Page 57 - lista_historica_magistrados

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"Usied iambién debe de esiar compromefido. Pase para la cárcel". Y me llev6 preso.

Esia prisi6n tan original es la que di6 mo– tivo a que yo fUera enviado de Matagalpa a Managua para ser juzgado en el mismo proce– so en que· estaban enjuiciados los Chamorros y otros conservadores, proceso que culmin6 con el decreto de expulsi6n, por cuatro años, del general Alberto Rivas, del Coronel Laurea– no Hurtado, de Le6nidas y Luis Correa, de Pe– dro José, Pedro Joaquín, Alejandro, Felipe y yo, Chamorros todos, enviándonos a El Salva– dor.

De la prisi6n de Matagalpa fuí trasladado a la prisión del Cuartel Principal en Managua, que así se llamaba al que esiaba en el lugar que ahora ocupa el edificio del Distri±o Nacio– nal. En la celda en que fuí internado, que era como de trece varas de largo por tres de an– cho, esiaban ya dieciocho prisioneros políti– cos. Conmigo subió el número a diecinueve, los que permanecimos allí por un lapso no menor de dos Tneses antes de ser juzgados. Por supuesio que iodos dormíamos sobre el piso de ladrillos de barro quemado, con gran inco– modidad. Pasamos esos dos meses sin asienio alguno, mas ninguno de nosoiros mostró debi,. lidad, anies por el contrario, siempre ~e man- . iuvo un espíri±u levantado. de gran carácter y fuerza moral enire los prisioneros.

Recuerdo que encontré allí a don Fernan– do Solórzano, al General Albedo Rivas, ambos de Managua, a los Generales Leónidas y Luis Correa, de Granada, y al Coronel Laureano Hurtado, de Rivas, así como a Gregario Sala– manca y Felipe Salinas y varios otros cuyos nombres se me escapan de la memoria.

Durante esia prisión me parece que con– traje el asma que desde entonces, hasta ahora, padezco.

Para juzgarnos, el Gobierno creó un tribu– nal militar de investigación cuyo fiscal de gue– rra era el general Francisco R. Torres "Mala– cate", cuya oficina estaba como a tres o cuatro cuadras de disiancia del Cuariel. Allí fuí va– rias veces a declarar y en uno de esos días en que estaba rindiendo mi declaración el gene– ral Torres "Malacaie" me dijo: "Yo no soy co– mo Zelaya que está perdiendo el tiempo. Yo de lo único que soy partidario es de la fusila– ción". Entonces le repliqué, "No me importa lb que usted piense, lo qué me inieresa es que usted termine pronto esta investigación, qué si me toca ser fusilado le voy a enseñar a los liberales cómo muere un conservador". El ge– neral Torres no dijo nada. Pocos días después, en Consejo de Minisiros se decretó la expulsión del país, por cuatro años, de varios de los que estábamos presos y de otros que se habían es– c:::.ondido en los días de la persecución.

Entre los expulsas estábamos, como he dicho, Pedro José, Pedro Joaquín. Diego Ma– nuel, Alejandro, Felipe Chamarra y yo, quie– nes fuimos embarcados en los primeros días !fel mes de marzo de 1897, en Corinlo

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fino al puerío de La Unión, República d~ El Salvador.

Este es un puerío bien abrigado, en el Gol– fo de Fonseca, que bordean las tres Repúblicas Centroamericanas de El Salvador, Honduras y

Nicaragua. A pesar de que iba de una celda del Cuartel Principal de Managua, donde ha– cía un calor insoportable, -cuartel que años más tarde fue destruído por combustión espon– tánea de sus depósitos bélicos inflamables-, me seniía tan molesto por el asfixiante calor que allí hacía, que resolví internarme, al si– guiente día, a San Salvador, Capital de la Re– pública, como en efecto lo hice.

En esia hermosa y populosa ciudad cen– troamericana ya había algunos nicaragüenses establecidos, como don Pedro Rafael Cuadra y su esposa doña Carmela Chamorro de Cuadra, quien también sufrió airoz persecución de par– te del Gobierno del General José Santos Zela– ya; don Victorino Argüello y su familia; don Federico Solórzano¡ el doctor don José del Car– men Gasteazoro i don' Alfredo Gallegos y don Francisco Hueie, todos miembros del Partido Conservador. Del Liberalismo se encontraban íodos los Jefes de la Revolución del 96, corno don Francisco Baca, el docior José Madriz, los generales Paulina Godoy, Chavarría, Hernán-dez y Busíos. _

El señor Cuadra y su familia iuvieron la generosidad de empeñarse en que me fuera a vivir con ellos, lo que para mí era de vital im– portancia porque no coniaba con fondos nece– sarios para pagar un hotel. Creo que esiuve viviendo con la familia Cuadra como por dos meses, después de los cuales me irasladé a la República de Cosia Rica con don Alejandro Chamarra, quien, corno se recordará, fUe uno de los expulsados de Nicaragua por el térmi– no de cuatro años, y quien, corno logró no ser capturado, iuvo la oportunidad de salir furfi– vameníe para Costa Rica, de donde había lle– gado para explorar las posibilidades de con– seguir apoyo de Guatemala y El Salvador.

De El Salvador, pues, nos iraladarnos a Cosía Rica en viaje direcio desde Acaju±la en un barco alemán llamado "Banda". A la aHu– ra de las cosias del "Papagayo" y como a me– dia noche, sentimos una fuerte sacudida. ian violenta que a algunos de los pasajeros nos sa– có fuera de los camarotes donde estábamos acostados. Mi tío Alejandro me dijo entonces: "Toma tu revólver, vamos a ver al Capitán". Al cruzar para la Capitanía, por donde quiera oíamos los griios: "El barco se hunde, el barco se hunde!". Cuando llegarnos frente al Capi– tán enconíramos a éste sentado en aC±iiud aba– tida, con la cabeza entre las manos y repiiien– do frecuentemenie como autómaia: "Oh, el barco se hunde¡ oh, el barco se hunde". En visía de esa inacción para dirigir el salvamen– io, mi tío increpó al Capitán para que hiciera algo, siquiera fuera ordenar que se bajaran las lanchas salvavidas. Con esta llamada de aten– ción, el Capitán reaccionó, se incorporó y co-

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