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A Facl)ltad de Derecho estaba bien instalada en el mismo local del Institl)to Nocional de . Oriente. Ocupaba todo el frents con dos patios} cada uno de ellos con cl)atro corredo– res y diez aulas 'por todo. Tenía además buen mobiliario. El maestro Miguel asomo era el pro–

fesor de Derecho Civil} lo fUe en todos los cursos de mis estudios de abogado. Impartía sus lecciones d las siete de la mañana. Yo siempre pasaba sacando a Joaquín Gómez por su casa,

para ir a la Facultad. la casa de Joaquín parecía un convento} siempre estaban cerrados todas

sus pl)ertas. Era porque a su padre don Miguel Gómez lo perseguía encarnizadamente el go– bíemo del General José Santos Zelaya; y él o estaba preso o estaba oculto. Alguni:is veces cuan– do golpeaba 10 pUért~ a Joaquín, la abría una linda h~rmana que él tenía, y su momentánea presencia iluminaba el paisaje como una aparición. Nos íbamos los dos' formand() proyectos o

hqciendo comentarios.

El maestro Miguel impartía sus lecciones dándonos en su cátedra una conferencia diaria sobre el derecho Civil} nos relataba y examinaba los antecedentes españoles de nuestra legisla– ción, comentaba el Código chileno y examinaba las reformas liberales, todo en un lenguaje len–

to, daro, ameno} y con buena filosofía jurídica} Joaquin Gómez, el bachiller clásico francés, lo seguíq tornando anotaCiones, siempre acertadas, y de las cuales yo me servía como un parásito intelettual.

Cada vez era más estrecha la penetración intelectual entre Joaquín y yo. No resisto la tentación de contar una anécdota que la revela. Había explicado el maestro Miguel ese día la distribución de los acervos en las herencias intestadas, y nos advirtió que era ésta materia difícil; rompecabeza de los Notarios. Para 'ejerdtarnos nos propuso varios problemas del caso' para que se los resolviéramos en nuestras casas. Conforme mi costumbre, consulté el punto con mi hermano Ramón, quien me dijo inmediatamente: -Eso no tiene ninguna dificultad-'-} es·que los

Notarios le aplican el método de la falsa posición aritmética} que no siempre acierta exacta, mente, Pero si la ponés por Algeb~f1 no es más que armar una ecuación que te servirá para todos los casos. Trazó lá ecuació'n y me resolvió dos de los casos con prontitud y exactitud.

lnmedjQtame~te me f~í a ,lUCirme ante Joaquín, pero éste ,instantáneamente me dijo: -, -Esa no es cosa tuya, eso es del águila de don Ramón. Yo le confesé la procedenCia y convenimos en IUe

cimos en la clase el día siguiente. Nuestros compañeros que eran como quince o veinte, se que, doran ~ón la /;¡oca' abierta} y aún el mismo profesor no~ tuvo por buenos matemáticos..

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Teníamos profesores jóvenes muy puntuales y dedicados en sus cátedras El doc, tor Evaristo Carozo nos daba ia clase de Derecho Constitucional, por textos y

métodos "chilenos de cuya Universidad hacía poco tiempo había egresado can muy buenas ~otas. Otro profesor joven, a quien debíamos la apertura de la Facultad, era el doctor Salvador Meza, que servía la cátedra de Derecho Administrativo a las once de la moñona siempre cumplido} y especialmente amistoso con Joaquín y conmigo. '. . ..

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Finalizaba el siglo XIX} y un grupo de estudiantes de Derecho, todo'. conservadore~ ha–

bíamos' logrado publicar primero un semanario, y después'un diario llamado El PeriódiCo. Eiamos Joaquín Gómez} Manuel Rivas, Santos Flores López, Pancho asomo y yo. Ahí escribíamos, y

en sus columnas quedaron mis primeros artículos largos y serios. Pero la verdad es que detrás de nosotros tiraban, don Anselmo H. Rivas, dqn Diego Manuel Chamarra} don Enrique Guzmán

y Mariano Zelaya. De vez en cuando nos enviaba artículos el doctor Manuel Coronel Matus. Ahí publicaron él y don' Enrique sus amenos Tiquis Miqulsgrarnaticales, Ahí apareció como un

escritor pujante Pedro Higinio Cuadra, con el seudónimo de dón Ruperto Síseñor. Yo ,escribía