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una feudalización dé elite mundo y afirma'y constituye su unidad en la nueva unidad del mestizaje hispanoamerica– no, la intensa penetraci6n en 11$ lenguas aborígenes sal· va, por otra parte, a la actividad hispanizante del nuevo idioma de convertirse en un simple hecho, repetidor del fen6meno de "romanización" y hace que la "hispaniza– ción" sea, con la presencia viva de lo indigena, todo un hecho verdaderamente "nuevo" de slntesis y de creaci6n de mestizaje.

51mbolo y expresión de esta vigorosa fuerza creado· ra de valores nuevos se levanta, desde el mismo momen– to en que el español empieza a actuar, la inmensa figura del mestizaje cuzqueño Garcilaso El Inca. La voz del in– dio llmericano se abre por sus "Comentarios RElales de lo.¡ Incas" con un tono nuevo de pujante afirmación en lo uni· versal, por la espléndida sonoridad de la prosa castellana. Lo que es como un agigantarse de lo indígena en la His– toria y en la Cultura por lo hispánico; o como un renacer pujante de lo español por lo virginalmente americano, que el mismo Garcilaso expresa en aquella su conmovedora advertencia: "pues soy indio, que en esta historia yo es– criba como indio con las mismas letras que aquellas tales dicciones (24) se deben escribir".

Esta es, señores académicos, "nuestra lengua"; la qUlit forma la esencia de nuestro ser y la que da plena realidad en la :palabraa nuestra propia concepci6n del hombre y de la vida. Al pulsar cada uno de 105 momentos de su

hist~ria, vibra, como acabamos de ver, el más intenso sentido de sintesis creadora de valores culturales y de afirmaci6n de éstos en lo universal, que idioma alguno puede presentar en 105 tiempos y en la geografia, y del que nosotros mismos somos la mejor confirmación. Esto nos debe llevar al convencimiento de que estamos en posesión de un instrumento verdaderamente capaz de permitir con éxito esa "re.integración de valores" que la Humanidad nos está demandando, cada vez con mayor exigencia. Todo está, simplemente, en que nos respon– sabilicemos de este destino y sepamos cumplir con una misión histórica.

No quiero seguir abusando de vuestra paciencia, -que harto lo he venido haciendo hasta el momento-, y por eso voy a abstenerme de analizar, como quisiera, las cualidades de "creación" que de por si tiene nuestro idioma. Más, comprendiendo que es completamente im– ,posible terminar un análisis como el que venimos hacien– do, sin que me refiera aunque sea someramente a tan in– teresante cuestión, por cuanto ello puede producir ma· yor confianza en su eficacia, permitidme que asl lo haga, brevemente.

Bien sabemos, señores que la capacidad creadora de Un idioma se puede constatar, tanto en su forma de "ha· bl a popular" (o de lenguaje hablado), como más exacta· mente todavía, en su forma de "lenguaje escrito o de len– guaje literario.

En cuanto 11 lo primero, creo que es suficiente para lnmar una idea clara del asunto, el reconocimiento que el eminente fil610go alemán ya antes mencionado, Karl Voss· ler, hace en su magistral estudio sobre "la fisonomla Ii·

teraria V lingüística del español", de ser nuestro idioma el

qUe más refranes, adagios y proverbios tiene en el mun·

do (25).

Quizás el estar nosotros mismos dentro del hecho que nos evidencia Vossler, no nos permite conceder el va· lar que se merece a esa expresi6n tan propia de nuestro pueblo: "como dice el dicho", con que se trata de' asegu– rar la verdad o la certeza de algo a la luz de la más viva sabiduría o experiencia popular formulada tras largas ge– neraciones en eso que entre nosotros se llama "el dicho", o sea: el refrán, el adagio, el proverbio.

Valdria la pena investigar y meditar un poco más so– bre este aspecto que pone tan de manifiesto un poder de "entendimiento natural de las cosas"; un poder de intui· ción para penetrar la verdad de nuestra vida por lo ca· mún y cotidiano, que quizás sea uno de los reclamos que la actual crisis de Ie¡ cultura nos plantea con urgencia. Algo de oriental parece latir en el fondo, si hacemos memoria del valor que el proverbio ha tenido entre los hebreos y de la gran significaci6n de la máxima, del re– frán y del adagio en todos los ,pueblos orientales, desde los árabes hasta los chinos. Algo de oriental que puede ser apenas una punta por donde empecemos a desenvol· ver, de adentro de nosotros, el elemento capaz de resta· blecer en lo universal la unidad rota por la alternativa de "Oriente u Occidente".

En este mismo estudio que acabamos de citar, Karl Vossler desentraña la naturaleza íntima de la literatura española y nos hace encontrar en ella lo que él llama "creaci6n eruptiva", o sea, un sentido de creaci6n en el que el autor está siempre frente a un "oyente", más que frente a un "lector", y en el que éste participa, en cierta forma y en gran paf'fe, de esa actividad creadora. Bajo tal impulso, -y tegún sus personales aseveraciones-, "la poesía se baila y canta más que se declama o se lee y se prefiere improvisarla a escribirla. Y cuando es leída en alta voz debe hacerse con gran viveza, como se indica una vez en La Oorotea de Lope. (26). O, para decirlo el mismo Vossler con palabras de otro alemán, Rudolf Lo– tahr, -expresadas acerca del alma de España-, "en el arte, en la poesía y en "su lengua", la distancia y margen entre hablar y ofr, entre la areación y.la percepción, es mucho menor que en las de otros pueblos" (27).

Es decir, que, en su creación literaria, nuestra lengua afrima más que en ninguna otra el espíritu del pueblo, es. tableciéndose una estrecha y directa compenetraci6n de autor y de lector (o escucha); lo que hace del idioma una '1uténtica expresi6n del alma colectiva: de sus sentimien– tos y de sus construcciones mentales de su mundo viven– cial. y lo que da al genio individual mayor facilidad para ,penetrar lo más hondo de su pueblo.

No es por simple casualidad, pues que nuestra lite– ratura pueda contar con el mayor número de creaciones en las que el pueblo es el verdadero protagonista. Y so– bre todo, en las que a través del mito popular (y de la tantasia del auto,), se encarna en sus personajes un con– cepto universal del hombre y de la vida. "Don Quijote", "Don Juan", "La Celestina", "El Lazarillo de Tormes" son asi figuras de todos los tiempos y de toda la Humanidad;

y figuras en las que el sentido de lo humllno se presen– ta y se afirma sobre un sentido ético y 1rascendente. ¿Y qué decir del maravilloso teatro del Siglo de Oro en el que un Lope o un Calderón no son sino el alma co– lectiva en viva VOlt y el sentimiento puro de lo humano en su más ,pura expresión? Tod", la literatura española, en general, responde a este sentido.

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