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excesos de los súbditos, y tratando de contenerlos se ensanchan las faculiades de los gobernantes, incu– rriendo en el defecto de acabar con la seguridad ge– neral/ mientras que exisíen otros en que no se ve más cosa que los males capaces de ser causados por los empleados públicos, y se maniatan a éstos imposibi– litándolos para evitar los desórdenes, y ocuparse en el bien procomunal. Nunca os olvidéis que adonde quie– ra que ha penetrado el hombre allí también ha llega– do la maldad, y que el vicio se ha sentado en los tronos lo mismo que se ha paseado en las calles. Co– mienzo, pues mis consejos, pesadlos con vuestro en– tendimiento, y no con vuestro corazón.

La naturaleza tan espléndida en sus efedos es muy sencilla en los medios de que se vale para sus grandes resuliados. Presenta un admirable contraste, que aumenta su magnificenciEl, cuando se compara la mulliíud de fenómenos con el carla número de las causas de que proceden. El amor y el odio, estas son las potencias que emplea en los actos de la vida pri– vada y pública: ellos hacen por consiguiente bueno o malo a un individuo, producen las conmociones polí– ticas en los Estados, y las agitaciones domésticas en las familias. Estos agentes mantienen en movimiento el mundo moral, y la razón le ordena. El reposo ab– soluto sería una consecuencia necesaria de la- pérdida de todo senfimiento, aunque la inteligencia subsistie– ra. El tumullo, el choque, el estrépito, el mal y la muerle, tales fueran los acontecimientos sociales im– perando solo el corazón. Unicamenle la sensibilidad combinada con la fuerza intelectual, hace girar las piezas de una sociedad cada una en su ór\;li±a sin que se embarazen en sus revoluciones; a la manera que la atracción unida a la repulsión mantiene el equilibrio y la regularidad en el sistema planetario. Ni la vir– tud, ni el talento, ni el genio existen sin esta feliz combinación. Leonidas, ignorando sus deberes, y sien– do desagradecido a los beneficios de su Patria, nunca hubiera muerlo por ella.

Obra el sentimiento por sí sólo cuando por su intensidad nos ciega: entonces se levantan esas bo– rrascas que llamamos pasiones, convirliendo al hOln– bre en asesino del hombre, sin que un servicio y una lágrima puedan contener sus malos efectos. Nuestras inclinaciones más puras son susceptibles de tomar aquella extensión viciosa que ofusca la razón. Por esto el amor propio ian necesario para la conservación in– dividual, con frecuencia nos hace injustos juzgando de las acciones y derechos, que están en oposición con nuestros intereses. Muchas veces despreciarrtos a los hombres porque no opinan como nosotros, y los cali– ficamos de malos si no cooperan a nuestros proyectos. Una forma de Gobierno, un sistema de leyes, y un or– den de procedimienios, nos parecen cosas excelentes calculando bajo su égida alguna ganancia, y todo esfo es malo, aunque permanezca de la rrtisma naturaleza, con fal que contraríe nuestras esperanzas. Esta es la causa por que un parlido oprimido alaba y reclama las fónnulas, y cuando se sobrepone por lo regular las atropella para saciar sus vengan:<:as, sin acatar el res– peto que antes exigía. Quizá hallándose en la desgra– cia sufría un mal como uno, y estando en la prospe– ridad perpetra males mayores que ciento. Así debe aconfecer cuando no hay pudor en las personas que forman semejantes bandos, y cuando estas no quieren el bien general por una virlud sino por un objeto am– bicioso. Hombres como estos son malos en la adver– sidad, y peores con el poder en las manos y es lástima que el pueblo no los cono:<:ca.

Es claro, pues, que bajo el imperio de las pasio– nes no puede existir el orden, porque éste se origina de la dirección que la inteligencia da al senfimiento. Habiendo probado la experiencia ser frecuente que nuestras prefensiones perlurban la razón, esiaría la regularidad desterrada de las sociedades si no esta– bleciese un poder para 'sujetar el corazón a sus debe– res. Este poder lo forman los jueces, no habiendo sin

ellos otra cosa que el imperio del más fuerle, repro. duciéndose en los pueblos los fenómenos del Océano en donde el pez grande se come al pequeño. Véall~

aquí la imporlancia de lo judicial, y penétrese de SUs alías funciones los que son elevados al rango de Ma– gistrados.

En vano se hacen las leyes más acomodadas a los intereses de un Estado, si ellas no se ejecutan, pOr– que no se aplican como se debe. Para que brote Por todas partes la paz eS indispensable. que la justicia reine: su falta acarrea el trastorno de un Gobierno abriendo muchas veces el sepulcro de todos 105 súbdi_ tos. El que es despojado arbitrariamente de su pro– piedad, el que no consigue que se guarde la fe en los contratos, el que no alcanza el castigo de un ladrón o de un homicida, el que nota la persecución de un inocente, y los que viven en medio de tanto desorden no pueden querer las instituciones que los rigen, ni á

sus mandatarios: se empeñarán en cambiarlo iodo y si sus fuerzas no bastan, el blanco de su odio ser~

por siempre su misma Patria. Todo es al contrario cuando por doquier se encuentra lo justo y lo útil, en– fonces el hombre ama a sus funcionarios con entusias– mo, y pierde gusfoso sus bienes y su vida por defender las leyes que han formado por tanto tiempo su felici– dad, y espera que harán también la de sus hijos. Si se tiene una noble ambición de :mandar, si se apefece la verdadera gloria, se debe comenzar asegurando la justicia. Esta es la que da Una base sólida a cual– quiera forma de Gobierno, e inmorlaliza a los que presiden los destinos de un Pueblo. No se deben bus– car jueces de circunstancias: estos corrompen, y

atraen la tempestad a una nación; constituyanse los que sean imparciales, de firmeza y probidad, para que el Gobierno sea estable y los Ciudadanos prosperen.

Los Magistrados deben reunir muchas cualidades que parecen opuesfas; pero que les son esenciales, y

pueden existir juntas sin contradecirse. La ilustración en las materias del foro es uno de los dofes que no puede fallarles sin que Se hallen en la imposibilidad de cumplir con su ministerio, porque la ignorancia impide detenninar lo justo e injusto, poniéndose en el riesgo de dar a uno lo que no le perlenece, y de despojar a otro de sus verdaderos derechos. La falla de este requisito esencial, ha conducido a muchas fa– milias a la indigencia más lastimosa, y ha llevado al patíbulo a hombres que no merecían una suerle tan desgraciada. La :iInparcialidad no les es menos nece– saria. COITIO órgano de ley están colocados en un lu– gar augusto para tener cerrado el corazón a todas las pasiones :mezquinas, que degradan nuestra naturaleza. Inaccesible a la compasión y alodio, ni serán in– dulgentes, ni vengativos; y no feniendo más parlido que el de la razón, distribuirán las penas y los premios según el :mérito o culpabilidad de los distintos bandos en que esté dividida la nación. Jamás pennitirán que sea insul1ado, maltratado, o conducido a un calabozo un individuo porque así lo quiere el primer Jefe de la sociedad; y estarán pronto a fiscalizar cuantas infrac– ciones de leyes se presenten, ya sean los delincuentes hombres públicos o privados. Los jueces deben ser el freno de los tiranos, deben reclamar contra sus avan– ces, deben levantar un proceso para castigarlos, y

cuando esto no hagan es porque miran con desprecio a los pueblos, amalgamándose con los déspotas parB hacerle la guerra a los principios. En los crímenes que se quedan impunes debemos mirarlos como c6m– plices, en razón de que no han instruido una cauSB existiendo un fiscal para el efecto, dando ocasión con esta morosidad a que los excesos se perpetúen. La

firmeza es otro de los caracferes que deben distinguir– los: con ella podrán tomar la balanza y pesar fiel– mente las aCclones de los hombres sin que el temor les estorbe el desempeño de sus funciones. En efedo, poseyendo esta cualidad el puñal pronto a traspasar sus pechos no es capaz de conve:rlirlos en unos prev!='– ricadores, principalmente si conocen la importancia de su Ministerio, y la pequeñez del amor propio.

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