al fin curar a la enferma, por lo que sólo estuve dos días le– jos de mi esposa.
Instalamés una ventecita en nuestra nue– va morada y poco a poco nuestra economía fue mejorando. de manera que al cabo de dos años logramos tener ya algunos fondos que nos permitieron trabajar con mayor desaho– go. La vida en Comalapa se sucedía con al±er~
nativas de tranquilidad y airas de zozobra ba– jo la persecusión inclemente que me hacían las autoridades por orden del Comandante Ge– neral de la República¡ no obstante eso, mi ne– gocio de compra y venia de ganado lo man– tenía en vías prósperas, pero desde que ocu– rrió la voladura del Cuariel Principal de Ma– nagua el sostenmiento mío por aquellos lu– gares se hacía casi iJ:nposible.
Ya no quedaba lugar que no fuera reco– rrido e invesiigado por las eseoHas que anda– ban iras de mí. En esas condiciones llegué un día de tantos a la propiedad de don Cayetano Aráuz, en las Montañas del Tesorero para re– cibir unas vacas gordas que le había compra– do. Esa familia Aráuz me tenía y me tuvo siempre bastante cariño y cuando me vieron, se asustaron, por que uno de ellos que había llegado del pueblo de Camoapa, llevó la no– ticia de que ese mismo día había sido vola– do e incendiado el Cuariel Principal de Mana– gua y que estaban apresando a todos los con– servadores por lo que en tales circunstancias
no pensabat.'l que yo dehiera de 'quedarme por aquellos lugares.
Para, mí fue una grandísima sorpresa la voladura del Cuariel, por que en ningún tiem~
po se había hablado de fal cuesfión, ni siquie– ra corno una posibilidad de debilitar al Go– bierno de Zelaya. El hecho de encontrarme yo por aquellas montañas y no en Managua donde tal suceso acontecía era y es la prueba más evidente de que la voladura del Cuartel Principal fUe obra espontánea de algún explo– sivó y no de maquinación política. Para m~
la muerte de Castro y Guandique, dos magní– ficos oiudadanos, será siempre una mancha in– deleble de sangre inocente que llevará el Li– beralismo, perpetrado para infundir el terror en la ciudadanía nicaragüense; fue un grave error de los que frecuentemente cometen las diciaduras.
En todo caso, el Pariído Conservador fue ajeno a ese· hecho lamentable. del que no co– nocimos los hombres que teníamos la dir~c
ción en ese enfonces del Parfido Conservador, sino hasta que el Cuartel estaba convertido en un monfón de escom.bros.
El Presidente Zelaya intentó inmiscuir en el injusto proceso contra Castro y Guandique a los señores don Fernando Solórzano, docior José María Silva, don Marcial Salís, don To– más Alvarado, don José Miguel GÓmez. don Procopio Pasos y a mi padre don Salvador Cham.orro. confra quienes quería extremar su saña y manchar al Parfido Conservador.
Con la destrucción del Cuariel Principal se multiplicaron las órdenes de captura en conira mía, y confieso que esa persecusión me puso en Un estado de nerviosismo, que casi podría llamar suicida, que me hacía comprar los caballos más corredores de la jurisdicción para enfrenarlos y enfrenarme yo mismo. a correr enfre los montes con el revólver en la mano, haciendo ademanes de disparar pero sin verificarlo. Es decir, sin haber visto nunca una película tejana, me enfrenaba como para hacer de Cowboy, de modo que antes de te– mer el encuentro con mis perseguidores, me parecía que antes bien tenía deseos de habér– melas con ellos, como si aquellos mis caballos pudieran ser más veloces que una bala.
Al mismo Hempo, los movimientos politi– cos seguían activos y las persecusiones contra mi persona eran constantes, las más de las veces con órdenes rígidas de la auforidad cen– :tral de Juigalpa de capturarme vivo o muer– to. Así es que constantemente tenía que man– tenerme aleda, viviendo en distinto sitios de la jurisdicción. Felizmente el pueblo simpati– zaba mucho conmigo y con mi familia, por lo que frecuentemente me avisaban de anfema– no las salidas de lfiS escoltas para que no co– rriera peligro de ser capturado. De todas aquellas gentes al único a quien nunca pude suavizar fue a mi maestro de escuela don Es– teban RabIeta, a quien, sin embargo, yo siem-
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