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« Previous Page Table of Contents Next Page »El viajero debe re~ign?;se a ioda incon–
veniencia Y a toda prlvaclon, y corno estas
regiones se hacen cada día más conocidas
en el mundo y están sin duda destinadas a
ser cruzadas por lTLuchos norteamericanos,
tal vez sea prudente ir preparado para cual– quier emergencia. Fuera de las provisiones
atrás enumeradas, el viajero, si está acos–
tumbrado a la vida centroamericana puede contar con una comida folerable, pero si esfá por "encima" de las costumbres del país, no debe descuidar el proveerse de cuchara, cu– chillo Y fenedor, y sal y pimienfa, empacado
todo en una caja convenien±emen!e para via–
jar y hecha exprofeso; de algunas libras de café iosiado y molido, de igual cantidad de
azúcar, si es que no está acostumbrado a pa–
sar sin ella; de unos pepinos y de un frasto de hierro que sirva a la vez de marmifa, frl– dera, cafefera y ponchera. Y que no olvide el eslabón, el apagador y la piedra de chis– pa; y con una provisión de fabaco nafivo --que en realidad es excelente- el extran– jero puede reírse del hambre y viajar cómo– da y franquilamente a través de cualquiera paríe de Honduras, recibiendo cada vez los "buenos días'" de los nativos, y una alegre
sonrisa de las l11uchachas morenas en res–
puesia a cualquier galanfería rústica que uno les haga, en forma de un cumplido o de una broma pasajera.
Recurren los hispano-amelicanos a la finesse y a la lisonja para llevar a cabo sus propósifos, especialmenie hacia los extranje–
ros. Uno debe, por consiguiente, agarrar a
don Fulano por el lado flaco y combatirle con sus propias armas. El amor a su paí" no es menos que el que tienen los norteame– ricanos por el suyo. Para él los picos pelo–
nes de sus montañas y sus cielos azules, el
profuso verdor de sus tierras bajas o la vege–
tación raquítica de sus serranías. son tan que–
ridos corno para nosotros las estimadas ins– tituciones de nuesfra patria. Aunque la li– sonja y el elogio son sus Inedios más comu– nes de éxifo, debe alabar su país, maravi– llarse del paisaje, galantear a las señoritas y unirse en sus chistes. Quien pueda viajar un año en Honduras sin sentirse constante– mente complacido, debe ser alguien incapaz d,e apreciar el lado alegre de mil inciden– Clas y escenas. En pocas palabras, una per– sona con una buena constifución física para sobrellevar privaciones y desgracias ocasio–
n?l.es, con una conciencia limpia y con el es–
plnfu para gozar de la vida en un aspecio enteramente nuevo y pintoresco, puede reírse en su viaje por el continente y hasta referirse después a él haciendo los mejores recuerdos.
En un viaje por las cordilleras todas las cosas las lleva el criado, quien cuida de las
m~las de carga y generalmenfe va media
~a delante de uno en el caInino. Si el ¡11alero fiene equipaje, debe alquilar una mu– a extra, recordando siempre que cargar una
bestia consiste en colocar el peso de la carga de tal manera que conserve su equilibrio en los lomos del animal. No hay hofel o fonda que abra sus puertas acogedoras a lo largo de la ruta; en las aldeas a un extraño se le mira con sospecha, en tiempo de guerra co–
rno espía del enemigo, o como "el Ministro"
r
titulo que ahora se concede a casi todo via–
jero bien veslido y que fenga un pequeño
acento exiranjero en su pronunciación.
Un sirviente es indispensable y puede conseguirse pronlo en los pueblos de la costa por $ 5.00 (duros) al mes. En el interior las gentes todavía no conocen las necesidades de los extranjeros. Un buen sirviente de viaje se levanta a eso de las cuatro de la ma– drugada (si es que va de camino) y despier– ta a su patrón a la hora que éste le indique, llevándole al mismo tiempo una iaza de café o chocolale calienle. Esto lo bebe uno con toda comodidad a la luz de una "candela", meciéndose en la hamaca y aHernando unas cuantas chupadas de su "pipa digestiva". Mientras tanto, Pedro o Manuel carga y en– silla los animales. Cuando lodo está lisIO, se pone uno las espuelas y al ver los InOZOS partir monfa y echa andar sin molestarse en cuanio al equipaje. Eso sí, cualquier instru– menfo científico que se lleve, deberá estar siempre bajo la mirada vigilante, porque Manuel es capaz de emplear el barómetro para darle unoS cuantos varazos a la mula. o la caja del sextante para un plato de fri– joles.
Las mulas son para Honduras lo que los camellos para Arabia. Sin estos animales pacientes y fuertes no habría Inedio de frans– portar mercancías a través de las sierras. La mula se considera de más valor que el "ma– cho". Se la enseña un paso suave que no se conoce fuera de Hispano América, que más parece un rápido andar al que ningún otro paso puede comparársele. Al animal así adiestrado se le llama una "andadora" y en un día recorre sorprendentes distancias. Raramente se les usa para carga; se les cui– da bien y valen de $ 60.00 a $ 250.00. El precio corriente es alrededor de $ 30.00 en plata. Por lo general, es preferible que el viajero las compre de una vez cuando llegue al país aunque pague por ellas una suma mayor, porque a menudo pierde su tiempo buscando animales para alquilar, lo que va acompañado de muchas molestias. Don Fu– lano, con quien uno ha hecho el frafo, sal", a ver a don Zutano sobre el asunto y casuali– dad es si no se enlretiene en el camino y olvida su dilige.ncia, poniéndole a uno en es– tado de incomodarse o de filosofar, COlno me– jor parezca. La primera lecdón que un ex– traño debe aprender en Centro América es no darle importancia al tiempo, ya que éste es un articulo sin valor para el español. El apresuramiento de uno se toma como prue– ba de una menfe débil y de un carácier frí-
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